España no se rompe. Pero… ¿Y si sí? 

“Durante estas fiestas vamos a comprobar cómo el absurdo que Pedro Sánchez aplica a su política solo hace gracia a sus incondicionales. A los demás, ninguna”

El humor absurdo siempre ha tenido muchos seguidores en España. Quizá porque no es tan absurdo y responde muy certeramente a una forma de entender la vida, a una manera de relacionarnos que nos distingue del resto. Los ingleses, por ejemplo, hacen como que te halagan, pero te la están metiendo doblada. Recuerdo una ocasión en la que hablando con un tipo muy educado de Oxford me preguntó muy interesado dónde había estudiado inglés. Cuando le dije el nombre de la academia, su respuesta fue preguntarme si no me había planteado reclamarles el dinero. Los españoles no necesitamos tanta sutiliza para reírnos de alguien a la cara. Soltamos la pedrada sin pestañear y mirando fijamente a los ojos del otro para que se sienta como el tonto del poyete, que diría José Mota. 

Faemino y Cansado, representantes del no tan absurdo humor español, grabaron hace años un sketch que quizá muchos de ustedes recordarán. Carlos Faemino fumaba en un espacio cerrado mientras Javier Cansado, con una gorra, trataba de representar la autoridad:  

-“Caballero, aquí no se puede fumar”.   

– “Si no estoy fumando”. 

– “Pues su cigarro está encendido”. 

– “No es un cigarro, es un pitillo”. 

– “Es igual, está encendido”. 

– “Pues se habrá encendido solo. Además, no es mío. Es de un señor y yo se lo estoy cuidando…” 

… Y Faemino seguía fumando mientras daba explicaciones absurdas hasta que finalmente, y ante la amenaza de ir detenido al calabozo de los no fumadores, dice la frase mágica del dúo: “¡Qué va, qué va, qué va, yo leo a Kierkegaard!”

“Cómo fumar en zona prohibida” es un video de 2007 que les recomiendo ver porque van a entender de dónde surge la esencia de la política que se practica ahora en España. Tenía Faemino en esa época tanto parecido físico con Pedro Sánchez que ahora incluso asusta. Porque parece que el paso de los años quiere decirnos que lo que en otro momento pudimos tomarnos a broma vuelve ahora, pero completamente en serio. Nos echan el humo de sus pitillos a la cara y nos dicen que no están fumando. Insisten en que Bildu ya no es ETA con el mismo desparpajo que Faemino aseguraba entonces que un cigarro no es un pitillo. Y escuchan cualquier advertencia de ir a los tribunales con toda tranquilidad porque ellos siguen dando caladas hasta terminar el pitillo. ¿Que lo que hacemos es ilegal? “Qué va, qué va, qué va, yo leo a Kirkegard”. Que es lo mismo que decir “todo lo que hacemos, amnistías, pactos, concesiones lo hacemos por vuestro bien, por la concordia, para frenar a la ultraderecha que recorre Europa”.  

Insisten en que Bildu ya no es ETA con el mismo desparpajo que Faemino aseguraba entonces que un cigarro no es un pitillo

Otro de los grandes del humor patrio es José Mota. Creo que su éxito radica en caricaturizar con maestría el comportamiento teóricamente absurdo de muchas situaciones de la vida cotidiana. El tipo que se salta todas las normas de convivencia y que cuando alguien le llama la atención contesta sin inmutarse: “tú también te has dado cuenta, ¿no?” Que vendría a ser la respuesta que Pedro Sánchez dio cuando admitió que tenía que pactar con el prófugo Puigdemont simplemente porque necesitaba sus votos: “Sí, y qué”, le faltó decir. O cuando asegura ahora que el pacto del PSN con Bildu en Pamplona es algo muy puntual y concreto, como si un disparo entre ceja y ceja no fuera grave por el mero hecho de ser solo uno. 

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (Bélgica, España, Bruselas) EFE/EPA/OLIVIER HOSLET

El desparpajo del presidente del Gobierno ha dejado a los mejores humoristas españoles a la altura de aprendices. Supera a todos con creces a la hora de aplicar la técnica del absurdo para caricaturizar la realidad a su antojo. Ha levantado un muro y ha dividido a los españoles en dos para reírse de los que él deja a un lado con lo primero que se le ocurre. Les llama ultras, fascistas y nazis, retrógrados, racistas y machistas. Una generalización absurda, pero no tanto, a tenor de la legión de palmeros que todavía le ríen las gracias y que consiguen que, como Faemino, se fume incluso un puro en un espacio prohibido sin que nadie le tosa. 

Durante estas fiestas vamos a comprobar cómo el absurdo que Pedro Sánchez aplica a su política solo hace gracia a sus incondicionales. A los demás, ninguna. Y muchas celebraciones de empresa, con familiares o con amigos de toda condición, pueden acabar como un chiste de mal gusto cuando uno diga tajantemente que “España no se rompe” y otro le conteste “¿y si sí?”. 

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