Resulta que el jarabe democrático era fascismo 

Si no queremos oler a fascista tenemos que votar a quienes dicen no oler a fascista

El fascismo vuelve ahora como los perfumes en Navidad. Las elecciones son temporada alta para la venta de colonias con fragancias de libertad, prosperidad y democracia “pour homme” et “ pour femme”. Igual que durante las fiestas navideñas las televisiones se llenan de pequeños frascos de cristal que anuncian con voz vaporosa “eau de parfum”, también los políticos se promocionan con eslóganes a los que solo les falta decir que, si les votas, olerás bien todo el año. Y no solo eso. Serás capaz de descubrir quién ha votado otra opción diferentes a la tuya por el olor a rancio que despedirá. 

Esos, los malolientes que echan una papeleta diferente a la nuestra en la urna, son sencillamente unos fascistas. Así que el secreto está en que podremos conocer las opiniones políticas del otro simplemente por lo que nos dice la nariz, sin necesidad de cruzar una palabra. Eso que nos ahorramos en estos tiempos tan complicados en los que los fascistas se ocultan de tal manera que es imposible distinguirlos.

Y si no es por el olor, sepan ustedes que hay otro pequeño detalle que les delata: el color del voto, que les deja las puntas de los dedos como la nicotina a los fumadores. Así que si se tropieza con uno no se fíe ni de lo que dice, ni cómo viste, ni si es una persona educada o le insulta. El color del voto es lo que vale. Y su olor. Claro. 

Si no queremos oler a fascista tenemos que votar a quienes dicen no oler a fascista. Como los perfumes en Navidad. Si no sabe qué regalar y se le ha echado el tiempo encima, no tiene más que comprar la colonia que sale en el anuncio más repetido de la tele. Que por algo es el que más veces se emite. Porque a fuerza de insistir en que rancios son los otros, los que huelen diferente, acabamos creyendo que la opción correcta es esa: la que deja en el aire un aroma que te hace estar en el lado correcto del muro. 

El secreto está en que podremos conocer las opiniones políticas del otro simplemente por lo que nos dice la nariz, sin necesidad de cruzar una palabra

A mí, por ejemplo, nunca se me hubiera ocurrido pensar que el periodista Bertrand Ndongo fuera un fascista. De hecho hace poco pude verle hablando amigablemente con Gabriel Rufián, que es de los que parece bañarse en agua de progresismo tres veces al día. Pero se ve que Irene Montero tiene mejor olfato que yo y ha dictaminado que sí, que Ndongo es un facha. 

Podrá parecer que Pablo Iglesias es también otro facha. Pero no. Que haya participado en escraches a los que llamaba jarabe democrático o en ataques a quienes querían dar conferencias en la Universidad no le hacen ser como Ndongo, que nunca ha estado, que se sepa, en algo así.

Es más, Iglesias es todo lo contrario. ¿Y saben por qué? Porque él representa el voto de los que han elegido que esas acciones, los escraches, los acosos y los enfrentamiento sean jarabe democrático. De tal manera que cuando son otros los que le aplican a él la misma medicina, esta se convierte en perfume de fascista. Solo las ventosidades propias no molestan.  

El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez. EFE/ Chema Moya
El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez. EFE/ Chema Moya

Es el raca-raca que vamos a escuchar durante los próximos días. Que el fascismo vuelve a amenazar la Europa de las libertades.  El mantra le funcionó al PSOE de Pedro Sánchez en las elecciones generales del año pasado y va a intentarlo de nuevo. A ver si queda algún despistado todavía por ahí que aún no ha mordido el anzuelo.

Le ayudarán en el intento, porque no les queda otra, sus socios de Gobierno, cuyos votantes acabarán siendo absorbidos por un PSOE que representa en estos momentos como nadie la más auténtica y genuina fragancia de la izquierda: un líder que toma decisiones sin pasar por el Parlamento y que asume personalmente la política exterior sin contar con la opinión de la mayoría. 

Ahora se debatirá la ley de amnistía y parecerá que se somete al juicio de todos algo que nunca debería haberse presentado por inconstitucional. Y mientras, Pedro Sánchez asumiendo por su cuenta y riesgo el reconocimiento de Palestina como estado -como antes concedió el Sahara a Marruecos-, la entrega millonaria de armamento a Ucrania y la ruptura de relaciones diplomáticas con Argentina por un asunto de afrenta personal.  

Decisiones todas que deberían haber sido debatidas antes en la sede de la soberanía popular, como ocurre en cualquier país democrático.