La ‘pacificación’ de Muface

En tanto que mutualidad, garantiza también prestaciones, cada vez más reducidas, aunque eso es problema aparte. Sus funciones desbordan, pues, claramente las competencias de un cartera de sanidad.

La Mutualidad de Funcionarios del Estado (Muface) está en plena agonía. En lenguaje taurino (va por el señor Urtasun) se diría que solo le falta el descabello. Y consecuentemente se ha iniciado el sálvese quien pueda. El caos. Tengo noticias fidedignas de que ya hay facultativos que se niegan a prestar servicio a los mutualistas; o centros médicos que han anulado pruebas programadas desde tiempo atrás.

No quiero ni pensar lo que puede pasar con enfermos sometidos a tratamientos vitales como, por ejemplo, una quimioterapia. ADESLAS ha dicho claramente que no irá al concurso, en el caso de que se vuelva a convocar, y otras mutuas médicas se limitan simplemente a esperar acontecimientos.

Fachada de un edificio de Muface en Madrid.
Fachada de un edificio de Muface en Madrid. Foto: Ricardo Rubio / Europa Press

En definitiva, ese es el resultado de la actuación de la señora Mónica García, ministra del ramo, actuación, a mi entender, cargada de mala fe. A base de mucha demagogia («acabar con los privilegios»), medias verdades y mentiras, ha conseguido provocar la estampida, haciendo probablemente inviable cualquier futuro intento de enderezar la situación.

Quizá es lo que pretendía. Por supuesto que si consigue su objetivo será porque ni otros ministros, cuyas competencias está descaradamente invadiendo, ni el propio Presidente, no han querido, o podido, ponerle coto. Vuelvo luego sobre ello. Y como colofón de esa demagogia ha salido con el «quien quiera sanidad privada, que se la pague».

Sanidad concertada

Dejando aparte el hecho que un mutualista no goza de sanidad privada, sino concertada, que es muy diferente, el problema que se le plantearía, en el caso de desaparición de Muface, es que si quisiera conservar los mismos facultativos y optar por una póliza con la antigua mutua, se podría encontrar con dos impedimentos. a.- Que la prima le fuera inasumible. b.- Que por ser de una cierta edad las mutuas no lo aceptaran.

Pero bueno, supongamos que fuera aceptado y se rascara el bolsillo, apechugando con pagar la prima que se le pide (de buen seguro que las mutuas van a sacar una buena tajada de la situación). Como he señalado antes, esa opción normalmente se escogería para conservar el cuadro médico.

«Y como colofón de esa demagogia ha salido con el ‘quien quiera sanidad privada, que se la pague'»

Ahora bien, como ese cuadro médico, ahora sí privado, ya no podría prescribir vía el Sistema Nacional de Salud, el antiguo mutualista o tendría que pagarse la medicación, o intentar que el médico correspondiente de la sanidad pública se aviniera a recetar lo prescrito por otro. Surrealista. Ante una negativa, el afectado cumpliría lo que, sospecho, es el sueño de García: tendría que pagárselo todo.

Por supuesto que puede discutirse sobre la conveniencia de mantener o no el sistema de mutualidades para los funcionarios. El argumento de más peso, a mi parecer, para la posición contraria al mantenimiento, sería demostrar que la asistencia de la seguridad social es modélica. No voy a entrar de momento en el tema. Pero admito, insisto, que podría llegarse a la conclusión de que, por una razón u otra, el mutualismo está de más.

En tal circunstancia lo que se suele hacer es iniciar la vía de la extinción. Por ejemplo, incorporando a partir de un determinado momento todos los nuevos funcionarios al sistema no concertado. Pero claro, esa medida no sería mediática ¿verdad señora García?

Competencia de Muface

Volvamos a la campaña de demolición emprendida. Hay en ella dos cuestiones importantes que acreditan la posible mala fe de la ya aludida, y que lo pueda hacer impunemente. En primer lugar, Muface no es simplemente un organismo que lleva a cabo la atención sanitaria a los funcionarios que se hayan acogido a su régimen.

En tanto que mutualidad, garantiza también prestaciones, cada vez más reducidas, aunque eso es problema aparte. Sus funciones desbordan, pues, claramente las competencias de un cartera de sanidad. Me pregunto entonces a santo de qué Mónica García puede decidir sobre el futuro de las mutualidades de funcionarios.

En un país normal (el nuestro hace ya tiempo que dejó de serlo) esa regulación la tendría que llevar a cabo la cartera a la que le corresponda la función publica, que es quien debiera haber llevado a cabo una política clara y trasparente, sin tiras y aflojas, en lo que respecta al concurso y las ofertas a las mutuas.

«Ante una negativa, el afectado cumpliría lo que, sospecho, es el sueño de García: tendría que pagárselo todo.»

¿Cuál es el problema de fondo? Pues el ideologismo que ha supurado desde el primer momento toda esa nueva «izquierda» a la que pertenece la ministra. Y, además, la frustración, porque es evidente que Mónica García es consciente de que está al frente de un ministerio «florero», dado que sus competencias están masivamente traspasadas a las comunidades autónomas.

Ante esto, no queda otra que meter ruido, en un intento de que se la valore políticamente. En ese marco su correligionario, también «florista», Ernest Urtasun, ha optado por la «descolonización» cultural y el ataque a la tauromaquia. Más de lo mismo, sólo que en clave esnob.

La ‘pacificación’

Es bajo esa óptica de persona en realidad ajena al problema, que se explica la desfachatez de decir que la Seguridad Social está en disposición de absorber el millón largo de mutualistas que dejaría huérfanos la desaparición de Muface.

¿Será posible que no haya oído hablar de las listas de espera? Por supuesto que sí, pero la patata caliente caería en las manos de las consejerías de sanidad de las diferentes comunidades, la mayoría gobernadas por el PP. Y las que estén gobernadas por el socialismo, pues que entren también en el lote.

Y aquí es donde viene a cuento la ‘pacificación’. Durante sus ocho años de despotismo iletrado su correligionaria, Ada Colau, ha hecho exactamente lo mismo, solo que con el urbanismo. Pacificación urbanística. Tal cual es la calificación, absolutamente cursi, con la que bautizó su chapuza.

De parecida manera que García pretende incrementar el número de afiliados de la Seguridad Social sin ninguna garantía de aumento de recursos, Colau dejó los mismos vehículos en circulación reduciendo significativamente el número de calles por los que podían transitar. ¿Recuerdan los lectores el camarote de «Una noche en la ópera»? Pues eso. Una buena ocasión para que, según quien, denuncie el marxismo subyacente: solo que no sería en referencia a Karl, sino a Groucho.

*Su último libro es «Rafael del Riego y su momento histórico»

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