La Europa que llora unida, permanece unida
Europa, esa potencia de "soft power" que presume de valores y multilateralismo, se encuentra ahora mirando desde la barrera cómo Trump negocia con Putin un final para la guerra en Ucrania
Europa ha despertado de su letargo diplomático a trompicones y con cara de resaca. La última ocurrencia de Donald Trump, magnate reconvertido en estratega geopolítico, ha puesto a los líderes del Viejo Continente en un estado de nervios que parece difícil de calmar. El nuevo plan del Presidente norteamericano para Ucrania es un acuerdo de paz exprés con Rusia que huele a gasolina y tierras raras y que relega a Europa al papel de convidado de piedra. Por eso, Macron, como buen anfitrión de emergencias, ha convocado una cumbre en París para que los líderes europeos lloren juntos su irrelevancia.
Ha sido la de París una reunión de urgencia para «no dejar caer a Ucrania«, mientras Trump, con su habitual sutileza, les ha dicho que se busquen la vida. Así que Mark Rutte, el flamante jefe de la OTAN, ha pedido a los aliados que «se quejen menos de Estados Unidos y gasten más en defensa». Dicho de otra forma: que dejen de lloriquear y saquen la cartera, que aquí el sheriff Trump no va a esperarles. Así que están todos con la calculadora echando cuentas de lo que nos va a costar este desaire transatlántico en euros, misiles y orgullo.
Europa, esa potencia de «soft power» que presume de valores y multilateralismo, se encuentra ahora mirando desde la barrera cómo Trump negocia con Putin un final para la guerra en Ucrania que, ¡oh sorpresa!, beneficia a Rusia y a los intereses estadounidenses. Tierras raras para las baterías de Tesla, un poco de territorio para el Kremlin y, para Europa, un billete de ida al banquillo de los irrelevantes. Mientras tanto, Macron, con su habitual “grandeur”, intenta liderar una resistencia que parece más un club de debate que una fuerza real. ¿Resultado? Una foto de familia con caras largas y promesas vacías.
Desde Washington ya han dejado caer, con esa diplomacia tan sutil que caracteriza a la nueva administración norteamericana, que Europa podría no estar siquiera en la mesa de negociación. Y no es para menos: si Trump ha decidido que la paz se firma bilateralmente entre EE.UU. y Rusia, ¿para qué invitar a los europeos, que llevan años discutiendo sanciones en Bruselas sobre las dimensiones de los tomates y los tapones de las botellas de plástico? Rutte, con su pragmatismo holandés, les ha recordado que la OTAN no es un club de caridad y que, si quieren tener voz, tendrán que poner más dinero en el bote. Una lección de “realpolitik” que duele como una patada en la entrepierna.
El golpe ha sido y es tan duro que quienes hasta hace poco casi bendecían la llegada de Donald Trump a la presidencia norteamericana ahora se debaten entre el asombro y la resignación. «Reunión de urgencia europea para no dejar caer a Ucrania«, dicen ahora, como si Europa tuviera alguna opción real de cambiar el guion que Trump ya ha escrito.
Como dicen algunos, la OTAN está en modo pánico y sus líderes intentan desesperadamente no quedar como los tontos del pueblo. Pero para evitar que queden como tales, van a tener que hacer números y saber cuánto cuesta rearmarse para compensar la indiferencia de Trump. En París no cuentan con Pedro Sánchez a la hora de tomar una decisión. Saben que en su gobierno hay aliados que no quieren soltar ni un euro más en Defensa. Y si pudieran, incluso se irían de la OTAN. No hay nada que hacer con esa España.
La OTAN está en modo pánico y sus líderes intentan desesperadamente no quedar como los tontos del pueblo
La conclusión es tan triste como hilarante. Europa, esa unión de naciones que soñaba con ser un faro moral en el mundo, se encuentra ahora corriendo detrás de un tren que ya ha partido. El primer ministro británico, el laborista Keir Starmer, trata desesperadamente de alcanzar el último vagón y anuncia que el Reino Unido (parece que otros países también se quieren sumar), podría enviar soldados a Ucrania en un escenario de posguerra.
Sabe de lo que es capaz Putin y de que la paz no está garantizada. Pero Trump, con su mezcla de arrogancia y pragmatismo, ha decidido que Ucrania es un problema que se resuelve con un apretón de manos y un par de concesiones a Rusia, mientras los europeos se reúnen en París para hacerse “selfies” y prometerse apoyo eterno. La próxima vez que alguien hable del «poder blando» europeo, que mire esta foto: un continente entero mirando al otro lado del Atlántico, preguntándose cómo demonios han acabado siendo la dama de honor en una boda a la que no fueron invitados.