Hasta el rabo, todo es “Ternera”
"Lo que resulta indigesto es escuchar a Évole hablar de ‘Ternera’ sin atreverse a llamarlo terrorista, asesino o criminal. Ahí se percibe que el objetivo que se busca va más allá de lo que a simple vista parece"
Cuando Jordi Évole anunció que su documental-entrevista sobre Josu Urrutikoetxea, “Josu Ternera”, iba a ser presentado en el Festival de Cine de San Sebastián, algo dentro de mí hizo que me pusiera en guardia. Al principio no estaba muy seguro de lo que me pasaba, pero por lo visto una alarma parecida se encendió en otros que tienen la capacidad de explicarlo todo con el tino y la precisión que a mí me faltan.
Hablo de Antonio Muñoz Molina quien, en un excelente artículo sobre el citado documental, venía a decir que cuando el pescado huele mal, no hace falta probarlo. Según el escritor granadino, el olor a podrido es una alarma biológica que la evolución incrustó en el cerebro primitivo de nuestros antecesores. El olfato percibe lo que no llega a advertir la mirada, y no precisa la lejanía del tacto, y previene de un peligro que captaría demasiado tarde el paladar.
Y esto fue exactamente lo que me pasó cuando escuché decir, tanto a Évole como al director del Festival de Cine, José Luis Rebordinos, que el certamen donostiarra era el lugar perfecto para exhibir un documental que tiene como protagonista -esto lo digo yo- a un asesino despiadado de ETA y a un entrevistador cuya seña de identidad es polemizar desde el cinismo más provocador.
Mi sentido del olfato me decía que algo podrido se había cocido. Y así lo dije, pero ellos insistían: “no puedes criticarlo sin haberlo visto”. O lo que es lo mismo, si no lo pruebas, no puedes decir que está malo. Este era el argumento de la oficialidad: no se puede censurar sin ver antes. Y yo me sentía como el comensal a quien el camarero le dice que pruebe el pescado, que el mal olor que desprende no deja de ser un matiz discutible. Y ya se sabe, nada peor que comportarse como un maleducado intransigente que se niega a comer lo que le ponen en la mesa del Festival.
O lo que es lo mismo, si no lo pruebas, no puedes decir que está malo
Así que fuimos 514 “maleducados” (ni 515 ni 513) los que pedimos públicamente que se retirara de la circulación el pescado que a nosotros nos olía mal. Bien es cierto que nos podíamos haber limitado a no probarlo y a recomendar a nuestros familiares y amigos más cercanos que evitaran participar de esa comida. Hay quien cree que cada uno es libre de meterse en el estómago lo que quiera y que impedir que lo haga es limitar su libertad. Y posiblemente es cierto. Pero no es menos verdad que también es un ejercicio de libertad y hasta de responsabilidad advertir del olor a putrefacto que sale de algunas cocinas que compran su materia prima con dinero público.
El primer olor a rancio lo desprendió Évole nada más destapar el puchero, cuando en la presentación dijo que el documental “No me llame Ternera” tenía un objetivo didáctico: explicar una etapa oscura que desconocemos. Es decir, que un terrorista que no se arrepiente de los asesinatos cometidos nos iba a aclarar algo que nunca antes pudimos entender.
Delante de “Ternera” incluso Évole notó el olor a podrido con más intensidad. Pero ya era tarde: “Ternera me ha decepcionado, creía que iba a ser más conciliador”. Por lo visto, el entrevistador esperaba que un asesino le diera “razones” para comprender por qué hizo volar por los aires a hombres, mujeres y niños inocentes. “Queríamos tener el punto de vista que jamás habíamos visto, el punto de vista de ETA”. Pero en su maloliente ingenuidad, Évole dice que se ha encontrado con un militante fanático, una persona a la que, por otro lado, no puede definir porque no conoce lo suficiente.
Ha quedado claro ahora que no todas las podredumbres huelen igual ni todos los estómagos digieren las mismas cosas.
Sospecho que el director del Festival de Cine de San Sebastián nunca explicará de verdad las razones últimas o incluso las presiones que le han llevado a proyectar esta entrevista, especialmente después de las declaraciones que el pasado junio hizo en la Academia de Cine en Madrid, donde aseguró que el fascismo nunca tendría cabida en el Festival. Ha quedado claro ahora que no todas las podredumbres huelen igual ni todos los estómagos digieren las mismas cosas.
En el caso de Évole la duda entraña aún más riesgo, porque solo alguien empujado por la ignorancia o con intenciones ocultas se presenta en la ciudad más castigada por ETA para contar en su Festival, de boca de un asesino, por qué hemos vivido como hemos vivido y muchos fueron asesinados como fueron asesinados. Algunos de los que han visto la entrevista se han apresurado a decir que no se blanquea a ETA. Vamos, que no sale sarpullido si te la comes. Pero lo que resulta de verdad indigesto es escuchar a Évole hablar de “Ternera” sin atreverse a llamarlo terrorista, asesino o criminal.
Es entonces cuando se percibe con claridad que el objetivo que se busca al programar este documental va más allá de lo que a simple vista parece. Y quizá no sea tanto blanquear a ETA como a quienes en su día negociaron con su dirección, los mismos, me atrevo a decir, que han hecho posible esta entrevista.
Pero esto no se sabrá, porque como en tantas otras cosas, hasta el rabo, todo es “Ternera”.