Nissan y la antidiplomacia económica
La Generalitat y Colau llevan años trabajando para convertir Cataluña en un desierto industrial, aunque la culpa siempre la atribuyan a España o a terceros
El pleno municipal del Ayuntamiento de Barcelona, qué casualidad, reprobó a Francia por una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre unos hechos sucedidos en 2013 cuando Manuel Valls era ministro del Interior, el mismo día que la planta de Nissan en Barcelona encaminaba sus pasos hacia el país vecino.
Colau y sus próximos socios de ERC, después de contribuir bastante para ayudar a Nissan a tomar la decisión de irse tenían que descargar la ira sobre Valls, a quien por cierto Colau le debe el cargo.
¿Qué efecto habrá tenido en la decisión final de Nissan el deseo de la mano derecha de Colau sobre la exterminación de la industria automovilística en Barcelona? ¿Cuál habrá sido el cálculo del ‘riesgo-país’ que los analistas de Nissan habrán realizado tras el anuncio por parte del Gobierno de la derogación de la reforma laboral? ¿Qué consideración habrá merecido a los directivos de Nissan los presupuestos de la Generalitat con una nueva y más exigente fiscalidad sobre la energía que ellos usan para producir? ¿Qué peso habrá tenido en la decisión las imágenes de Barcelona ardiendo el pasado octubre?
Desde 2017 miles de empresas se han ido de Cataluña. Hasta ahora huían al resto de España. A este éxodo, hay que añadir la caída de la inversión exterior en Cataluña y finalmente ha llegado la marcha de empresas allende de nuestras fronteras. Para el independentismo la culpa siempre es de alguien, nunca de ellos.
En 2017 —según nos cuentan Rufián, Junqueras, Torra y Puigdemont— el Rey mutó a teleoperador y llamó a las 5.000 empresas, una por una, para que cogieran el petate y se trasladaran. Ahora la culpa es de Macron y Manuel Valls. Sin duda después de escupir a los franceses, organizarán otra campaña turística para que los galos pasen sus vacaciones en Cataluña.
El independentismo y el populismo colauita son expertos en autoperjudicarnos. Las llamadas «embajadas catalanas» son una herramienta al servicio de la diplomacia económica de otros países. No es difícil imaginar como la diplomacia económica francesa, italiana, alemana o belga difunde en foros internacionales y lugares de influencia y toma de decisiones económicas todas las barbaridades que desde una oficina de una región española, como Cataluña, se dice sobre su propio país, España.
El independentismo y el populismo colauita son expertos en autoperjudicarnos
Una cosa es que públicamente, fuera de Cataluña, nadie haga caso a estas embajadillas y la otra es que nuestros competidores no usen a los enemigos internos de España como aliados de sus intereses. El resultado de la acción exterior de la Generalitat se traduce en hechos como el de Nissan o la mengua de inversiones. El efecto real se puede contabilizar en menos crecimiento económico y menos empleo.
El presupuesto para embajadas recientemente aprobado por el Parlament es de 7 millones más los dos dedicados al chalet de Waterloo. En ningún caso ese dinero va destinado a temas como evitar la marcha de Nissan. El único fin de ese dinero, el único trabajo de todas y cada una de esas oficinas exteriores de la Generalitat es la difamación, la mentira y la propaganda antiespañola. Putin, Erdogan o Maduro aplauden, nada les sale mejor ni más barato.
En los 76 millones de presupuesto de la consejería de Exteriores de la Generalitat no cabe pensar en Nissan, todo se dedica a destruir España. Desde esta perspectiva, la marcha de Nissan, que tanto perjudica a Barcelona y a España en su conjunto, es un éxito de la obtusa perseverancia de la acción exterior independentista.
Entre 2019 y 2020 el consejero de Exteriores ha viajado varias veces a Alemania, Suiza, Bélgica, Portugal, Irlanda, además de a diversos países de la exYugoslavia, Dinamarca, Reino Unido, Estados Unidos, incluso a las Islas Feroe. En ningún caso el fin era económico ni generaba beneficio alguno a los catalanes.
Adeptos al procés
El objetivo de esos viajes y de las oficinas exteriores de la Generalitat siempre es el mismo: captar adeptos para la independencia de Cataluña. En todos los lugares del mundo siempre hay alguien dispuesto a escuchar, aunque sea sin las tan ansiadas cámaras, siempre hay alguien dispuesto a hacer un informe y siempre hay alguien que podrá utilizarlo.
El independentismo cree que sus embajadas debilitan a España y con ello les refuerza a ellos. Pobre gente, no caen en la cuenta que para el resto del mundo, en especial los que a media luz en el hall de un hotel poco concurrido en las afueras de cualquier capital europea les escuchan y les dan ánimos, creen que Cataluña es parte de España, esencial, tan esencial que cuando esa entrevista termina y redactan su informe para dar el empujoncito final para que Nissan salga de Barcelona y se desplace a Francia no dan crédito.