El control migratorio, una incapacidad crónica
El drama de los cayucos refleja que en las últimas dos décadas los gobernantes no han aprendido nada sobre los problemas de la migración
Durante mi etapa como corresponsal de TVE en Marruecos conocí en Rabat a un periodista francés, Dominique Mollard, con quien entablé la amistad que se forja en los momentos duros.
Fue en el verano de 2006, cuando estalló la que entonces se dio en llamar “Crisis de los cayucos”. Ese año llegaron a las Islas Canarias más de 30.000 subsaharianos a bordo de esas rústicas embarcaciones.
Empujados por la actualidad un puñado de periodistas, Dominique entre ellos, nos aventuramos a recorrer la costa mauritana y parte de la de Senegal. El objetivo era comprobar quiénes, cómo y dónde se organizaban las salidas de los ilegales que se aventuraban a cruzar más de 1.200 kilómetros para llegar al archipiélago español. La razón, el por qué, no era difícil de adivinar tras comprobar las difíciles condiciones de vida y la falta de futuro de una población mayoritariamente joven.
La arriesgada apuesta de Dominique
Casi todos los periodistas que estuvimos allí tratamos de describir la situación lo mejor posible, pero Dominique, que trabajaba como freelance, es decir, por su cuenta, fue más allá. Contactó con una mafia local y pagó el “pasaje” para subirse a uno de los cayucos. Su objetivo era grabar la travesía mezclado con una treintena de clandestinos.
El destino inicial era la isla del Hierro. Se embarcó con tres pequeñas cámaras (el “por si acaso” es el éxito en periodismo) un teléfono satelital con GPS, para asegurarse el rumbo y la comunicación, y la protección de uno de los ocupantes del cayuco a quien pagó para garantizarse cierta seguridad a bordo. Antes de dirigirse a la playa donde había quedado por la noche, me pidió que no le dijera nada a su mujer si recibía alguna llamada de ella, que él ya le explicaría todo cuando llegara a Canarias.
Está claro que quienes nos gobiernan no han aprendido nada en 17 años sobre el problema de la inmigración
A los pocos días de navegación los dos motores del cayuco se averiaron y quedaron a la deriva. En principio iban a viajar 28 personas, pero la codicia del patrón hizo que se embarcaran ocho más. Durante horas trataron de arreglar los motores, pero lo único que consiguieron fue que los nervios aumentaran casi hasta el enfrentamiento físico. El hacinamiento, la inseguridad de la embarcación a merced de las olas y el riesgo de volcar y morir ahogados provocaron momentos de máxima tensión.
Gracias al teléfono satelital consiguieron contactar con un mercante ruso que navegaba por la zona y que, tras duras negociaciones con Dominique, desvió su ruta para rescatarlos. Todas las vicisitudes de este viaje quedaron plasmadas en un documental titulado “Destino clandestino” que TVE emitió en 2008 y que tendría plena vigencia si se volviera a emitir hoy mismo.
Nada ha cambiado en 17 años
Quizá lo más triste de esta historia que les cuento no sea la dureza del viaje, que al fin y al cabo terminó bien, ni siquiera las razones que empujan a miles de subsaharianos a lanzarse al mar, contadas una y otra vez y en primera persona por quienes son protagonistas del fenómeno migratorio.
Lo más triste, decía, es comprobar que nada ha cambiado 17 años después de que, en 2006, el entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, recorriera varios países de África en busca de colaboración y anunciara el trabajo conjunto de la Guardia Civil y la policía senegalesa para frenar la inmigración ilegal.
Fue también entonces, hace 17 años, cuando la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, pidió al Gobierno de Finlandia, presidente de turno en ese momento de la UE, una mayor implicación comunitaria para ayudar a España en un tema tan complicado.
Pero el destino parece querer reírse de nosotros como país. Porque la segunda crisis migratoria más importante que se registra en Canarias desde entonces se está produciendo ahora, con Pedro Sánchez en la presidencia del Consejo de la UE. En lo que llevamos de 2023 han llegado en cayuco más de 22.000 personas. Y de seguir el ritmo actual es posible que se superen las 31.000 que llegaron en aquel 2006.
Está claro que quienes nos gobiernan no han aprendido nada en 17 años. Porque los problemas se repiten como en el pasado. Todo este tiempo ha servido únicamente para que nuestra sociedad asuma con resignación que seremos nosotros, los ciudadanos de este país, quienes acabaremos pagando las consecuencias de una incapacidad que ya es crónica.