El Gobierno de Catilina

Nos gobierna Catilina, el superjefe de todas las tramas, si estuvo dispuesto a todo para alcanzar el poder, no hará menos para mantenerlo

Con más ambición que intelecto, y tras perder unas elecciones, se lanzó a por el poder aliándose con malhechores y resentidos. Les prometió la impunidad, la condonación de sus deudas y un generoso reparto del botín y de los cargos. Con demagogia y sin escrúpulos, aprovechó el ocaso de las virtudes cívicas para manipular las bajas pasiones de una plebe indignada. Estaba dispuesto a todo. Atizó la discordia con la mentira. La avaricia de su entorno le animó, pero también le traicionó. La indiscreción de los mediocres reveló el plan.  

Esta historia podría sonarnos familiar a los españoles del 2024; sin embargo, a diferencia de Pedro Sánchez, Lucio Sergio Catilina no alcanzó el poder. El Senado fue un obstáculo para este patricio venido a menos. Allí el cónsul Marco Tulio Cicerón, un hombre de letras que se reveló también como un hombre de acción, le denunció, le reprimió y se ganó el título de padre de la patria (Pater Patriae) al salvar la República de este enemigo y sus compinches. 

Pocos temas de la historia antigua están más trillados que la conjuración de Catilina. Los discursos del propio Cicerón -las Catilinarias– y el relato de Salustio convirtieron en inmortal el nombre de un simple conspirador. Y, desde entonces, infinidad de historiadores han vuelto su mirada a aquel año, el 63 a.C., en el que temblaron los pilares de la República.

Uno de ellos fue Gaston Boissier. Este sabio francés no ha sido tan reconocido como el alemán Theodor Mommsen, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1902, pero también fue uno de los grandes historiadores de la segunda mitad del siglo XIX. 

Gobierna con arbitrariedad regalando la impunidad a sus cómplices

En La conjuración de Catilina (KRK Ediciones), Boissier relata aquellos hechos antiguos y aquellas fascinantes psicologías bajo el prisma de su experiencia, la de las revoluciones y los golpes decimonónicos. La tecnología avanza, pero la condición humana permanece.

Por esta razón, en la Antigüedad seguimos encontrando claves interpretativas para la política de nuestro presente. La República romana sufría en el siglo I a.C. una crisis política, social y de valores. El reformismo no acababa de abrirse paso entre la inacción de las elites y la amenaza de los demagogos.  

Roma había pasado de ser una ciudad-estado a un vasto imperio que abarcaba prácticamente todo el mundo conocido. Las instituciones encontraban dificultades para gestionar el cambio de registro geográfico, y también cultural. Las ambiciones personales, la volubilidad de la plebe y la resistencia del Senado imposibilitaban la consolidación de cualquier reforma.

El lenguaje violento había sido el caldo de cultivo del miedo y del odio y, al final, la violencia se materializó, pasó de la retórica a la calle. La constitución mixta -el equilibrio de poderes- agonizaba y no pocos estaban ya dispuestos a sacrificar la libertad en el altar de la seguridad.  

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/EPA/OLIVIER MATTHYS
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/EPA/OLIVIER MATTHYS

La historia no se repite, pero rima. Sánchez ganó donde Catilina perdió. Sánchez es la victoria de la conjuración. Es el triunfo del pacto de pandillaje tras una derrota electoral. Ha brutalizado las instituciones repartiendo cargos entre amigos. Ha eliminado controles y ha superado límites.

Gobierna con arbitrariedad regalando la impunidad a sus cómplices. Y está dispuesto a perdonar cualquier deuda a los peores gestores. Nos gobierna Catilina, el superjefe de todas las tramas. Si estuvo dispuesto a todo para alcanzar el poder, no hará menos para mantenerlo.  

Todo podemos esperar en este momento en el que todas las evidencias apuntan a red de conseguidores gubernamentales, partidistas e, incluso, familiares. “Dos que duermen en el mismo colchón acaban siendo de la misma opinión”, le escribieron en el Manual de resistencia.

Los patrocinios de altos vuelos y las cátedras sin mérito destapan el amiguismo y la podredumbre. Para taparlos, podemos esperar de nuestro Catilina cualquier cosa, también el recrudecimiento de la crisis constitucional.