No es tan fiero el león como lo pintan
Donald Trump es un populista que tiene la buena costumbre de incumplir lo que promete.
La Unión Europea confiaba en unas elecciones que –ganara Donald Trump o Kamala Harris– no modificarían la política norteamericana. La Unión Europea confiaba en un sistema constitucional de elección de la presidencia que dificultara cualquier cambio político sustancial.
Ese sistema norteamericano que reduce el movimiento del partido ganador, especialmente cuando la victoria es ajustada. Cuando ello sucede –eso es lo suele ocurrir-, republicanos y demócratas se encastillan en su escasa mayoría o minoría con el objetivo de bloquear las propuestas del adversario. Las leyes ambiciosas están condenadas a la transacción o al fracaso.
Contra la tiranía de la mayoría
La Unión Europea confiaba en esa idea –transacción o trabajo- de los padres fundadores, obsesionados como estaban por evitar lo que Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill denominaron “la tiranía de la mayoría”. El Senado limita a la Cámara de Representantes y el Presidente puede vetar las leyes.
Solo las leyes de trascendental importancia –New Deal, las reformas fiscales de Ronald Reagan, la asistencia social de Bill Clinton, el Obamacare, las leyes para hacer frente a al 11 de Septiembre, la crisis financiera o la pandemia de la Covid- consiguen traspasar las barreras de una República fundamentada en los pesos y los contrapesos. Una manera de reforzar la democracia y la división de poderes.
La Unión Europea aceptaba la polarización como algo normal en unos Estados Unidos en donde la ideología política y social ha sido substituida por el sexo, el origen y la religión. Cada uno vota a los suyos. Así se neutralizan unos a otros. Así no cambia nada. Perfecto, concluye Bruselas.
A la Unión Europea no le preocupaban las declaraciones de Donald Trump cuando en un mitin celebrado en Ohio afirmaba que “si no ganamos las elecciones, no creo que tengamos otras”.
«Las leyes ambiciosas están condenadas a la transacción o al fracaso»
Tampoco le preocupaban las palabras de Kamala Harris cuando en un mitin celebrado en Pensylvania sostenía que “lo que está en juego en esta carrera son los ideales democráticos por los que nuestros Fundadores y generaciones de estadounidenses han luchado. Lo que está en juego en estas elecciones es la Constitución misma”. Propaganda. Nada cambia.
La Unión Europea estaba convencida de que las promesas electorales eran solo eso, promesas electorales. Estaba convencida –pesos y contrapesos, decíamos- de que Donald Trump no establecería más aranceles que los que se viera obligado para responder a los aranceles de la Unión Europea o de la República Popular China.
Más: muy probablemente, Donald Trump –a pesar del aislamiento que predica- seguiría vendiendo o repartiendo armas a Israel y alguna solución encontraría en Ucrania. La Unión Europea estaba también convencida que, de ganar Donald Trump por los pelos, Kamala Harris pararía el empuje –las transacciones obligadas para poder gobernar- del republicano.
Más comida y más gasolina y menos matemáticas con perspectiva de género
De golpe, como si de un tsunami se tratara, Donald Trump obtiene la mayoría absoluta. Mayoría en el Senado y mayoría en la Cámara de Representantes. Las mujeres, los hombres, el sexo, el origen y la religión –en un ejercicio remarcable de transversalidad política- apuestan por la candidatura de Donald Trump. Se acabaron los contrapesos. Donald Trump sí puede gobernar a su manera.
A ello, hay que añadir que el progresismo –ese fundamentalismo sectario y despótico que llaman woke-, que patrocina Kamala Harris –también la Unión Europea- quiebra igualmente. A la ciudadanía le interesa el trabajo, la seguridad, la inflación, el precio de los alimentos, el coste del galón de gasolina y menos impuestos.
«La Unión Europea estaba convencida de que las promesas electorales eran solo eso, promesas electorales»
A la ciudadanía no le interesan los estudios de género, el negacionismo climático, los derechos LGBTQ+, el empoderamiento, la diversidad, el moralismo progre, el activismo, el derribo de estatuas imperialistas, la quema de libros de Astérix, Tintín y Lucky Luke, las matemáticas con perspectiva de género, la discriminación positiva, la igualdad efectiva, la justicia racial o la idea de que lo personal es político.
A quienes tienen problemas para sobrevivir, ¿qué les importa las palabras de una Kamala Harris que advierte que “el trato equitativo significa que todos terminamos en el mismo lugar”. Nada.
Ese protectorado norteamericano que es la Unión Europea
Hay que ser conscientes de que la Unión Europea no ha ganado las elecciones en Estados Unidos con la victoria -mayoría absoluta- de Donald Trump. Pero, tampoco las ha perdido.
La Unión Europea se pregunta qué hará Donald Trump con ese protectorado norteamericano que es la Unión Europea. Una pregunta equivocada. La cuestión es la siguiente: ¿qué hará la Unión Europea con un Donald Trump que, quiérase o no, es quien lidera Occidente?
Menos quejas y más iniciativas
La Unión Europea –sin liderazgo visible y con la rémora de una izquierda trasnochada que todavía sigue arremetiendo contra perfidia norteamericana- teme que el proteccionismo de los Estados Unidos, vía aranceles, perjudique a la economía europea. Menos quejas.
Si la Unión Europea impone aranceles a Estados Unidos y a la República Popular China, ¿por qué ellos no harán lo mismo con la Unión Europea? Si en los últimos años se han negociado y alcanzado diversos acuerdos arancelarios entre la Unión Europea y Estados Unidos, ¿por qué no repetirlo ahora? A fin de cuentas la política no es sino la intermediación entre intereses.
¿Que Donald Trump puede dañar la economía europea? Cierto. La Unión Europea debería tomar algunas decisiones. ¿Por qué no desregularizar la economía? ¿Por qué no reducir el impuesto de sociedades? La Unión Europea no puede obstaculizar su economía mientras Donald Trump propulsa la suya. No puede ser que el día de la victoria de Donald Trump caiga el Ibex y suba Wall Street.
«¿Qué hará la Unión Europea con un Donald Trump que, quiérase o no, es quien lidera Occidente?
La Unión Europea teme que al aislacionismo de Donald Trump se traduzca en una reducción de la presencia militar de la OTAN y Estados Unidos en el continente europeo. Menos quejas. Si todos los miembros europeos de la OTAN cumplieran la promesa de un gasto anual en defensa de al menos el 2% del PIB, Donald Trump –una inversión del 3,52% del PIB de Estados Unidos que supone 860.000 millones de dólares: las dos terceras partes del gasto de la OTAN- no pondría en cuestión a la Alianza Atlántica e, incluso, su ayuda a Ucrania.
¿Por qué la Unión Europea no se dota de un pilar común de defensa para así prescindir –o limitar la presencia- de los Estados Unidos? Por decirlo coloquialmente, no se puede vivir del cuento.
Menos quejas todavía
Y menos quejas cuando se dice que Donald Trump perjudicará a la clase trabajadora: fue Bill Clinton y su nuevo laborismo quien apostó por Goldman Sachs, desreguló el sistema bancario y negoció tratados de libre comercio que aceleraron la desindustrialización; fue Barak Obama quien continuó la herencia de Bill Clinton degradando -precariedad laboral y reducción laboral- la situación de los trabajadores industriales. De ahí surgen los votantes del populista Donald Trump.
Y menos quejas sobre el programa de deportaciones de emigrantes irregulares de Donald Trump: Barak Obama y Joe Biden han sido los presidentes con más emigrantes desterrados en su haber. Más: ¿acaso la Unión Europea no ha financiado la deportación de miles de emigrantes a Turquía que finalmente son expulsados a Siria y Afganistán?
Venus y Marte
La victoria de Donald Trump brinda a la Unión Europea la oportunidad de replantear su ser y estar en el concierto mundial. La Unión Europea no puede seguir siendo la Venus mantenida por ese Marte que es Estados Unidos. Europa ha invertido recursos y energías en la búsqueda de la felicidad, porque ha contado con la protección del amigo americano. Se acabó lo que se daba. Hay que remangarse y trabajar duro.
Sin complejos: Donald Trump es un populista que tiene la buena costumbre de incumplir lo que promete. No es tan fiero el león como lo pintan. Aunque ruja.