Un Govern de concentración no es la solución
La posibilidad de un Govern de concentración con la que algunos portavoces políticos se manejan tiene las dudas evidentes de cosechar un escenario casi imposible
Todo pendiente de unos resultados que pueden ser diabólicos. Democráticos, por supuesto, pero imposibles. Quiero decir que, de aquello que pueda salir, no propicie un gobierno. Al fin es de lo que se trata. Lo tienen asumido casi todos, aunque los tracking electorales que no hacen público los partidos son muy peligrosos, sobre todo cuando existe una parte importante de la sociedad que no tiene decidido su voto.
La posibilidad de un Govern de concentración con la que algunos portavoces políticos se manejan tiene las dudas evidentes de cosechar un escenario casi imposible. Esos mismos voceros, como los califican en Latinoamérica, argumentan que sería la fórmula de pasar página. Pero eso solo es teoría.
Hablamos de una empatía inexistente en la política catalana y que, de existir, precisaría de mucho más tiempo. El resquemor que llevan en las venas los partidos viene de lejos. Y existe entre todos. En particular entre JxCat y ERC, que puede parecer paradójica, pero muy real.
El resultado que acabo de relatar sitúa a Puigdemont otra vez vivo y a Pere Aragonés herido, escenario que aprovecharía Oriol Junqueras
Es cierto que hay diferencias entre un gobierno tripartito y uno de concentración. Lo cierto es que necesitaría de mucha más sintonía una fusión de este tipo que una coalición política. Será imposible superar el llamado ‘procés’ sentando en una misma mesa a consellers de formaciones enfrentadas hasta hace poco.
El otro escenario, que asume la victoria de Salvador Illa, visualiza al socialista sin poder formar gobierno debido a los resultados. Una victoria del PSC dejando a Puigdemont en segunda posición y a ERC en un debilitado tercer puesto, abre demasiadas expectativas de vuelta a atrás.
La superación del ‘procés’ pasa porque dos de sus máximos líderes den un paso para atrás y dejen a un nuevo grupo de políticos liderar sus partidos. Sin embargo, el resultado que acabo de relatar sitúa a Puigdemont otra vez vivo y a Pere Aragonés herido, escenario que aprovecharía Oriol Junqueras para reclamar el lugar de la Historia que él considera le había prometido. Mala foto, imposible de gestionar. Algo así, con resultados no claros y números indecisos, conduce a la política catalana a unas nuevas elecciones.
Y ese es el peligro: unos resultados poco definidos que explican una sociedad desconcertada y no decidida a superar los pegajosos últimos diez años. Aunque la razón pueda ser una baja participación, no será excusa.
Por su lado, Illa no lo ha puesto fácil. Cometió un error o se arriesgó en exceso al dejar entrever que podía llegar acuerdos con Puigdemont. El error lo solventó asegurando unas horas más tarde que el de JxCat había demostrado que se encontraba en otro espacio político. Fue un riesgo inútil. Un mal consejo. Si existe algo fundamental en las políticas que nos comemos en Cataluña es que las ideas deben ser muy claras. Pocas dudas que después se distorsionan.
Dudas de forma muy directa en aquellos que no tienen claro el voto al PSC y, en concreto, desde la propuesta de Pedro Sánchez con la ley de amnistía que, por cierto, de momento no se la espera y deja todo mucho más enredado.
Los indecisos decidirán. Sólo tienen una semana. Habrá que estar atentos a los errores. A los gordos. En eso estamos.