El apocalipsis puede esperar
La segunda victoria electoral de Donald Trump remodelará ideológicamente el sistema de partidos norteamericano
Los progresistas se alejaron de los trabajadores hace tiempo. Y los republicanos se alejan ahora de los valores reflejados en los documentos fundacionales de los Estados Unidos. Este podría ser el resumen, inevitablemente simplista, de una segunda victoria electoral de Donald Trump que remodelará ideológicamente el sistema de partidos norteamericano.
Los sesgos de los grandes medios de comunicación, sobre todo los europeos, no ayudaron a prever el resultado de las urnas y tampoco ayudarán ahora a una comprensión profunda y matizada de las dinámicas sociales y políticas subyacentes. Acusaciones de fascismo o ignorancia solo muestran la pereza mental de quienes las profiere.
El tradicional eje izquierda-derecha se ha difuminado. La supuesta izquierda del Partido Demócrata parece hablar solo a las elites de las costas oceánicas, siendo la derecha de los republicanos quien mejor ha captado los miedos y los anhelos de las familias trabajadoras. Sin duda, la traición progresista al obrerismo ha sido uno de los factores clave de la victoria del multimillonario neoyorkino.
El wokismo, esa histérica perversión de las causas nobles, ha fracasado. Se podía prever. Desprendía odio a la libertad y carecía de una idea de bien común. Las políticas de identidad tienen un límite cuando la inflación empobrece. Además, no pocos latinos han rechazado la etiqueta de víctima perpetua con la que pretendían convertirles en votantes cautivos de cualquier candidato demócrata.
«El tradicional eje izquierda-derecha se ha difuminado»
El voto latino, tradicionalmente considerado como un bastión demócrata, ha demostrado ser mucho más complejo y diverso. La heterogeneidad de este grupo, con sus diferentes orígenes, niveles socioeconómicos y experiencias personales, dificulta la predicción de su comportamiento electoral.
¿Por qué debían votar a favor del intervencionismo económico aquellos que huyeron del socialismo? Familias de origen cubano o venezolano han encontrado en el mensaje de Trump una promesa de libertad y oportunidades económicas más acorde a sus aspiraciones. Y encontrarán en Marco Rubio un secretario de Estado con esa mano dura que las dictaduras chavistas y castristas merecen.
La clase trabajadora lleva tiempo alejada de un Partido Demócrata que parecía más preocupado por cuestiones de identidad que por los problemas económicos cotidianos o la deslocalización de las industrias. La elite progre se desconectó de la América rural y desindustrializada como ahora se desconecta de Twitter. Abandonaron a millones de ciudadanos empobrecidos y les insultaron.
Hillary Clinton les llamó “deplorables”, y Joe Biden, “basura”. Y Kamala Harris centró su discurso en cuestiones, como el aborto, que no eran de su competencia y que tampoco eran la prioridad de esos votantes que tan bien describió J.D.Vance, el futuro vicepresidente, en su libro Hillbilly, una elegía rural (editorial Deusto, 2016).
El éxito de Trump también se debe a su capacidad para liderar una coalición de ideologías aparentemente contradictorias. Ha logrado unir bajo su bandera a republicanos tradicionales, pero también a nacionalistas cristianos y tecnolibertarios como Elon Musk. Esta amalgama de intereses diversos plantea desafíos para el futuro.
«El éxito de Trump se debe a su capacidad para liderar una coalición de ideologías aparentemente contradictorias»
Intelectuales de probada sensatez, como el liberal Michael Ignatieff, presagian la posibilidad de una gran catástrofe: “Enfurecido por estas contradicciones y limitaciones, internas y externas, Trump podría verse tentado a convertir la presidencia en una dictadura, pero si lo hace se arriesga a una guerra civil, con el Estados Unidos que lo eligió entrando a degüello contra el que no lo hizo” (“Historia de dos Estados Unidos”, ABC, 10/11/2024).
Vaticinios de ese estilo ya se produjeron en 2016 y la realidad fue muy otra. Trump demostró ser un líder transaccional, más pragmático que ideológico. El apocalipsis, por tanto, puede esperar. Habrá, eso sí, un nuevo paradigma republicano, una redefinición de los valores asociados a la marca del partido, ya que la incorporación masiva de la clase trabajadora blanca y el creciente apoyo de las minorías modifican la estructura tradicional del partido.
Este cambio planteará el desafío de conciliar las promesas hechas al nacionalismo cristiano, los ideales libertarios y las políticas de proteccionismo y aislacionismo. Es un coctel de difícil digestión, pero más difícil lo tendrá el Partido Demócrata para reconstruirse en la oposición. Será, en todo caso, interesante seguir estas redefiniciones ideológicas y estos realineamientos partidistas, porque lógicamente su impacto se extenderá mucho más allá de las fronteras estadounidenses.