Mucho más que mala educación
Mucho es lo que se ha dicho y escrito sobre el gesto despreciativo y maleducado de Mariano Rajoy al negarse a estrechar en público la mano que le tendía Pedro Sánchez en su reciente reunión. Casi todos los que han opinado al respecto se han mostrado sorprendidos ante una actitud no ya de desdén sino de incumplimiento de las normas de la más mínima cortesía. No soy yo de esta opinión.
El gesto de Rajoy no fue más que la confirmación de la actitud que ha tenido el actual presidente del Gobierno en funciones durante todo su mandato presidencial. Ensoberbecido después de su rotunda victoria electoral del 20 de noviembre de 2011, cuando el PP obtuvo, con él al frente, la mayoría absoluta perdida en 2004, Rajoy se empeñó en hacer un uso abusivo de aquel triunfo y pasó a utilizarlo a través de una mayoría absolutista.
Durante sus cuatro años de mandato presidencial, Rajoy se negó una y otra vez a negociar o pactar nada con ninguna otra fuerza política. Tan solo en materia antiterrorista, y a instancias del PSOE, aceptó un mínimo acuerdo. Impuso todo tipo de leyes sin negociación alguna, lo hizo sin duda desde la legalidad e incluso desde la legitimidad que le confería la mayoría absoluta de la que disponía. Pero con ello se cavó su propia tumba.
Todo ello comenzó a verse claro tras las elecciones del pasado 20D. La soledad absoluta del PP, y muy en especial del mismo Rajoy, ya se hizo evidente entonces. Aunque volvió a ser la fuerza más votada, el PP empezó a pagar las culpas de la altanería con la que había tratado a la oposición.
Con solo 60 años de edad –cumplirá 61 el próximo 26 de marzo-, Rajoy es ya un político completamente amortizado. Pero se resiste a asumir esta cruel realidad. Su peculiar ensimismamiento, su más que conocido tancredismo, su empecinamiento por hacer ver que no sabe nada de lo que ocurre a su alrededor, le pasan ahora factura. De ahí su altanería, su gesto de mala educación. O, lo que es peor aún, su ineducación.
Por si no bastara con esto, los últimos escándalos de corrupción que afectan a la misma estructura orgánica del PP –el caso Taula en Valencia, tanto en la Generalitat como en sus tres diputaciones y en un gran número de ayuntamientos; las nuevas ramificaciones del caso Púnica en la comunidad de Madrid y la imputación del PP como supuesta «organización criminal» en ambos casos-, añadidos a todos los casos ya conocidos –Gürtel, Bárcenas, Noos, Imelsa, Palma Arena, o el de la destrucción de los ordenadores personales de Bárcenas…-, han convertido a Mariano Rajoy, y con él al conjunto del PP, en una suerte de apestado político con quien nadie se atreve a pactar, ni tan siquiera a negociar.
De todos aquellos polvos vienen estos lodos. Y por su fuera poco, Rajoy tiene la ocurrencia de blindar a Rita Barberá con una añadida inmunidad parlamentaria al colocarla en la Diputación Permanente del Senado. Otro gesto de altanería personal y política, de desprecio a las formas más elementales, de ensoberbecimiento…
¿Qué tiene, pues, de extraño que Mariano Rajoy se negase a dar la mano a Pedro Sánchez?