El congreso sanchista
El cierre de filas no deja espacio a ninguna rendición de cuentas. Cohesión máxima y ataques a la oposición. Es todo un espectáculo de negación colectiva
Era fácil confundir el 41º Congreso Federal del PSOE con un aquelarre de radicalización partidista y retórica guerracivilista. En un ambiente cargado de peligrosas reminiscencias, Santos Cerdán, el número 3, habló de “ejecuciones, cárcel y exilio”.
Los asistentes también aplaudieron con fervor a la ministra Isabel Rodríguez cuando prometió “acabar con la derecha” para cambiar la Constitución de 1978. Oda al trágala. Odio al espíritu de la Transición. Otro Rodríguez sabía perfectamente de qué iba el tema. José Luis Rodríguez Zapatero había vuelto de Venezuela para explicarles cómo llevar a la práctica semejantes aberraciones políticas.
Las ovaciones a la corrupción fueron continuas; se prodigaron de principio a fin, de Manuel Chaves y José Antonio Griñán a Begoña Gómez. Cada imputación era una medalla en un congreso más alucinante que el de la novela de Stanislaw Lem. El sanchismo es ya el alfa y el omega de un partido que ha recuperado sus tradiciones más oscuras, reprimiendo cualquier opinión discordante.
La palabra militancia alcanza aquí su condición más extrema. Aplaudan, aplaudan tan fuerte que no puedan oír ni un solo pensamiento propio. La personalidad se diluye en un sectarismo nunca visto en otro partido político español durante este periodo democrático.
Ya no hay socialistas. Son todos sanchistas, pero, ¿qué es un sanchista? Pues es un ser humano que, después de saber todo lo que sabemos, sigue aplaudiendo a Pedro Sánchez como hace unos meses aplaudía a José Luis Ábalos.
No es ser socialdemócrata, ya que el sanchista también jalea los pactos de la desigualdad con Oriol Junqueras, Carles Puigdemont y Bildu.
No es social, ni demócrata. En todo caso, será colectivista y autócrata. Tampoco contendrá trazas de liberalismo, ya que es alérgico al Estado de derecho y a la independencia de la Justicia. El ser sanchista se maquilla con pintura woke. Simple fachada.
«La personalidad se diluye en un sectarismo nunca visto en otro partido político español durante este periodo democrático»
En el fondo, el ser sanchista aspira a la vida que disfrutaron, con dinero público, los Tito Berni, los Ábalos y tantos y tantos “compañeros” andaluces. Modelos a seguir para los del cónclave sevillano.
El sanchista no odia a Emiliano García-Page, porque este nunca hará nada para cambiar la situación, pero sí a Juan Lobato porque ha demostrado unos valores que el sanchista desprecia tanto como teme. Zapatero lo dejó muy claro: “en el PSOE, la lealtad por toda regla”.
Los principios ideológicos ya los impondrán los socios. Y es que el rasgo definitivo del sanchista es su lealtad ciega a Sánchez. El cierre de filas no deja espacio a ninguna rendición de cuentas. Cohesión máxima y ataques a la oposición. Es todo un espectáculo de negación colectiva.
Después de Sánchez
El sanchista es un ciudadano que quiere ser súbdito. Anhela ser dominado por un “puto amo”. Y mangoneado por el “Número Uno”. Sin embargo, esta lealtad tiene fecha de caducidad, a saber, la salida de Sánchez de La Moncloa.
Cuando caiga, y caerá, los sanchistas, vacíos ideológicos con patas, correrán raudos a reconvertirse en seguidores de un nuevo e igualmente amado líder. Y lo que hoy parece amor mañana se convertirá en desdén.
«Cohesión máxima y ataques a la oposición. Es todo un espectáculo de negación colectiva»
El ser sanchista plantea, pues, preguntas profundas sobre la identidad política del PSOE. ¿Qué significa ser socialista en este contexto? ¿Es suficiente con seguir acríticamente a un líder? Han arrastrado a todo un partido histórico al blanqueo de élites extractivas abusan del poder con tanta impunidad como mienten.
Este fin de semana la militancia socialista tenía la oportunidad de rectificar y recuperar algo de dignidad, pero no saltó la sorpresa en Sevilla. Oportunidad perdida. Partido moralmente destruido. Y España, paralizada.