El tatuaje no te libera de ser quien eres
El tatuaje como una huida de la realidad, como el fracaso del estribillo “otro mundo es posible”, como el triunfo de una utopía individual epidérmica que únicamente satisface el ego
Según Tattoox –la startup/tinder española de los tatuajes, también escuela, que pone en contacto a los clientes y los tatuadores y factura hoy más de 200.000 euros anuales en el marco de una expansión casi geométrica de alcance internacional-, España es el sexto país más tatuado del mundo.
Uno se pregunta por la razón del auge de una práctica milenaria que hasta hace unos pocos años era propio de una minoría variopinta. Si antiguamente el tatuaje respondía al embellecimiento del cuerpo, la conmemoración de algunos hechos, la manifestación de determinada práctica o rito de carácter religioso, o la exteriorización de la jerarquía social o el rango social; si ello fue así, ¿a qué puede responder el esplendor actual del tatuaje?
Yo me afirmo, tú te singularizas y él y ella se adornan
Psicólogos y sociólogos se han puesto manos a la obra y han llegado mayoritariamente a la conclusión de que el tatuaje obedece/responde a la necesidad/deseo/capricho de afirmar o reafirmar la personalidad, singularizarse, realzar la figura, aumentar la autoestima, grabar recuerdos, mantener en la memoria y honrar a familiares, inmortalizar momentos, adornar o embellecer el cuerpo, señalar determinada pertenencia, lucir obras de arte, apoyar causas o compromisos, transmitir mensajes, afirmar amistades/amores y parentescos, alcanzar la buena suerte, disimular una cicatriz o el vitíligo o subirse al carro de la moda.
Todo ello sin mediar palabra hablada. Aunque, es cierto que hay quien se tatúa algún que otro texto. El tatuaje suele hacerse en los brazos o en las piernas como si de una joya se tratará, en las manos, el cuello, la frente o la cara para obligar a la “lectura” del mismo, o en las partes más íntimas del cuerpo cuando el acceso visual se reserva a determinadas personas.
Los inútiles y los atractivos
La Psicóloga clínica Vinita Mehta (Hospital Mc Lean de Belmont, Facultad de Medicina de Harvard, Universidad de Columbia y Sociedad e Instituto Psicoanalítico de Nueva York), en Why People Tattoos (2019), se hace eco de un estudio de la psicóloga Luzelle Naudé (Universidad del Estado Libre de Sudáfrica) que recoge las opiniones y valoraciones positivas y negativas que reciben quienes se tatúan.
Las opiniones negativas: los tatuajes son feos, inútiles, sucios y baratos; quienes se tatúan son percibidos como malos, satánicos, peligrosos, rebeldes, impíos, estúpidos, imprudentes, raros, no cristianos, asociados a la criminalidad, crueles, exhibicionistas, marginados, antisociales, amorales, y desafiantes. A modo de síntesis, la frase de un encuestado: “quieren tener un sentido de pertenencia, atención, y quieren ser temidos”.
«Uno se pregunta por la razón del auge de una práctica milenaria que hasta hace unos pocos años era propio de una minoría variopinta»
Las opiniones positivas: los tatuajes son atractivos y están de moda; quienes se tatúan son frescos, interesantes, espontáneos, creativos, artísticos, de espíritu libre, más abiertos, liberales, aventureros, valientes, fuertes, sin miedo al compromiso. A modo de síntesis, la frase de un encuestado: “las personas con tatuajes son las personas más realistas que puedes encontrar”.
Estigma o bendición
Vale decir que la psicóloga que firma el estudio advierte que los participantes en la encuesta tenían “percepciones condicionadas”. O lo que es lo mismo, aceptaban el tatuaje en ciertas condiciones. Así, aceptaban el tatuaje relacionado con la persona y que transmitiera algún mensaje o fuera un medio de expresión propio. Pero, no aceptaban el tatuaje en el lugar de trabajo o a partir de cierta de edad.
Otra opinión –contundente- de los encuestados también a modo de síntesis: “para los jóvenes, es elegante y fresco, pero cuando envejecen y tienen tatuajes parece repugnante e inapropiado como si ellos estuvieran envejeciendo, pero no quisieran aceptarlo. En el lugar de trabajo, los tatuajes no son apropiados y la persona puede parecer poco profesional, o que no toma en serio su carrera”.
«Han llegado mayoritariamente a la conclusión de que el tatuaje obedece/responde a la necesidad/deseo/capricho de afirmar o reafirmar la personalidad»
“En otras casas cuecen habas; y en la mía, a calderadas”, sentenció Sancho Panza. España no es Sudáfrica, pero lo parece. Las mismas o parecidas opiniones –estigma o bendición- se oyen en ambos países sobre el asunto del tatuaje. La cuestión: ¿cómo interpretar el fenómeno del tatuaje?
La transfiguración de un conflicto
Más allá de las conclusiones ya citadas de los psicólogos y los sociólogos, hay algo más que decir. Si antes se señalaba que, hasta hace unas décadas, el tatuaje era propio de unos pocos diferentes, ahora se podría añadir que muchos, hoy, también serían prisioneros de la conciencia infeliz. Me explico. Si la conciencia feliz se relaciona con una sociedad conformista que se caracteriza por una conducta resignada; si ello es así, la conciencia infeliz se relacionaría con una sociedad no conformista que se caracterizaría por una conducta rebelde.
En el caso que nos ocupa, el tatuaje sería la expresión de una sociedad cuya rebeldía se expresa en un grabado en la piel. Una marca o una huella que habla por sí misma. Una rebeldía gráfica que se acomoda o se adapta a la realidad. De hecho, una manera sui generis del inconformismo conformista.
«Hace unas décadas, el tatuaje era propio de unos pocos diferentes, ahora se podría añadir que muchos, hoy, también serían prisioneros de la conciencia infeliz»
El tatuaje sería la transfiguración de un conflicto, o de un problema, que, o bien es irresoluble, o bien el sujeto tatuado no puede, o no se atreve a hacer frente, o a resolver, por una u otra razón.
El tatuaje sería la racionalización dibujada y pintada de un deseo, o de una esperanza, o de una impotencia. También, de una frustración. El tatuaje como una huida de la realidad, como el fracaso del estribillo “otro mundo es posible”, como el triunfo de una utopía individual epidérmica que únicamente satisface el ego.
La rutina
Si Bertolt Brecht afirmaba que el teatro es la representación del mundo, bien puede decirse también que el tatuaje es la representación de un mundo personal. A la manera de Paul Valéry, los tatuajes, como los versos, “no hablan nunca sino de las cosas ausentes”.
De ahí los tatuajes que –suposición e ilusión- rebautizan, singularizan, afirman, recuerdan, embellecen el cuerpo, promocionan el arte, protestan, transgreden, comprometen y un largo etcétera. El tatuaje o la prisión de la conciencia infeliz, se decía antes. También, una manera de quebrantar la rutina.
El tatuaje o el subproducto de un pensamiento unidimensional que habría perdido el pulso de la realidad y nublado la conciencia/autonomía del sujeto. Según Tattoox, el 38 % de la población mundial, y el 42% de la española, conviven con el tatuaje. Un tatuaje que no te libera de ser quien eres.