De qué habla cuando habla de Lamborghinis
No rendir cuentas, ésa es la clave para entender la política del sanchismo, el más exitoso y tóxico de los populismos hispanos
Lejos del liberalismo que, a través de la negociación y el pacto, permite la concordia en una sociedad plural, el populismo es resentimiento inducido y conflicto irresoluble. En él no hay adversarios. Sólo existen enemigos. No hay ciudadanos, sino pueblo convertido en masa obediente.
Sólo el líder interpreta la voluntad del colectivo. Así, nadie debe oponerse a sus “cambios de opinión”. Una cosa y la contraria son verdad si son pronunciadas por él. No hay hemeroteca que valga. Si algo no se controla, se cierra. Y si no se puede cerrar, se margina.
El populismo no sólo es una retórica cargada de demagogia, es también un programa político enemistado con el liberalismo y peligroso para la democracia. Es tribalismo contra pluralismo. Es la exageración y la mentira contra lo razonable y lo posible.
Es la invención de enemigos y el ocultamiento de las soluciones. Es la fragmentación de una sociedad, cuyas fallas se ensanchan dinamitando cualquier idea de bien común. Es, en definitiva, una política de miedo y odio, sin debate racional posible y, sobre todo, sin rendición de cuentas.
No rendir cuentas, ésa es la clave para entender la política del sanchismo, el más exitoso y tóxico de los populismos hispanos. Ha alcanzado el poder y no va a permitir la alternancia. Habla de Lamborghinis -ése es el discurso-, pero pretende laminar el resto de los poderes -ése el programa. Puro populismo. Destrucción de todo límite o control, es decir, de los guardarraíles que evitan que la democracia se despeñe por el barranco del autoritarismo.
Este tipo de política no es exclusivo de latitudes tropicales. Para nada. Pedro Sánchez ya ha anunciado al PSOE que piensa gobernar España “sin el concurso del poder legislativo”. No fue un lapsus. Lo llevaba escrito. Fue el reconocimiento del programa populista. Va a cara descubierta intentando consolidar un ejecutivo despótico. Si seguimos así, de la democracia sólo quedará el nombre y, con suerte, las elecciones. Nicolás Maduro acabará envidiándole.
«El populismo no sólo es una retórica cargada de demagogia, es también un programa político enemistado con el liberalismo y peligroso para la democracia»
La declaración de intenciones se hizo viral, normal, pero sorprende que sorprenda cuando Sánchez siempre ha demostrado que la única votación del Congreso que realmente le importa es su investidura. El resto le trae sin cuidado. Este año ni siquiera ha presentado un proyecto de presupuestos generales del Estado. Idolatra el poder. No ha venido a gestionar. Ha venido a imponer.
Sánchez sigue el relato zapateril, levantando muros imaginarios entre españoles con efectos muy reales sobre la convivencia. Mientras acusa de fascismo a toda oposición e inventa falsos dilemas, como el de los lamborghinis y el transporte público, desmantela impunemente el legado de la Transición democrática. Comparar Sánchez con Maduro es, lamentablemente, cada día menos hiperbólico.
«Subvencionar el victimismo»
En todo caso, Sánchez es más hábil que ese comunista que, como un yonki, viste chándal sin tener pinta de hacer deporte. El presidente español no necesita echar mano de la represión física. No pocos españoles están dispuestos a colaborar en la degradación de las instituciones públicas y, al mismo tiempo, sentirse moralmente superiores. Sí, una sociedad informada y educada puede estropearse en muy poco tiempo. Lo vimos con el procés y la consecuente decadencia de Cataluña.
Ahora es peor. El PSOE es una maquinaria de poder más voraz e inteligente que los separatismos. Subvencionan el victimismo y el resentimiento. Lamborghini delenda est, claman; pero actúan contra los periodistas, los jueces y los legisladores. Reivindican y acaparan más y más poder.
Anestesian la conciencia de unos militantes que confunden a su secretario general con un “puto amo”. Más siervos que ciudadanos, aplauden y jalean al amado líder mientras éste pacta con el separatismo el fin de la igualdad entre los españoles, el fin de cualquier principio socialdemócrata.