Ha sido niño

"En política, las decisiones que, además de circunstanciales, son oportunistas, las carga el diablo"

Ayer me fui a la cama después de haber recibido, y leído, dos mensajes de amigos. El primero incluía la solicitud de pleno extraordinario, dirigido al presidente del Consejo General del Poder Judicial, por unos vocales del mismo. El segundo adjuntaba una recopilación de pasadas aseveraciones de miembros del actual gobierno en funciones, incluido su presidente, descartando que se pudiera conceder la amnistía. Destaca la “actuación” del siempre histriónico Iceta, que en esta ocasión se supera a sí mismo, rozando la payasada. Las tres negaciones de Pedro antes de que cantara el gallo son, en comparación, calderilla. Entre tocayos anda la cosa. He tenido un sueño agitado. Eso me pasa por cometer excesos.

La solicitud de los referidos vocales entiendo que, en primer lugar, viene a cuento de unas recientes declaraciones de Pedro Sánchez (28 de octubre), en las que confirma lo que ya estaba prácticamente asumido: se ha pactado una ley con diversos partidos políticos, incluyendo los más directamente implicados en los hechos que tuvieron lugar en Cataluña en el otoño de 2017, exonerando a los concernidos mediante una ley de amnistía. Posteriores noticias parecen indicar que también los encausados o condenados por los disturbios de octubre de 2019, serían beneficiados por la ley mencionada.

En esas declaraciones, el presidente del gobierno en funciones cambia radicalmente su argumentación para justificar la medida. Si hasta ahora hablaba de cosas como cerrar heridas y crear concordia, ahora afirma que se hace en “interés de España”, ya que sin dicha ley habría posibilidad de una repetición electoral y, en este caso, se podría formar un gobierno de derechas. En román paladino, se trata de impedir que se forme dicho gobierno.

En román paladino, se trata de impedir que se forme dicho gobierno.

El cambio de la argumentación es radical y, a mi parecer, extremadamente grave. La primera explicación podía ser asumida, por una parte, de la ciudadanía, siempre que se olvidara que a los sediciosos de 2017 y 2019 no los mueve precisamente ningún espíritu de concordia, ya que han dejado claro que pretenden repetir la jugada. Para aceptar la segunda, las tragaderas deben ser mucho mayores.

En un estado constitucional y de derecho, lo normal para impedir que gobierne el contrincante político, es decir, la alternativa, es presentarse con un programa electoral convincente, que anule el del partido o partidos rivales. Sánchez sugiere ahora un mecanismo sustitutivo y la pregunta que me asalta es si aceptaría adicionalmente otros y cuál, a su entender, es el límite de esos mecanismos, digamos “peculiares”.

Sinceramente, y colocándome en una posición no desfavorable para él, diría que ha cometido un grave error. Cualquier asesor le podría haber dicho que el argumento de hacer pelillos a la mar con lo sucedido en Cataluña en tiempos recientes, es mucho más vendible que el actual. La única explicación que se me ocurre, es que algún sondeo le indicara que mayoritariamente la ciudadanía no cree que la amnistía sirva para encauzar el problema. Y haya decidido tocar a rebato.

Captura de vídeo que muestra al secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante la consulta telemática a la militancia sobre el pacto de Gobierno con Sumar y otros pactos necesarios con otros partidos como Junts y ERC para la investidura. EFE/ PSOE

Ahora bien, se esté a favor o en contra de la amnistía, es innegable que se trata de una cuestión de estado. Y lo que hace ahora es decir descaradamente que hay un trueque: hacer todas las concesiones necesarias en la mayor, para conseguir un objetivo circunstancial, en el que está especialmente interesado: bloquear la posible alternancia. O sea, seguir ostentando el poder. Un precio, pues muy elevado. Una gran imprudencia. Ha jugado muy fuerte, dejándose llevar, posiblemente, por la soberbia.

Ha jugado muy fuerte, dejándose llevar, posiblemente, por la soberbia.

Como soy algo masoquista, he repetido la jugada, que me volverá a provocar una noche inquieta, y he ojeado el acuerdo entre el PSOE y ERC. De entrada, ya es alarmante el primer párrafo, cuando habla de dos gobiernos, lo que presupone bilateralidad. Es decir, implícitamente Cataluña, mediante su gobierno, se convierte en un sujeto político diferente a España. Algo se oteaba cuando se creó la famosa comisión de diálogo. Ahora se evidencia.

Encima, Aragonès y los suyos se abrogan la representación de todos los catalanes, cuando es evidente que, con su delirio, representan, como mucho, al 50% de la ciudadanía. Lo dije entonces en este medio y lo digo ahora: si ha de haber mesa de diálogo, ha de ser a tres bandas, de manera que los catalanes no nacionalistas y que, sobre todo, estamos en contra del proceso independentista, tengamos una voz propia.

Adicionalmente, añado que, a mi parecer, el acuerdo firmado por el PSOE y ERC, dejando aparte el peaje en forma de condonación de deuda (peix al cove), tiene dos vertientes muy diferentes. En primer lugar, por supuesto, la ley de amnistía, una verdadera carga de profundidad contra la estructura del Estado y su división de poderes, ya que pone en cuestión el poder judicial y al propio Jefe del Estado. Recuérdese su discurso del 3 de octubre de 2017.

La segunda vertiente importante es la cesión de la red ferroviaria de cercanías. En un país normal se podría argumentar que se trataría de acercar la administración a los administrados, de mejorar la eficacia de la gestión, etc. Pero como este país de normal hace ya tiempo que no tiene nada, hay que leer la cesión como un paso más en la desaparición de las estructuras comunes, desaparición a la que contribuyó brillantemente José M.ª Aznar con su Pacto del Majestic. Quien lo diría en este momento, en el que se rasga las vestiduras. En resumen, levando anclas paso a paso. Queda por ver lo que se le va a dar además a Puigdemont y los suyos, dado que hoy han rechazado firmar el acuerdo. Hay agonías muy lentas.

Vayamos ahora al niño. El 31 de octubre de 1917 (primera coincidencia de fechas) hubo una reunión del gabinete de guerra británico para debatir la conveniencia de hacerle un guiño al sionismo, mediante la que fue la Declaración Balfour. El científico y dirigente sionista Jaim Weizmann estaba aguardando impaciente en una sala inmediata. Mark Sykes, quien había firmado un año antes el reparto del Medio Oriente con François Georges-Picot, representante de Francia, le dio la buena noticia: “Dr. Weizmann, ha sido niño”. ¿Quién ha comunicado el sexo del recién nacido a Puigdemont?

El 2 de noviembre (segunda coincidencia de fechas) Balfour enviaba la famosa carta al barón Rothschild, en la que el Reino Unido se comprometía a crear un hogar nacional judío en Palestina. También en este caso hubo el trueque entre una decisión circunstancial, la promesa, y una cuestión de estado, el apoyo sionista y su influencia sobre Wilson, presidente de los EEUU, a fin de ganar la guerra. La decisión circunstancial ha provocado uno de los conflictos más sangrientos y prolongados de la historia reciente. Lo estamos viendo estos días.  En política, las decisiones que, además de circunstanciales, son oportunistas, las carga el diablo.

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