¿Ha muerto el procés? 

El pasado domingo, tras el cierre de los colegios electorales en Cataluña, no pocos se apresuraron a certificar la muerte del procés

Durante la última década, la política catalana se ha centrado más en el circo que en el pan. Para los políticos separatistas, había más jornadas históricas que días laborables. Los sueños de grandeza de unos pocos se financiaban con el dinero de todos. La épica nacionalista olvidó la compleja realidad catalana y, finalmente, han llegado las consecuencias de tanta irresponsabilidad: el pan empieza a escasear, y el circo ya aburre demasiado. Al truco se le ve la trampa. El procés era decadencia sin independencia. 

Estamos tan hartos de la turra amarilla que, en un primer análisis del resultado de las elecciones catalanas, podríamos confundir deseos con realidad. El pasado domingo, tras el cierre de los colegios electorales en Cataluña, no pocos se apresuraron a certificar la muerte del procés. Por primera vez, es verdad, los partidos nacionalistas habían perdido la mayoría de los escaños del Parlament. Es un dato objetivo: Junts, ERC, CUP y Aliança Catalana sólo suman 61 diputados, muy lejos de la mayoría absoluta (68). Sí, el independentismo ha perdido, pero el constitucionalismo no ha ganado, ya que la previsible traición socialista puede hacer realidad la ensoñación sediciosa. 

Los resultados serán difíciles de digerir para el separatismo. No cabe duda. Estos partidos van a vivir momentos internamente convulsos, sobre todo ERC. Tras el adiós de Pere Aragonès, Oriol Junqueras ha sufrido la rebelión de sus tribus. La debacle republicana evidencia que la organización nunca fue tan sólida como parecía. Y algo deberá moverse también en Junts. El discurso psicodélico de Carles Puigdemont ha vuelto a fracasar. El prófugo, conocido como president legítim por sus fieles, nunca ha ganado unas elecciones catalanas. A la tercera tampoco le ha venido la vencida.  

El candidato del PSC a la Presidencia de la Generalitat.
El candidato del PSC a la Presidencia de la Generalitat. Foto: EFE/ Fernando Villar

Con todo, debe señalarse que, dentro del bloque explícitamente independentista, han ganado los más radicales, no los mínimamente pragmáticos. Se ha premiado al que se fugó y no al que asumió las consecuencias de sus actos delictivos. No hay apaciguamiento. La minoría es cada vez más dura. Y, ojo, la abstención en el separatismo puede llegar a interpretarse, por parte de ERC y Junts, como un castigo por las ilusiones frustradas. Gran parte del separatismo se siente engañado y cree que sus líderes solo se preocupan por resolver cuestiones personales y no aprovechan la falta de principios de Pedro Sánchez para obtener un botín mayor. 

Sea por unas razones o por otras, el separatismo no suma, pero no echemos las campanas al vuelo: el PSC más procesista y sanchista -valga la redundancia- sigue ahí. El votante de Salvador Illa es cada vez más parecido al de ERC. A veces he definido el PSC como el partido del separatismo lento pero seguro. Los socialistas no ofrecen concordia, sino inmersión lingüística e impunidad jurídica. Ofrecen una Generalitat al servicio del nacionalismo y la retirada del Estado de Cataluña. Y, por eso, más de un nacionalista ha visto en Illa su voto más útil para alcanzar sus objetivos finales. 

La gran mayoría de los catalanes que acudieron a las urnas quisieron poner fin al procés. Y ese anhelo podría hacerse realidad si en el PSC hubiera un mínimo de coraje político y se atrevieran a explorar una vía tan esperanzadora como inédita: un govern sin partidos separatistas, un govern independiente de los independentistas. La aritmética parlamentaria lo hace posible. Es el auge del Partido Popular lo que permitiría el cambio real. Los de Alejandro Fernández han quintuplicado el número de escaños. Y no solo han crecido más que nadie, lo ha hecho ganando centralidad y transversalidad.  

Lamentablemente, Illa no contravendrá los intereses personales de Pedro Sánchez; su prioridad será seducir a ERC y/o Junts

Con la antingua Convergència convertida en un desquiciado movimiento personalista y con un PSC cada vez más nacionalista, el Partido Popular no ha tocado, para nada, techo en Cataluña. El crecimiento de este partido ha sido histórico, pero la oportunidad que se le abre por delante es aún más histórica. Ya fue decisivo en el ayuntamiento de Barcelona para echar a Ada Colau y, al mismo tiempo, evitar un gobierno municipal al servicio de Waterloo. Pronto podría ser también decisivo en Cataluña. 

No obstante, no parece que esto vaya a ocurrir ahora mismo, ya que el PSC ha cerrado la puerta a esa “nueva etapa” que prometió en campaña. ¡¿Sanchistas mintiendo?! Son el principal obstáculo para la rectificación que Cataluña necesita, ya que del procés sólo se sale mandando al separatismo a la oposición, no gobernando con ellos para seguir alimentando el monstruo. Lamentablemente, Illa no contravendrá los intereses personales de Pedro Sánchez; su prioridad será seducir a ERC y/o Junts. Será más de lo mismo o peor. Porque Pedro Sánchez depende de los separatistas. Porque Sánchez es el procés personificado. Es engaño masivo y discordia instigada desde el poder. 

En definitiva, el PSC nos dará dos tazas de procés tóxico, si no se lleva un tremendo varapalo en las próximas elecciones europeas. Para poder gobernar con los separatistas, el socialismo acabará cediendo lo impensable. La paradoja está servida: la traición del PSC podría convertir la derrota de Junts y ERC en una gran victoria del separatismo real. Tras perder la mayoría parlamentaria, los protagonistas del procés podrían conseguir ahora el referéndum.  

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