Los gobiernos pasan, los partidos permanecen
A Pedro Sánchez no parece importarle el sacrificio de las siglas de su partido si a cambio consigue aliados suficientes como para desplazar al PP y seguir en la Moncloa
El Gobierno de perdedores formado por Pedro Sánchez a raíz de los resultados electorales del 23-J solo podía traer una cosa buena: abundante material para escribir crónicas. Desde el punto de vista periodístico es un chollo la estrategia “sanchista” de tapar un escándalo con otro más gordo.
Este Gobierno es un filón para columnistas y comentaristas, salvo para los que forman parte del “equipo de opinión sincronizada” de la Moncloa, que cobran para poner sordina a cuanto sucede. Lo han intentado con el descalabro socialista en las elecciones gallegas y lo volverán a hacer en las europeas y en las vascas, que son las próximas, donde todo apunta a una dura pugna entre el PNV y EH-Bildu por el primer puesto. Y Sánchez, según ha dicho, quiere consolidar el liderazgo de estas fuerzas por encima de su propio partido.
En cualquier caso el nacionalismo soberanista será mayoritario en Euskadi y, a diferencia de lo sucedido en Galicia, aquí no habrá una fuerza constitucionalista capaz de frenar esa deriva radical asentada ya entre los vascos. El PP del País Vasco, en horas bajas desde hace demasiado tiempo, bastante ha tenido con superar sus crisis internas y el ninguneo practicado desde Génova cada vez que han necesitado al PNV para Gobernar en Madrid. De aquellos polvos estos lodos. Es posible, aunque no estoy del todo seguro, que la traición a Rajoy para investir a Sánchez haya marcado un antes y un después en la forma de relacionarse con el partido de Andoni Ortúzar.
El caso de los socialistas vascos es otro. Han sido eternos aliados y socios minoritarios del gobierno del PNV en Vitoria. Una especie de muleta en la que los jeltzales se apoyan con comodidad cuando la necesitan a cambio, entre otras muchas cosas, de entregar sus votos a Pedro Sánchez en Madrid para que pueda gobernar su Frankenstein. Esta especie de simbiosis entre ambas fuerzas ha hecho que los socialistas vascos experimenten una constante mutación nacionalista que, lógicamente, solo beneficia a los nacionalistas.
La necesidad del presidente del Gobierno de pactar con los independentismos periféricos ha debilitado seriamente a los socialistas en esas comunidades
Es un fenómeno similar al que hemos podido ver en las elecciones gallegas: El PSOE de Sánchez ha preferido apoyar al BNG por encima de sus propias siglas del PSG con la intención de sumar una mayoría capaz de desplazar al PP. Pero no solo han fracasado en el intento, sino que por el camino han dejado destrozados a los socialistas gallegos con los peores resultados de su historia. Se podría decir que si el socialismo trató en algún momento de frenar al nacionalismo, ahora se ha convertido en su Red Bull. Le da alas.
A Pedro Sánchez no parece importarle el sacrificio de las siglas de su partido si a cambio consigue aliados suficientes como para desplazar al PP y seguir en la Moncloa. Su interés personal está por encima de lo que representa una formación con casi 150 años de historia que ha sido fundamental en distintas etapas de la historia de nuestro país.
La necesidad del presidente del Gobierno de pactar con los independentismos periféricos ha debilitado seriamente a los socialistas en esas comunidades. Ha pasado en Galicia, pasará en el País Vasco en breve y se repetirá la historia en Cataluña. Si a esto le añadimos la pérdida de poder autonómico del PSOE, superado ampliamente en el conjunto de España por el PP, podemos decir, sin pecar de alarmistas, que el “sanchismo” tiene un futuro complicado.
Los socialistas históricos, los llamados del “Antiguo Testamento”, observan impotentes cómo su añorado partido se desfigura. Parece estar en liquidación por cambio de negocio. Y los más pesimistas se aventuran incluso a hablar de desaparición una vez que su líder se busque una salida personal y abandone la formación. Se produciría así uno de los temores más extendidos entre los militantes de cualquier partido político: que los personalismos arruinen un proyecto colectivo de amplio respaldo social.
Muchos veteranos militantes del PSOE se estarán acordando estos días de cómo Xabier Arzalluz, histórico líder ya desaparecido del PNV, afrontó una de las crisis más graves del partido que presidía. Corría 1984 cuando Carlos Garaikoetxea, lehendakari del Gobierno Vasco y miembro también del PNV, echó un pulso a Arzalluz en un intento por dotar de más poder al Ejecutivo que presidía en detrimento del sistema tradicional del PNV, que se lo daba a las diputaciones.
Había un trasfondo de lucha personalista, de pelea de gallos por ver si mandaba más el partido o el Gobierno. Finalmente se impuso Arzalluz. Garaikoetxea salió del PNV y creó otro partido (Eusko Alkartasuna). El PNV se escindió pero consiguió mantener luego su tradicional hegemonía. Arzalluz acuñó entonces una frase que, como digo, muchos socialistas recordarán ahora con nostalgia: “Los gobiernos pasan, los partidos permanecen”. Claro que eran otros tiempos y otro partido.