Entre la educación y la cultura
¿Quién se ocupará de un sector que vive en la precariedad y en la indefinición?
Hay una frase lapidaria que sirve para entender como el mundo de la cultura muestra su ambigüedad a la hora de evaluar el impacto social de sus propuestas: la educación es la gran coartada para justificar los fracasos de la política cultural y casi nunca la razón que explica sus éxitos.
Y es bien curioso porque todo el mundo está de acuerdo que la primera y principal política cultural es la educativa.
La instrucción pública, universal y gratuita ha sido el fundamento imprescindible para avanzar en el consenso democrático global y la transformación de los viejos Ministerios de Instrucción en Educación supuso, en la segunda mitad del siglo XX, toda una declaración de intenciones que influyó directamente en la consolidación de los principios del Estado de Derecho y del Bienestar.
Para el mundo de la cultura también es esencial por qué la calidad de la creación, la producción y el consumo artístico, intelectual e incluso recreativo de una sociedad está íntimamente vinculado al nivel de su sistema educativo.
Pero lo cierto es que el mundo de la enseñanza está renunciando poco a poco a asumir el reto de la educación. Los conflictos corporativos y sindicales y las rencillas ideológicas que configuran la batalla por el poder en un entorno tan sensible como la escuela son cotidianos.
La verdadera preocupación de las universidades es la búsqueda de fondos
Por su parte, las universidades parecen más preocupadas por buscar fondos de financiación alternativos que complementen sus exiguos presupuestos públicos que para encontrar soluciones a la mutación de unos conocimientos que hibridan diariamente.
No debería extrañarnos que algunas universidades ya se estén empezando a plantear licenciaturas abiertas donde el alumno elige libremente las asignaturas de entre un conjunto muy amplio de especialidades
Aquel triángulo virtuoso surgido de la revolución industrial que fundamentaba la codificación laboral, donde la empresa definía y ofrecía puestos de trabajo, la universidad formaba a los profesionales y el Estado lo legitimaba con una titulación tambalea porque la nueva sociedad post industrial, ha puesto sobre la mesa una combinación orgánica entre tecnologías y creatividad que evoluciona automáticamente a partir de procesos auto formativos.
Entre la enseñanza y el conocimiento, situamos la educación
Una singularidad que irá a más en la medida que se desarrolle la inteligencia artificial. Primero fue la enseñanza, ahora es el conocimiento y en medio la educación, huérfana de padre y madre.
¿Quién asume el compromiso de la educación?
Bajo los parámetros que postulan la necesidad de avanzar en la autonomía creativa y responsable de los ciudadanos todo el mundo reivindica su papel en el mundo de la educación, pero nadie asume el compromiso y la responsabilidad institucional que ello conlleva.
Nos educan en la necesidad de comprensión y análisis de la realidad
Desde la enseñanza se habla de la necesidad de dotarnos de herramientas de comprensión y análisis de la realidad; desde la cultura se habla de participar en la diagnosis de la realidad y, consecuentemente, en las decisiones sociopolíticas que la afectan.
Ahora somos náufragos en un universo líquido de ciencia, tecnología y conocimiento. Pero conviene recordar que no hace tantos decenios y en un contexto sin tantas aristas, l’Escola Oberta planteaba temes similares y toda una generación de artistas, intelectuales y activistas catalanes surgieron de sus aulas.
El efecto concertación
La concertación amplió los horizontes democráticos de la escuela pública, pero también diluyó aquel espíritu diferencial e intrusivo en un marasmo plano y cada vez más corporativo.
Vivimos una época de fracaso del sistema educativo, de cambios sin un rumbo definido y también de renuncias conceptuales que lo ilustran simbólicamente y todo sin demasiada autocritica.
La enseñanza de adultos es competencia de bienestar social, las enseñanzas artísticas según sople el viento, la universidad corre tras el mundo del trabajo y éste se transforma diariamente sin hacerle demasiado caso.
A veces las políticas culturales se refugian en los conflictos de la educación y le hacen suplencia, al menos conceptualmente.
¿Quién se ocupará entonces de un sector que, al margen de las pequeñas incidencias del mercado, vive en la precariedad y en la indefinición?
«Dejemos que las políticas culturas se ocupen de la educación», decía el Director General de una «major»
Si queremos que las cosas no funcionen hagámoslas transversales decía el burócrata. Si queremos que los catalanes consuman más contenidos americanos dejemos que las políticas culturales se ocupen de la de la educación, decía el Director General de una ”major”.