El humor en tiempos de epidemia
El humor produce satisfacción y bienestar, pero también es el vehículo de transmisión de rumores cargados de intereses que pretenden infectar la consciencia
Durante estos días de epidemia, decenas y decenas de WhatsApps humorísticos han inundado nuestros móviles. No se lo tomen a broma, el humor es una cosa seria. El problema del humor, decía Mark Twain, es que nadie se lo toma en serio.
Miren si el humor es una cosa sería que autores como Aristóteles, Horacio, François Rabelais, Immanuel Kant, Georg W. Hegel, Soren Kierkegaard, Charles Baudelaire, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Henri Bergson, Jacques Lacan o Peter Berger, han reflexionado sobre el tema desde perspectivas diversas.
Como no podía ser de otra manera, la industria de la autoayuda también ha invertido en el asunto con libros que prometen “vivir en positivo”, “tener menos complejos”, “conseguir más calidad de vida” o señalar el “poder curativo del humor”.
¿Por qué el humor abunda en tiempos de epidemia?
Para responder la pregunta recomiendo la obra de Freud. De los dos ensayos que al respecto escribió el doctor Freud, aconsejo la lectura del trabajo El humor (1927). Y, como complemento, la consulta del libro El chiste y su relación con el inconsciente (1905).
Para Sigmund Freud, el humor es una práctica liberadora que salvaguarda el Yo –la instancia psíquica del ser humano que media entre el deseo y la norma– de las afrentas y contrariedades que provienen de la realidad. El coronavirus, por ejemplo.
El humor convierte el Yo en inatacable al funcionar como escudo que protege del sufrimiento y los traumas del mundo exterior. Y no solo eso, sino que –dice el autor– proporciona una “fuente del placer” que “proviene del ahorro de un gasto de sentimiento”. Tan es así, que nuestro psiquiatra habla de un “placer humorístico” que se afirma a pesar de lo “desfavorable de las circunstancias reales».
Una relación paternofilial
¿Dónde está la clave de todo ello? Sigmund Freud retoma el hilo en su ensayo El chiste y su relación con el inconsciente afirmando que en el humor se percibe –ahí está el quid de la cuestió–- una relación paternofilial entre el emisor y el receptor.
Si el padre –por la vía del humor– desdramatiza y relativiza cualquier peligro o miedo para que el hijo no se angustie, lo mismo ocurre entre los adultos. Por ejemplo, con el coronavirus.
Sí hay, o suele haber, algo de malo en el humor
El mecanismo: el Superyó represivo –ese juez inflexible e inexorable que reprime los deseos– deviene, en determinadas ocasiones especialmente dramáticas, una instancia psíquica tolerante, cariñosa y consoladora que admite el humor como recurso –terapia, podríamos decir– ante el miedo.
Un don precioso y raro
¿Una ilusión? ¿El rechazo de la realidad en beneficio de un placer –limitado y pasajero– que nos aleja del peligro y nos tranquiliza momentáneamente? ¿Un analgésico o sedante que disimula, desprecia o niega la realidad blindándonos frente al sufrimiento? Cierto.
Y es el mismo Sigmund Freud quien, al respecto, habla del humor en los siguientes términos: “Véanlo [el humor]: ese es el mundo que parece tan peligroso. ¡Un juego de niños, bueno nada más que para bromear sobre él!”
Un juego de niños del cual Sigmund Freud es perfectamente consciente cuando sostiene que el humor tiene algo de “patético” si tenemos en cuenta que, pese a la sonrisa o la distensión, el miedo o el dolor siguen atribulándonos o atormentándonos. El humor, por decirlo a la manera de Oscar Wilde, “es la gentileza de la desesperación”.
Por otro lado –como señala Sigmund Freud–, no todos los hombres poseen el “don precioso y raro” del humor y, en consecuencia, son incapaces de gozar del placer que produce con lo que ello conlleva: no estar a salvo del sufrimiento. Aunque, se trate de un placebo de corto alcance.
Humor, sexo, chocolate e infodemia
Conviene añadir –cosa que se desconocía en tiempos de Sigmund Freud– que el humor, al igual que la actividad sexual y el chocolate, según señalan la neurociencia y la farmacología, generan endorfinas que producen alegría, satisfacción y bienestar. Nada hay de malo –humor, sexo y chocolate– en todo ello. ¡Benditos placebos!
Pero sí hay, o suele haber, algo de malo en el humor. En no pocas ocasiones, el humor –como ustedes habrán podido comprobar en muchos de los WhatsApps recibidos para aliviar los efectos de la pandemia de coronavirus– es el vehículo de transmisión de bulos o rumores cargados de intereses que pretenden manipular o infectar –furtivamente, como el virus– la consciencia del receptor.
Ahí aparece la infodemia o epidemia nociva –tóxica– de rumores. Otro de los males de nuestro tiempo que amenaza la convivencia y la democracia.