¡Fuera charnegos!
¿Por qué el nacionalismo catalán mantiene tan malas relaciones con los charnegos, con los castellanohablantes, con los forasteros y con los inmigrantes?
Un charnego, recurriendo a los diccionarios de la lengua catalana, es el “hijo de un catalán y un no catalán”, un “forastero, especialmente castellanoparlante, que reside en los Países Catalanes”, una “persona de lengua castellana residente en Cataluña no adaptada lingüísticamente a su nuevo país” o un “inmigrante castellanoparlante residente en Cataluña”. Por su parte, para el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española,un charnego es un “inmigrante en Cataluña procedente de una región española de habla no catalana”.
La cuestión: ¿por qué el nacionalismo catalán mantiene tan malas relaciones con los charnegos, con los castellanohablantes, con los forasteros y con los inmigrantes? La respuesta la brindan los políticos y los escritores nacionalistas catalanes con pedigrí. Un par de ejemplos, al respecto.
El político: la corriente migratoria “pone en peligro nuestra propia identidad nacional… la inmigración no ha sido para Cataluña ningún beneficio a fin de cuentas… si continúan las corrientes migratorias actuales, Cataluña desaparecerá… evitar por todos los medios que se tenga otra invasión de población no catalana” (Heribert Barrera, Presidente de Esquerra Republicana de Catalunya, Diputado del Parlamento Europeo y Presidente del Parlamento de Cataluña).
El escritor: “al admitir, tanto si se quiere como si no se quiere, esta masa excesiva de forasteros… los tenemos y no los podemos evitar, tampoco no los podemos expulsar; además es una mano de obra que necesitamos; por tanto los hemos de digerir, aunque a veces nos resulten indigestos. Ni tan solo podemos evitar que aumenten” (Manuel Cruells, historiador, escritor y periodista).
Tanto ayer como hoy, la figura del charnego –el forastero, el castellanohablante, el inmigrante o el invasor- pervive en la Cataluña nacionalista. El charnego quien pone en peligro la identidad catalana y la lengua catalana. El charnego quien pone en peligro la existencia de la nación catalana. ¿Qué hacer? Primero, delatarlo. Segundo, expulsarlo.
El modelo de exclusión 1960 – 2012
Al salir de su casa, en una ciudad catalana, un muchacho ve escrito en un muro: ¡Fora xarnegos! Por aquel entonces, en dicha ciudad, había un grupo de viviendas conocido por La Condomina, en referencia al nombre del campo de fútbol del Real Murcia que jugaba en la Primera División. Vivir en La Condomina equivalía a ser un “murciano”. Para ser exactos, a cualquier persona forastera, viniera de donde viniera, se le denominaba –despectivamente- “murciano”. Delatado estaba.
Probablemente, el origen de dicha denominación obedezca a un cartel que, durante la Segunda República, ERC había plantado en la frontera entre Barcelona y Hospitalet de Llobregat. El título del cartel –lo cuenta el historiador Chris Ealham en su libro La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto 1898-1937 (2005)- era: “Aquí empieza Murcia”.
Al lado de La Condomina, había otras viviendas –más “murcianos”- conocidas popularmente como Vélez Málaga y Vélez Rubio en razón del origen de sus habitantes. Así se delata, marca y trata despectivamente al Otro, al intruso. De fora vingueren que de casa ens tragueren (de fuera vendrán que de casa nos echarán), dice el refranero, nacionalmente contaminado, catalán.
Algunos recuerdos de la infancia, la juventud y los primeros años de la edad adulta de nuestro muchacho que todavía resuenan en su mente como un eco lejano: “charnego”, “murciano”, “botifler” (traidor), “españolista”, “lerrouxista”; “habla en catalán, cojones, que ya llevas años aquí”, “nosotros somos catalanes”. La xenofobia que no cesa.
Más recuerdos de la geografía lingüístico-patriótico de la época: “vuelve a tu pueblo”, “¿de dónde es la familia de tu pareja?”, “¿en qué barrio vive?, “¿cómo es que usted se casó con una andaluza?”, “ese es del Español”. Y ese cambiar –un precedente de la espiral del silencio- del español al catalán según el interlocutor. Algunos, siguen arrastrando todavía el estigma.
Aquello no era un oasis. Aunque, en la ciudad había playas y palmeras, no era el paisaje soñado de cielos azules y soles brillantes.
El lenguaje nacionalista contaminaba ya el ambiente: “punto de vista nacional”, “consciencia nacional”, “opresión nacional”, “carácter nacional”, “voluntad nacional”, “reconstrucción nacional”, “emancipación nacional”, “identidad propia”, “lengua propia”, “un solo pueblo”, “cultura nacional catalana”, “Cataluña es patria porque es nación”, “voluntad de ser lo que somos”, “una manera diferente de relacionarse con el mundo”, “la unidad de cultura, de sangre, de espíritu” y “una raza en el sentido antropológico” del término.
A lo que habría que sumar el silogismo aristotélico elaborado por “nuestro obispo” nacionalista por excelencia: “El pecado es la transgresión de una ley divina./ El nacionalismo no transgrede ninguna ley divina./ Por tanto, el nacionalismo no es pecado”.
Y la lengua que funcionaba entonces –sigue funcionando todavía hoy- como una suerte de Documento Nacional de Identidad de Cataluña, o de Certificado de Pureza Catalana, o de Pasaporte Catalán.
El modelo de exclusión 2025
En la nota de información que el PSOE facilitó a la prensa y a la ciudadanía sobre la “Proposición de ley orgánica de delegación en la Comunidad Autónoma de Catalunya de competencias estatales en materia de inmigración” se puede leer lo siguiente: “En nuestros días el 18% de la población catalana tiene nacionalidad extranjera y un 24% han nacido fuera de Catalunya”. Lo mismo se lee en la proposición de ley.
Una proposición de ley que –de aprobarse- legaliza la xenofobia y convierte en aspirantes a extranjeros o apátridas al 25% de ciudadanos que no han nacido en Cataluña, aunque sean españoles. De nuevo, fuera charnegos. Como se decía antes, de la delación de hace unas décadas a la expulsión de hoy.
La degradación moral del PSOE y sus intereses se une a la xenofobia del nacionalismo catalán y sus intereses. Estos es, el ansia de mantener el poder a cualquier precio de Pedro Sánchez y la necesidad de Junts de marcar perfil frente a ERC y Aliança Catalana. Intereses que no ocultan la xenofobía realmente existente del nacionalismo catalán.
Los nacidos fuera de Cataluña o “los extraños que se quedan entre nosotros”, advirtió hace unos años el reconocido escritor nacionalista catalán Manuel de Pedrolo, Premio de Honor de las Letras Catalanas. Efectivamente, de eso se trata: de integrar, o prescindir, o expulsar a los forasteros de habla no catalana que ponen en peligro la identidad nacional catalana.
El nacionalismo catalán –Junts, en esta ocasión- ha sido claro: “la nación catalana está en peligro” y por tanto hay que asumir una “función de Estado” y “controlar los flujos migratorios” de tal manera que el conocimiento de la lengua catalana sea “un requisito” que “no debería ser motivo de discusión”, porque “estamos en Cataluña y la lengua es el catalán” que permite “vivir plenamente en Cataluña”. ¿Vivir o malvivir?