Cristina Cifuentes y el escándalo como virtud
La indignación desatada tras la noticia del robo de las cremas en un supermercado es una muestra de cómo el escándalo domina la política actual
Los griegos consideraban la virtud como la plenitud de una vida recta. La revolución francesa, con el odioso Marat dictando sentencias de muerte, hicieron de la virtud revolucionaria una forma de conducir a sus opositores el cadalso.
Nadie era lo suficientemente virtuoso para mirar a los ojos a la revolución francesa y no quedar fulminado por su moral opresiva y liberadora.
Los EEUU de Donald Trump han hecho del escándalo público la más deseada de las virtudes públicas. El libro de Michael Wolf Fuego y furia ofrece un retrato minucioso de una virtud pública hecha a golpe de Twitter pero, sobre todo, basada en no poner freno a lo que uno desea ya sea mujer, hombre, hotel, casino, país o familia.
El escándalo como virtud no es nuevo en Europa donde Putin o Berlusconi han contribuido a fijar una imagen de impunidad
Una virtud en la que la contención, el aplomo, la templanza, la honradez, la honestidad o la justicia han dejado paso al desenfreno, la excitación, la corrupción y la ley de Talión.
En uno de los pasajes del libro, hay un extracto que hace referencia a una respuesta de Donald Trump al presentador de la NBC en una entrevista televisiva, en la que dijo a micrófono abierto:
“Es como un imán. Simplemente besarlas. Ni siquiera espero. Y, cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer lo que quieras… agarrarlas por el coño. Puedes hacer lo que quieras”.
La afirmación “puedes hacer lo que quieras” define la virtud de nuestro tiempo aplaudida y alentada por un parte de la opinión pública somatizada por la sociedad.
El escándalo como virtud no es nuevo en Europa donde Putin o Berlusconi han contribuido a fijar una imagen de impunidad ante los abusos y la corrupción del poder.
La caída de la figura
El caso de Cifuentes en la que una presidenta de la Comunidad de Madrid se nos muestra como una mujer incapaz de controlar sus impulsos, ya sea ante unas cremas de belleza o frente a un master de gestión pública, define hasta qué punto la ejemplaridad es hoy una realidad hueca.
Sin embargo, no debemos dejar que los enemigos de Cifuentes nos embriaguen con el pestilente olor de podredumbre del poder para enmascarar lo que realmente ha ocurrido esta última semana. Podríamos decir sin equivocarnos que Cifuentes no ha caído en desgracia, sino que la han empujado precipitándola al vacío.
Ya no está en condiciones de ostentar cargo alguno. Ya no es necesaria. Los ángeles caídos fueron expulsados del cielo arrancándoles las alas por desobedecer, castigados por su arrogancia, pero alguna vez formaron parte del reino de los cielos, fueron hijos de la misma luz.
A Cifuentes se le niega incluso ahora que alguna vez hubiera sido un ángel del reino del PP; sin embargo, los acusados del caso Gurtel se muestran todos como ángeles caídos señalándonos que es muy improbable que encontremos ni un solo ángel íntegro para poder verificar que existe un cielo donde reina la armonía y la bondad.
Tolerancia a la española
Un falsificado master y el hurto de dos cremas faciales en un supermercado son considerados mayor pecado y representan para la sociedad una imagen más insoportable y nauseabunda que la financiación ilegal de los partidos o las tropelías de los tesoreros.
Lo que no se admite de Cifuentes es que fuera tan rígida y recta por la vida con un cuerpo moral tan sinuoso y poco consistente. En la vida pública española, el engaño puede más que el delito.
El escándalo se abre paso como la única manera de hacer política en todo el mundo
Las infracciones domésticas y torpes de Cifuentes, hasta ahora ocultas tras sus cargos, son un síntoma para analizar y profundizar hasta qué punto la virtud como rectitud pública ha dejado paso al escándalo como única forma de hacer política en muchos países del mundo.
La coronación de Trump, un político dominado por sus pulsiones, nos recuerda que el nuevo orden ético del mundo es el gran delito. Cifuentes no pensó a lo grande.
En las sociedades avanzadas, los delitos menores resultan menos soportables que los grandes delitos.