¡Qué escándalo, no hay libertad en Euskadi!
Si significarse ahora como no nacionalista te puede costar caro, hace no muchos años te podía costar la vida
La película ‘Casablanca’ es un clásico porque, entre otras cosas, está cuajada de escenas que han pasado a la historia como únicas en su género. Una ellas está cargada de tanto cinismo que la hace insuperable a la hora de buscar un ejemplo de mayor caradurismo. Por eso se recurre tanto a ella. Me refiero a esa en la que el capitán Renault entra en el Rick’s Café para ordenar su cierre diciendo: “¡Qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!”, justo en el instante en que un camarero le entrega un puñado de billetes, “sus ganancias, señor”.
Los grandes cineastas tienen la facultad de explicar en unos minutos lo que en la vida real discurre en días, meses o incluso años. Ese “¡Qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!” es similar a lo que en los últimos días estamos escuchando a cuenta de las consecuencias que sufre la actriz Itziar Ituño por encabezar la manifestación de Bilbao pidiendo la excarcelación de los presos de ETA: “¡Qué escándalo, en Euskadi no hay libertad de expresión!”.
Muchos, dentro y fuera del País Vasco, se indignan escandalizados porque a la famosa actriz de “La Casa de Papel” le han retirado la campaña publicitaria que por lo visto tenía contratada con una marca automovilística. Como si fuera inadmisible que expresar ideas y opiniones políticas tuviera un precio en esta tierra. Aquí, donde muchos han pagado con su vida por pensar diferente, es ahora un escándalo que te pasen factura por apoyar a quienes antes fueron los cobradores del 9mm Parabellum.
Hay que entender que los más jóvenes se echen las manos a la cabeza. Al fin y al cabo no conocieron la acción de ETA ni sus consecuencias. Es más, ya se encargan otros de hurtarles los detalles de los coches-bomba, los tiros en la nuca o los secuestros. Y ese es el problema, que muchos descubren ahora una realidad incómoda sin entender, porque se lo han ocultado, que de aquellos polvos, estos lodos.
La sociedad de sus mayores se ha adaptado a vivir bajo la amnesia y el sopor agradable de creer que los violentos fueron vencidos y que el cuentakilómetros de la convivencia se ha puesto a cero. Nadie debe nada a nadie. Aquí paz y después gloria. Los asesinados y sus familiares a un lado y los presos etarras, al otro, a ser posible en la calle y cuanto antes. Sin acritud.
Total, ¿adónde conduce que los chavales de ahora sepan que hubo más de 800 asesinatos, más de 300 aún por esclarecer, que miles de personas se tuvieran que ir del País Vasco y que otros muchos se vieran obligados a llevar escolta? ¿De qué sirve generar odio en nuestra sociedad? Al final lo único que se consigue es alimentar la persecución hacia personas que de manera humanitaria, como Itziar Ituño, sujeta una pancarta pidiendo que quienes cometieron los desmanes antes descritos (agua pasada) sean puestos en libertad. ¡Qué escándalo, en Euskadi no se puede hablar en libertad!
El problema de Itziar Ituño es que, aun siendo una actriz estupenda, no ha sabido (o no ha querido) hacerse la tonta para evitar problemas. Un papel que muchos vascos no nacionalistas han tenido que interpretar a la perfección en las últimas décadas para sobrevivir y no tener que pagar una alta factura social. Ituño, quizá por su edad, no sabe que entre los vascos adquiere fama de listo quien mejor sabe hacerse el tonto.
Si significarse ahora como no nacionalista te puede costar caro, hace no muchos años te podía costar la vida. Presentarte en las listas del PP o simpatizar públicamente con esas siglas era convertirte directamente en un fascista. Si te acercabas a un mitin de Ciudadanos con Fernando Savater, Maite Pagaza y Albert Rivera en, un decir, Rentería, es porque ibas a provocar. Así que solo a los muy valientes les estaba dado airear sus simpatías políticas por partidos no nacionalistas. No digamos ya sujetar la pancarta. Eso suponía ganarte a pulso que te hostiaran.
Es cierto que quienes al igual que Ituño renunciaron a hacerse los tontos y dijeron abiertamente lo que pensaban, no perdieron una campaña publicitaria bien remunerada. Solo perdieron el saludo de sus vecinos, el rechazo en su puesto de trabajo, la marginación de sus hijos en el cole y la certeza de que el coche arrancaría sin problemas al día siguiente. ¡Qué escándalo, en Euskadi no se puede hablar en libertad!