El Gobierno de España es una UTE
Un análisis crítico a través de la lente de Anne Applebaum sobre la erosión democrática, las pasiones políticas y las prácticas autoritarias en la España contemporánea bajo el gobierno de coalición
Lo cuenta Anne Applebaum –historiadora, periodista y profesora en la London School of Economics, columnista de The Washington Post y colaboradora de The New York Review of Books– en su ensayo El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo (2021).
Un distanciamiento personal
Resulta que, al cabo de un tiempo, algunos de los amigos con los que había compartido amistad, cruzaban la calle para evitar el saludo, no aceptaban las invitaciones para ir a su casa y se avergonzaban de haber estado alguna vez. De hecho, alrededor de la mitad de las personas que compartieron una fiesta de Nochevieja, ni siquiera se hablaba con la otra mitad. No era un distanciamiento personal, sino político.
No era un distanciamiento personal, sino político.
Ocurrió en la Polonia que estaba a punto de incorporarse a Occidente. Aquella época en que parecía que los ciudadanos tenían una opinión parecida sobre la democracia y acerca de la ruta que seguir. No fue así. Y Polonia se convirtió en una de las sociedades más polarizadas de la Unión Europea. Todavía lo es.
La modificación brusca del sentimiento
No resulta fácil establecer las razones de un cambio político tan brusco y radical. Generalmente, los cambios de tamaña magnitud se explican en función de variables económicas y sociales como una desocupación rampante o el incremento sin solución de continuidad de la pobreza. Nada de eso ocurría en Polonia. Y los problemas se aliviaban por la vía de la negociación o el subsidio social. En definitiva, nadie asumía más riesgos de la cuenta. Pero, de pronto, algo alteró el ambiente: la modificación brusca del sentimiento acompañada de una clara predisposición autoritaria.
Cosa que ocurrió en Polonia, Hungría, Italia o Francia. También, en España.
La modificación brusca del sentimiento acompañada de una clara predisposición autoritaria.
La aversión a la diferencia
Si los clásicos antiguos y modernos tenían dudas sobre la democracia –Platón temía a los demagogos, la Convención de 1787 no se fiaba de las artes de la popularidad y a los padres de la democracia americana les inquietaba que una democracia se convirtiera en una dictadura-, lo mismo ocurre hoy.
Existe el temor –la certeza, a veces- de que la política está abandonando el debate racional y sucumbe a las pasiones y el autoritarismo. Por decirlo, a la manera de Karen Stenner, existirían unas “predisposiciones autoritarias”, entendidas como una aversión a las diferencias, que hace que el individuo, grupo, movimiento o partido milite en una intolerancia racial, nacional, moral, social o política.
Una cultura autocrática
De ahí, la emergencia de una cultura autocrática que no acepta el “desacuerdo, la disensión y desobediencia; la determinación del `bien común´ mediante el debate y la negociación entre partidarios de visiones del mundo en competencia… entonces la libertad alimenta el miedo que la socava y la democracia es su propia ruina” (The Authoritarian Dynamic, 2005). Una cultura autocrática, o predisposición autoritaria, que pone en peligro la democracia. En estas estamos. Y más si tenemos en cuenta que los demagogos tienen su público y que existen ciudadanos que se sienten cómodos en sociedades autoritarias.
Las pasiones españolas
Sacando a colación al pensador Julien Benda (La traición de los intelectuales, 1927, edición española, 2008), en España han florecido dos pasiones que nos remiten a la predisposición autoritaria y a la cultura autocrática: la “pasión de clase” y la “pasión de nación”.
La “pasión de clase” –PSOE, Sumar o Podemos- que se empeña en revivir –demagógicamente, por supuesto- el discurso de una clase trabajadora explotada por el capital. Especialmente, por la banca y las eléctricas, con sus “beneficios caídos del cielo”. Una suerte del ¡Indignaos!, del 15-M que quiere recuperar la lógica de la resistencia contra el fascismo para combatir la dictadura actual de los mercados que amenaza la paz y la democracia.
La “pasión de nación” –ERC, Junts, PNV, Bildu y BNG: especialmente el nacionalismo catalán- que quiere construir o reconstruir unas naciones imaginadas por la vía de la deslealtad institucional y un proceso deconstituyente que convierta España en, de momento, una confederación.
La UTE del 23-J
Las dos pasiones -una vez constituido el Congreso de los Diputados- decidieron, tomando ejemplo de las grandes constructoras, la creación de una Unión Temporal de Empresas (UTE). Es decir, la unión de dos o más partidos que se unen para realizar una gran obra pública. Una unión transitoria mientras duren los trabajos.
El resultado de la operación es un gobierno -con su consiguiente apoyo- denominado progresista. Una designación sorprendente si tenemos en cuenta que estamos ante una ensalada ideológica que combina socialdemócratas imaginarios de bajo vuelo, comunistas amortizados y nacionalistas etnicistas amigos de la subversión del orden democrático y constitucional.
El programa: la redención de la España oprimida por el capital y la liberación de las naciones minorizadas y reprimidas por el Estado español. Algo más: la conquista, reconquista o consolidación del poder de los socios de la UTE.
La táctica: por un lado, la demonización –la aversión a la diferencia- de una derecha liberal y no liberal que pasa de adversaria a enemiga: por otro lado, la beatificación de neocomunistas y nacionalistas así como la colonización de las instituciones públicas y privadas y la invasión de los medios públicos y de los privados que se pueda.
La mentira mediana de la UTE del 23-J
Más allá de la ley de amnistía a medida de Pedro Sánchez y Carles Puigdemont –impunidad por poder: corrupción política-, la UTE habría generado, sacando a colación a la antes citada Anne Applebaum, una suerte de “Estado unipartidista antiliberal” en donde crece el clientelismo y el nepotismo.
Un Estado polarizado –el Muro, en palabras de Pedro Sánchez- que se sostiene gracias a la “mentira mediana”: expresión que usa el historiador estadounidense Timothy Snyder para designar las mentiras que causan un daño irreparable en las sociedades abiertas y democráticas. Una mentira mediana a veces difícil de desenmascarar, a diferencia de la gran mentira fácil de neutralizar.
La UTE del 23-J sobrevive gracias a un número indeterminado de mentiras medianas: la derecha liberal es siempre culpable, una cantidad de los magistrados lo son de parte, la amnistía restablecerá la convivencia, los empresarios -egoístas por definición- empobrecen a las clases populares y medias y toda crítica del llamado progresismo es deplorable.
Las prácticas del gobierno de la UTE del 23-J
Se confunden/solapan el gobierno y el partido, se apuesta por la vía de urgencia legislativa –el abuso de la proposición de ley- prescindiendo/ocultando los informes previos de las altas instancias del Estado, se reduce/desprecia la deliberación parlamentaria. Y esa demagogia/sectarismo que no cesa. Y esa política a martillazos. Y esos políticos que se esconden cuando llueve.
Una simplicidad discursiva
La UTE que gobierna España sobreviviría –además de la publicidad sin tregua y el partidismo informativo- gracias a una teoría conspiranoica que prevalecería merced a una simplicidad discursiva capaz de construir una mentalidad autoritaria simplista –la cultura autocrática y las predisposiciones autoritarias de las que hablaba antes- que acepta una parte de la ciudadanía.
Como en Polonia
La UTE que nos gobierna tiene el mérito, o corre el riesgo, de convertir España en la Polonia, que relata Anne Applebaum más arriba: al cabo de un tiempo, algunos de los amigos con los que había compartido amistad, cruzaban la calle para evitar el saludo.
Así concluye el ensayo nuestra autora: “pero puede que, al abrirnos camino a través de la oscuridad, descubramos que juntos podemos oponerles resistencia”.