No, tener menos hijos no salvará el planeta

Si el coste de preocuparse por el clima es renunciar a tener una familia, este coste será demasiado alto

“Sueño con un mundo con menos hijos, lo que significa menos consumo, menos producción, menos competencia”. Corinne Mayer, autora del polémico ensayo ‘No kid’, incendiaba las redes sociales esta semana tras una entrevista en el diario El Mundo. 

No es la única: “Parece cada vez más claro que vivimos en una época de desestabilización radical de la vida en la Tierra que complica el acto de tener hijos en formas que la sociedad aún no ha afrontado” escribía en un ensayo la escritora asociada a la Universidad de Columbia Meehan Crist.

“Existe un consenso científico en cuanto a que las vidas de los niños serán muy difíciles. Esto hace que la gente se haga la pregunta legítima: ¿está bien tener hijos?” En 2019, la congresista demócrata Alexandra Ocasio Cortez ya lanzaba esta pregunta en un directo en su canal de Instagram, con más de 2,5 millones de seguidores. 

En una encuesta a 10.000 jóvenes de 16 a 25 años en diez países publicada en la revista científica The Lancet, un 39% se mostraba “indeciso” sobre la posibilidad de tener hijos por el cambio climático. En otro estudio realizado por Morning Consult a miles de padres de cinco países que ya tienen hijos, más de la mitad afirmó que la “ansiedad climática” influye en el número de hijos que planean tener en el futuro. 

En 1960, había 3.000 millones de personas en el planeta. El año pasado, la población mundial alcanzó los 8.000 millones. Según una estimación demográfica, el 7% de todas las personas que han vivido alguna vez, desde los orígenes de la humanidad hace unos 200.000 años, todavía están vivas hoy. Las teorías acerca de las consecuencias negativas del crecimiento demográfico no son precisamente nuevas.

Numerosos escritores y pensadores han advertido sobre el crecimiento descontrolado de la población durante siglos, incluso abogando por ideas tan abominables como la esterilización forzosa o la eugenesia. Pero en la última década, las preocupaciones han tomado un cariz más personal y vinculado al consumo y a la responsabilidad ecológica.

Existe incluso un movimiento social que promueve estas ideas. En 2019, la cantante británica Blythe Pepino fundó Birth Strike for Climate o huelga de partos por el clima, una comunidad internacional de mujeres que, pese a querer tener hijos, decidieron juntarse y renunciar a su maternidad para que sus niños no presenciaran el inminente “colapso de la civilización”. 

La mayoría de “intelectuales” que propugnan el antinatalismo climático se encuentran en el 1% de la población mundial con mayor renta. Hace quinientos años, un niño de la familia promedio tenía alrededor de un 40% de posibilidades de morir de alguna enfermedad letal antes de cumplir los cinco años. Si sobrevivía, era forzado a realizar agotadores trabajos agrícolas durante toda su vida sin ninguna esperanza de ganar más que un salario de subsistencia. Si fuera mujer, la podrían casar contra su voluntad con algún hombre al azar entre diez y veinte años mayor que ella. Si fuera hombre, podría ser reclutado para combatir en el frente en alguna guerra fronteriza y morir de un disparo. 

Hoy es probable que los hijos de estos articulistas o activistas vivan en un hogar estable, acudan a una buena universidad y ganen ingresos muy por encima de la media europea o estadounidense. El calentamiento global, pese a ser un problema de calado para lo que queda de siglo, no nos excluye del 1% de las personas más afortunadas de la historia. Es más, si uno considera que un ciudadano de clase media de Boston o Copenhagen no debería tener hijos en 2023 por miedo a ofrecerles una peor calidad de vida, implícitamente insinúa que nadie en los países del hemisferio sur, o antes de 1900, debería haber tenido hijos. 

El niño promedio en un país desarrollado emite alrededor de 1 tonelada métrica de CO2 por año durante la niñez; el adulto medio, unas 15 toneladas durante su edad adulta. Pero si las emisiones disminuyen al mismo ritmo que lo han estado haciendo recientemente, cuando un niño recién nacido cumpla los veinte, habrá reducido sus emisiones a la mitad, 7,5 toneladas. Esto se debe principalmente al abaratamiento de la energía renovable y la descarbonización de la generación eléctrica. Si redondeamos la producción de carbono de un profesional urbano de Madrid o Barcelona a 5 toneladas por año (las emisiones son menores en las ciudades que en las zonas rurales) y suponemos que su hijo vive 90 años, 20 años en casa y 70 como adulto, sus emisiones totales a lo largo de la vida serían de 370 toneladas.

Pero estos cálculos no contemplan el elemento más relevante: el cambio tecnológico. En los próximos años, mejoras importantes en la capacidad de acumulación de las baterías contribuirán de forma significativa a la electrificación y descarbonización de la economía. Mientras escribo este artículo, ya existen prototipos de máquinas en funcionamiento que capturan y almacenan carbono y pueden eliminar una tonelada de CO2 de la atmósfera por 500 euros (Fasihi et al, 2019). Y lo más probable es que estas tecnologías abaraten su coste con bastante celeridad. Cuando tu hijo sea adulto, la eliminación de carbono probablemente costará alrededor de 50 euros por tonelada, diez veces menos. 

Un reciente estudio del Banco de España muestra que una pareja con tres hijos emite aproximadamente sólo un 10% de CO2 más que una sin hijos

Estas nuevas tecnologías, además de otras innovaciones en el campo de la alimentación, como la fermentación de precisión o la agricultura celular, permitirán compensar las emisiones de carbono a lo largo de toda una vida por unas pocas decenas de miles de euros. Solo alguien con serias dudas sobre sus propias habilidades como padre podría llegar a creer que su hijo agregará menos valor que unas pocas decenas de miles de euros, incluso sin ser un científico o ingeniero ambiental. 

Por otro lado, un reciente estudio del Banco de España (Basso et al, 2023) muestra que una pareja con tres hijos emite aproximadamente sólo un 10% de CO2 más que una sin hijos, por cada 1000 euros consumidos (830 kg en lugar de 750 kg), y a partir del tercer hijo, la huella de carbono en relación con el consumo se estabiliza. Es decir, existen economías de escala en la intensidad de emisiones, especialmente en el consumo energético doméstico. 

Un movimiento climático que adopte el sacrificio como respuesta está condenado al fracaso. Nos enfrentamos a un problema político y tecnológico, no a un problema físico. Si el coste de preocuparse por el clima es renunciar a tener una familia, este coste será demasiado alto. 

Descarbonizar la sociedad es abrazar un mundo mejor, también para nuestros hijos. Los coches eléctricos aceleran más rápido. Una casa bien aislada es más cálida. Las estufas de inducción no llenan el hogar de micropartículas asociadas al asma infantil y el deterioro cognitivo en adultos. El viento no deja de soplar por los delirios de un autócrata ruso. No, tener menos hijos no salvará el planeta. Los jóvenes no somos consumidores pasivos sino agentes de cambio. El mundo que habitamos está cambiando porque nosotros lo estamos cambiando.