La plaza | No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió
La foto de esta semana es la de unos centenares de estudiantes encapuchados que han intentado impedir el funcionamiento de la universidad en Cataluña
Oigo a Sabina en Spotify. Canta “Con la frente marchita”. El bandoneón presente en la música lleva a Argentina, y el título a Gardel, claro. Una de las estrofas, en cambio, se aplica letra por letra a Cataluña.
Los estudiantes se han enfrentado esta semana a las puertas de la Universitat Pompeu Fabra, la que había de ser el santo y seña de la excelencia académica catalana. Los rectores han abdicado cobardemente de sus funciones y se han inhibido de su responsabilidad. Los alborotadores no consiguen cerrar las facultades pero se apuntan algún tanto, como el de la evaluación única. Adiós Boloña. Triunfa la reacción. Aunque seguramente de manera efímera.
Esta es la foto de esta semana. Unos centenares de estudiantes encapuchados, no muchos más, han intentado impedir el funcionamiento de la Universidad. Y por unas horas del martes lo logran. El movimiento se disuelve como azúcar en un vaso de agua y el jueves la normalidad es prácticamente absoluta.
¿Cómo es posible que la voluntad de apenas unos cientos se imponga a la de la mayoría −sólo el mismo día 800 integrantes del Foro de Profesores y Universitarios por la Convivencia emite un comunicado de repulsa−? Una respuesta: por la actitud cobarde de los rectores. De hecho, son ellos los que ante las amenazas piden a los estudiantes que se abstengan de ir a clase.
¿Qué clase de autonomía universitaria pueden exigir los que son incapaces de garantizar el funcionamiento de los centros ante las exigencias de unos cientos de alborotadores? Seguramente, ninguna.
¿Por qué cedieron con tanta facilidad a los pendencieros? Probablemente por su endeblez y porque de alguna forma sabían que poniéndose al lado de los agitadores complacían a Quim Torra, el valido de Carles Puigdemont.
El soberanismo sólo ha tenido éxito en dos cosas
Quizás no haya una foto más esclarecedora de la profunda fractura que el desvarío secesionista está creando en la sociedad catalana que la de los estudiantes enfrentándose en las puerta de la Universidad. Hay otras, pero quizás no tan potentes.
Por ejemplo, la de la Asamblea de Electos, en la que dicen que 2.000 cargos soberanistas se ven contentos de conocerse a sí mismos, votando en la más estricta unanimidad, lo de siempre: libertad para los sediciosos, etc., etc. Nada que no hubieran podido hacer ya en el Parlament de verdad, el que dominan sin ningún miramiento democrático. Pero necesitan la performance como el agua el pez. Es su hábitat natural.
¿Y fuera de ese hábitat? Pues la realidad pura y dura. La que dice que la república catalana nunca existió, que ciertamente la proclamaron en el infausto octubre del 2017 pero que en unos minutos dijeron que era de mentirijillas.
La que dice que los hechos de 1714 no son como los narran o que no es verdad que Cataluña luchara contra el franquismo, una parte sí y otra no, como en otras partes; la que dice que la soberanía reside en el pueblo, si son ellos los que deciden quienes forman ese pueblo y quién no, etc., etc.
El soberanismo sólo ha tenido éxito en una cosa. Bueno, en dos. Una, en mantener en el poder al frente de un presupuesto de varias decenas de miles de millones de euros, diciendo que no son el Estado, pero gestionando el Estado.
Y otra en crear una realidad virtual, algo que sólo existe en su febril imaginación, algo que nunca existió pero de lo que sienten, a veces de manera doliente, a veces eufórica, una profunda nostalgia.