Elecciones en la recámara
Lo único que por ahora consigue el cuarteto Sánchez-Casado-Rivera-Iglesias es cansar y marear al personal
Todo es inútil. Rivera y Arrimadas no darán su brazo a torcer, por lo menos en los próximos meses. La patronal y no pocos medios presionan a C’s. El desfile de bajas puede seguir. Los sondeos anuncian un incremento del bipartidismo PSOE–PP en caso de repetición de elecciones. A saber si empezarán a airearse trapos sucios de los dirigentes de Ciudadanos fieles al líder, o del propio líder. Todo va a ser inútil.
Inútil antes del verano, luego ya veremos. Veremos si la bolita se encuentra en uno de los tres cubiletes que Pedro Sánchez maneja a su antojo. Primer cubilete: presentarse a la investidura a pecho descubierto o con pactos más o menos ocultos. Segundo: nuevas elecciones. Tercero: cesión final de un Rivera acosado por prensa, Ibex y desertores.
La culpa es sistemáticamente de los demás: tan patriótico que sería el PP si se abstuviera
Tanto o más que el cubilete que acabe levantando para enseñar la bola, es aleccionador el hecho en sí de que Sánchez no quiera desprenderse de ninguna opción.
Él y su lugarteniente Ábalos entienden que la prioridad es mostrarse en público con las riendas en la mano. La cuadriga socialista no está a merced de nadie. El tenderete donde los cubiletes intercambian posiciones sin descanso no es de alquiler sino de plena propiedad socialista. El centro, siempre el centro. Todo por el centro, todo desde el centro. Lo que sea, pero sin abandonar el centro.
De esta manera, las críticas son desviadas. La culpa es sistemáticamente de los demás. Tan patriótico que quedaría el PP si se abstuviera. Con las ventajas en forma de imagen centrista y responsable que obtendría C’s mediante una oportuna abstención.
El ofertón del PSOE a Podemos consta de una mordaza para la boca de Iglesias
Prosigamos. Con lo mono que estaría Pablo Iglesias chupando escaño sin poder dar órdenes a sus directores generales ni afearles cuando obedezcan a sus ministros socialistas.
El ofertón del PSOE a Podemos consta de una mordaza para la boca de Iglesias y unos caramelitos para alguno de sus allegados, que naturalmente no darán para salir en la foto.
Maniobras, maniobras, maniobras. Nada de pactos. Cero negociaciones. Ni una concesión. Sánchez debe gobernar como si tuviera mayoría absoluta porque las urnas no dejan otra posibilidad que un gabinete nombrado y dirigido por él. El autor del machacón no es no frente a las idénticas pretensiones de Rajoy pretende ahora que los noes sean síes, y por su cara bonita.
No es lógico aunque lo parezca. Aristóteles y Tomás de Aquino le hubieran acusado de sofista, de cínico o de tramposo, pero aunque tengamos un presidente del Senado del ramo, no estamos en los mejores tiempos para filosofar con la cabeza fría y los datos objetivos en la mano.
El PSOE ganó con claridad pero está lejos, muy lejos de ofrecer por su cuenta la moderación y la estabilidad prometidas. Ni sin socios. No sin acuerdos. No sin negociaciones. No sin alianzas. No sin concesiones.
Precisamente en el momento oportuno aparecen los sondeos que favorecen la perspectiva de someter una vez más a la sociedad a un estrés todavía mayor. Tal vez nadie lo filtre, pero es probable que en la reunión ‘secreta’ entre Sánchez y Casado se hablara del tema. A ambos les conviene, pero ninguno de los dos quiere aparecer como culpable.
¿Quién sería el culpable? ¿A quién le van cargando ya el doble mochuelo de regalar el centro a Sánchez y competir con la derecha de toda la vida en pos de una hegemonía que ni llega, ni se la espera y que encima se alejaría en caso de comicios repetidos?
¡Albert Rivera, culpable! Lo dice Macron, lo dice Merkel, lo proclaman sus padrinos y sus compañeros. Si en algo están de acuerdo Sánchez y Casado es en cargarse a Rivera y repartirse el botín electoral acumulado por C’s. He ahí el núcleo, el quid de la cuestión. Todo lo demás parecen naderías.
En tiempos pretéritos triunfó una pinza entre la derecha y la izquierda para cargarse al PSOE de Felipe González. Tras arduos esfuerzos, crispación y y sinsabores, Aznar llegó a La Moncloa. Los socialistas sobrevivieron pero PP y PSOE añoran los tiempos del bipartidismo, ya fuera perfecto o imperfecto.
Cuando el contexto más recomienda pactos de estado y consensos de largo alcance, más politiquera se vuelve la política. Sánchez ayuda a Casado a poner en aprietos a Rivera mientras conmina a Iglesias a obedecer.
Tras de la repetición de las elecciones en la recámara se esconde un deseo compartido, más bien infantiloide y de patio de escuela, para que Sánchez y Casado se queden solos.
El partido de la izquierda española
A medio plazo no es lo que le conviene a los socialistas. Cuanto más dividida esté la derecha y menos la izquierda, más tiempo de Sánchez en La Moncloa. Y viceversa, a mayor unidad de la derecha y división de la izquierda, más posibilidades tendrá Sánchez de perder el poder.
De momento, la ventaja del socialista es muy grande. El PSOE es sin discusión el partido alfa de la izquierda, hasta tal punto que no sufre castigo por anclarse al centro.
A Casado le disputan la hegemonía en su campo y cree que se la ganará eliminado a su rival Rivera en vez de tentarle con una OPA amistosa.
Lo único que por ahora consigue el cuarteto Sánchez-Casado-Rivera-Iglesias es cansar y marear al personal. Su propósito es desgastarse entre ellos, pero lo que van a conseguir es el desgaste acelerado de la paciencia del personal.