La empatía con el incendio de Valencia
No es difícil sentirse cercano a todas las familias que han soportado una desgracia como la del jueves
El suceso del incendio del edificio de Valencia ha conseguido un grado de empatía en España por encima de lo normal. Las tres horas en que el edificio tardó en consumirse, la pareja refugiada en una terraza y finalmente rescatada por los bomberos y la bola de fuego en que se convirtió la finca fue seguida por todos los canales de televisión y redes sociales minuto a minuto.
La rápida actuación de los bomberos, el afortunado protagonismo de Julián, el portero de la finca, las decisiones políticas casi inmediatas, tanto del Ayuntamiento de Valencia como de la Generalitat valenciana hacen que, de momento, todo haya levantado un sentido de colaboración y sentimiento de cercanía sorprendente.
Si a ello le añadimos que, por pura coincidencia, el municipio valenciano está preparando un edificio comprado con fondos públicos, para poder albergar a casi la totalidad de las familias que se han quedado sin sus hogares, propietarios o inquilinos, la sensación de que todo ha funcionado bien para una desgracia de esta envergadura. Es gratificante.
Otra de las cuestiones positivas es el anuncio por parte del presidente valenciano, Carlos Mazón, de la previsión de una ventana única para que los afectados por el incendio puedan volver, poco a poco, a ser ciudadanos en normalidad.
Son personas que en tres horas se han quedado sin nada. Al decir nada, me refiero a la nada total. Ni documentación, ni ropa, ni enseres personales, ni muebles, ni ordenador, ni recuerdos. Es un cero tan atronador que no parece el mejor momento para que puedan iniciar trámites burocráticos, tan sencillos como recuperar una tarjeta de crédito.
Ahora se abren dos incógnitas. La primera, y más cercana, es conocer si aquellas promesas realizadas en caliente, entre medio de la desesperación y el incendio todavía vivo, se cumplen. España no es demasiado habilidosa en estas cuestiones. La forma es sencilla. Poner a un equipo de funcionarios al servicio de encontrar soluciones grandes y pequeñas a los vecinos del edificio. Son más de 130 familias del edificio del barrio de Campanar, cada una con sus idiosincrasias y realidades muy diferentes.
La memoria es débil y la información sigue saltando de una a otra noticia de portada y esos vecinos seguirán con su problema
De la segunda incógnita es de la que más se habla. Se refiere a los porqués de lo ocurrido, fundamentalmente para que no vuelva a pasar. Y no vale de nada que ocurrió como una tormenta perfecta. Esas son las que se deben evitar cuando se habla de prevención.
El viento ha entrado en la mayoría de los debates como una de las causas que hicieron que el incendio se descontrolara. Pero antes que llegar a una causa natural, se debería analizar las circunstancias de las instalaciones técnicas que estaban previstas para evitar un desastre como el ocurrido.
Los vecinos ya han asegurado que no sonaron las alarmas antiincendios, tampoco saltaron los detectores de humo y a los aspersores de los pasillos, que deberían haber expulsado agua para refrescar las zonas, no le llegaba agua debido al corte de luz en las bombas de presión provocado por el mismo incendio. Todo ello es lo que se está investigando, además de los ya muy comentados componentes de la fachada.
No es difícil sentirse cercano a todas las familias que han soportado una desgracia como la del jueves. Todos tenemos casas y podemos ponerlos en el lugar de quien lo ha perdido todo. Pero la memoria es débil y la información sigue saltando de una a otra noticia de portada. Y esos vecinos seguirán con su problema. Es responsabilidad de las instituciones no olvidarse de ellos. También nuestra.