Incumplir y mentir se ha convertido en una virtud política
La sociedad damos por válido que se nos mienta desde el poder y no hacemos nada por evitarlo
El actor Bill Murray dijo: “si le mientes al gobierno es un crimen, si el gobierno te miente a ti es política”. Al parecer, en nuestro país, el presidente del gobierno no para de hacer política. En algunos casos miente, o sea, hace política, a la ciudadanía, y en otros casos sus embustes, o sea, su política, se dirige a otros políticos.
ERC y el PSOE acordaron ceder toda la gestión y recaudación tributaria a Cataluña y para defender el acuerdo todas las terminales mediáticas próximas al gobierno salieron a defender lo pactado con el argumento de que no se iba a cumplir. En resumen, para defender un acuerdo se afirma que el mismo es papel mojado e inaplicable pero que se miente conscientemente para conseguir un fin superior, en este caso una investidura.
No es la primera vez que sucede algo parecido, es más, afirmar que lo firmado no se va a llevar a cabo se ha convertido en un argumento habitual del entorno gubernamental. Si lo que se pacta es la condonación de parte de la deuda del FLA a Cataluña y dicha reducción unilateral de deuda puede afectar a otras comunidades, no hay problema, sale la vicepresidenta Montero y dice que la rebaja se le va a aplicar a todas las CC.AA, luego no se le da a ninguna y tema resuelto. Ha mentido a todos, o sea, ha hecho política.
Que luego se concede una amnistía basada en motivos ideológicos y con el fin de garantizar el acceso a la presidencia del gobierno con la consiguiente crítica de que eso termina con la igualdad ante la ley de los españoles no pasa nada, la lista inacabable de medios afines al gobierno sale en tromba diciendo que la amnistía se aplicará de forma dilatada o parcial para restar importancia al tema. Por lo tanto, el gobierno mintió premeditadamente, hizo política.
El PSOE y el PP pactan la renovación del CGPJ y a los dos minutos desde el gobierno afirman, literalmente, que lo pactado en realidad no es lo que se ha pactado y que el gobierno no está obligado a cumplir su parte del trato porque en el fondo no hay nada acordado. En este caso la victima de hacer política, o sea, de mentir, son el PP y la judicatura.
Ahora el gobierno pacta con el partido al frente de la Generalitat, en funciones, la concesión de algo parecido a un concierto económico y un cupo, y antes de que se haya consumado la contraprestación a cambio del concierto, o sea, la investidura de Illa, los receptores de argumentarios monclovitas ya están diciendo que ya veremos si la agencia tributaria catalana se llega a materializar.
Ante la evidencia de que la entrega de la agencia tributaria a Cataluña es una barbaridad sale más a cuenta decir: “ya sabemos que lo acordado con ERC es una locura, pero en realidad nunca se llevará a la práctica”. Según este prisma la mentira premeditada se ha convertido en una especie de sagacidad política aplaudible. Sánchez no miente, hace política, y el problema es que sus interlocutores van tres pasos por atrás de un presidente al que no percibimos como un mentiroso sino como alguien dotado de un especial sentido para el ejercicio de la política, o sea, de la mentira.
Lo realmente valido hoy es mentir
En resumen, frases como “Puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez o lemas de campaña como “Palabra” de Aznar en 1989 han quedado obsoletos. Lo realmente valido hoy es mentir. Hacer política es un eufemismo de la mentira. Incumplir lo acordado y hacerlo de forma premeditada es válido si sirve a los intereses de quien miente. Dicho interés no es otro que el de mantenerse en el poder.
Incumplir lo acordado y hacerlo de forma premeditada es válido si sirve a los intereses de quien miente
Pedro Sánchez se negó a declarar ante el juez Peinado sobre qué sabia de los negocios de su mujer porque la ley exime al conyugue de declarar contra su marido o mujer. En política sucede algo parecido, si el fin justifica los medios todo es aceptable. Para Sánchez el todo es el poder.
La sociedad damos por válido que se nos mienta desde el poder, no hacemos nada por evitarlo. Es más, una mayoría suficiente de la sociedad, lo acepta. Hemos perdido la capacidad de autoexigencia y de crítica. El temor a perder un subsidio, la indiferencia, la desinformación y la falta de consciencia de qué significa la ciudadanía otorga al poder y a quien lo ostenta la capacidad de usar sus innumerables recursos para mentirnos y también para disuadirnos, en muchos casos coactivamente y otros por autocensura, de que denunciemos la mentira.