Jugaron con fuego y olvidaron el agua
En Carles Puigdemont y su entorno hubo mucho de narcisismo y muchísimo de irresponsabilidad
La trama rusa no es una broma. El separatismo jugó con fuego, y no sólo cuando incendió el centro de Barcelona en 2019. El régimen de Vladimir Putin buscaba tontos útiles para desestabilizar democracias occidentales, y los de aquí fueron corriendo, ávidos de recursos y reconocimiento. No sólo abrieron la puerta a los bots de la discordia, agentes del Kremlin, como la eurodiputada letona Tatjana Zdanoka, se pasearon por Barcelona para mostrar su apoyo al procés. Ahí quedarán, para siempre, las fotos de la vergüenza.
En Carles Puigdemont y su entorno hubo mucho de narcisismo y muchísimo de irresponsabilidad. Alguien les hacía casito fuera de España. Podían entrar, por fin, en los libros de Historia, aunque fuera como títeres de un peligroso autócrata. No iban a desaprovechar la oportunidad después de tantos millones despilfarrados en Diplocat y embajadas fake por todo el mundo. No era Ítaca. Era Moscú. Era Rusia y Bielorrusia.
Los contactos de la infamia están más que acreditados. El Parlamento Europeo volvió ayer a mostrar su inquietud y su insistencia en una investigación eficaz. La injerencia rusa en España y su apoyo al separatismo catalán ya habían despertado la preocupación del gobierno de los Estados Unidos, el Parlamento británico o la inteligencia alemana. Y el caso Voloh puede acabar mostrando infinidad de pruebas sobre las relaciones estrechas entre el separatismo catalán, el entorno del Kremlin y la mafia rusa.
El Gobierno de Pedro Sánchez querrá obstaculizar toda investigación sobre sus socios, mientras éstos niegan o restan valor a todas aquellas conexiones. Sin embargo, fueron los mismos líderes separatistas quienes se vanagloriaban de ellas. En enero de 2019, Puigdemont prometió amor eterno a Rusia en una entrevista al diario Komsomolskaya Pravda. Su sucesor, Quim Torra, retuiteaba poco después un artículo del mismo periódico que pedía la participación del Kremlin en el procés.
El régimen de Vladimir Putin buscaba tontos útiles para desestabilizar democracias occidentales, y los de aquí fueron corriendo, ávidos de recursos y reconocimiento
El artículo lo firmaba Edvard Chesnokov, propagandista de Putin y amigo de la mano derecha de Puigdemont, Josep Lluís Alay. Lo dicho: narcisistas e irresponsables. En 2021, el mismísimo Alay presumió de sus viajes a Rusia en la televisión pública catalana: “No íbamos a hablar de caviar, ni de la ópera rusa, ni de vodka, sino de asuntos que interesan para la creación de un estado independiente en el futuro”. No cabe duda, pues, de lo que pretendían con la trama rusa.
A uno le gustaría saber qué pensaron los espectadores cuando escucharon esas palabras de Alay y qué piensan ahora. Es posible que, como en muchas otras cuestiones, los nacionalistas sufran también aquí el doblepensar orwelliano. Es posible que crean que los enviados de Puigdemont fueron unos genios al negociar con los enviados de Putin y que, a la vez, toda esta trama sea un invento de la derecha española.
Igual que creen que las empresas nunca se fueron de Cataluña y que, a la vez, Junts está trabajando para que vuelvan. Igual que creen que los líderes del procés no hicieron nada en 2017, como ellos mismos juraron ante el Tribunal Supremo y que, a la vez, confíen en la promesa del “ho tornarem a fer”.
En la mentalidad nacionalista cabe una cosa y la contraria, pero un mínimo de dignidad personal y algo de amor por Cataluña deberían hacer recapacitar a más de uno. Durante una década los líderes separatistas han paseado por el borde del precipicio a toda una sociedad próspera y civilizada. Justificar u olvidar los engaños y las tramas no beneficia, en modo alguno, a Cataluña. La rendición de cuentas es indispensable para poner fin a la mala política y recuperar la confianza en la propia sociedad. No podemos permitirnos otra década perdida.
Mientras la Generalitat y sus satélites buscaban aliados en el extranjero, se olvidaron de solucionar los problemas en casa. Mientras jugaban con fuego, se olvidaron del agua. Y de muchas otras cosas. La educación está en caída libre. El aeropuerto de Barcelona se asalta, pero no se amplía. Las empresas no vuelven. La inseguridad sube y las listas de espera no bajan. Si la sociedad catalana no se articula en defensa de la responsabilidad, los rusos lo volverán a hacer y ya nadie extinguirá el fuego de la discordia.