El Gobierno es una máquina engrasada para hacer ruido
Tenemos un Gobierno sin capacidad de gestión, sin margen de maniobra para afrontar los retos que aparecen en el horizonte y que nos comprometen como europeos
Como los ejércitos napoleónicos que hacían redoblar los tambores para parecer más numerosos de lo que realmente eran, así se mueve el Gobierno de Pedro Sánchez. Ruido, mucho ruido y polémica un día sí y otro también. Sin presupuestos, en minoría parlamentaria y con una capacidad de negociación limitada a los caprichos y exigencias del prófugo Puigdemont, el presidente busca en la confrontación y la polarización social el combustible político que lo lleve hasta 2027.
Se podría decir que los asesores de la Moncloa son, en estos momentos, lo más parecido a los fogoneros del Titanic. Necesitan mantener la presión en la caldera a base de meter paladas y paladas de carbón para seguir con la ilusión de que el paquebote navega a pleno rendimiento. Así que los pobres ministros-candidatos-autonómicos van echando humo de mitin en mitin, tratando de compaginar el cargo en el Gobierno con la pelea regional. Un frenesí de eslóganes y mensajes tan bestias y contradictorios que quien los pronuncia un día se ve obligado a desmentirse a sí mismo al siguiente.
Lo último, las palabras de María Jesús Montero sobre la presunción de inocencia a propósito del caso de Dani Alves: “Qué vergüenza que la presunción de inocencia esté por delante de mujeres jóvenes que denuncian a los poderosos”, dijo la vicepresidenta de manera tan escandalosa que solo el Partido Popular lo pudo poner en sus labios. Porque, si alguien del Gobierno dice algo que es unánimemente rechazado, es porque se trata de una tergiversación del PP. Y punto.
El Gobierno se ha convertido así, a falta de otras opciones, en una maquinaria perfectamente engrasada para hacer ruido. Mucho ruido. ¿Que se lanza un mensaje y, lejos de conseguir el consenso, se enciende una controversia? Pues se aprovecha la inercia de la bronca para colocar al adversario político en el ojo del huracán. Y a por otra. Es lo que tiene contar con el apoyo de una legión de medios adiestrados en seguir la pista a la improvisación del Gobierno y a los mensajes de usar y tirar.
Ahora toca atacar a las universidades privadas para generar controversia y evidenciar la obsesión por resucitar una lucha de clases que ya quedó desfasada el siglo pasado. “No podemos permitir que alguien se compre el título y la formación compitiendo con el hijo del trabajador.” Otra frase de María Jesús Montero que busca mármol. Me refiero a la frase. La vicepresidenta ya ha demostrado tener propiedades marmóreas a la hora de explicar lo inexplicable. El problema es que el propio Pedro Sánchez, con su trayectoria académica en centros privados, queda en evidencia. ¿Qué hacemos con el presidente? ¿Le pedimos el título de vuelta por haberlo “comprado”? Es todo tan absurdo que produce vergüenza ajena escuchar los argumentos del Gobierno en esta artificial polémica.
En la narrativa del Gobierno, todo se reduce a un enfrentamiento artificial entre ricos y pobres, como si estuviéramos en una novela de Dickens y no en la España del siglo XXI
Pero este ataque a las universidades privadas no es un desliz aislado. Forma parte de una estrategia más amplia: abrir frentes de conflicto con las comunidades autónomas gobernadas por el PP, con Madrid como objetivo predilecto. Isabel Díaz Ayuso lo considera un asalto a la libertad educativa y a un modelo que, lejos de ser elitista, es una necesidad para la región. Y tiene razón en señalar la contradicción: mientras Sánchez y Montero demonizan lo privado, olvidan que miles de familias de clase media optan por estas instituciones no por capricho, sino por necesidad o preferencia. Pero, en la narrativa del Gobierno, todo se reduce a un enfrentamiento artificial entre ricos y pobres, como si estuviéramos en una novela de Dickens y no en la España del siglo XXI.
Resucitar la lucha de clases es un viejo recurso que huele a naftalina, pero sirve para polarizar el debate: universidades privadas como chiringuitos, jueces que no entienden la “justicia social”, comunidades del PP como bastiones de privilegio… Todo encaja en un guion diseñado para el enfrentamiento ideológico perpetuo. Tenemos un Gobierno sin capacidad de gestión, sin margen de maniobra para afrontar los retos que aparecen en el horizonte y que nos comprometen como europeos. Pero tiene, en cambio, una eficacia más que probada para hacer ruido y generar tensión. Ya se lo dijo ZP a Iñaki Gabilondo: “Nos conviene que haya tensión.” Y de ahí viene todo.