Donald Trump contra la globalización  

China se abre al exterior insertándose en la economía de mercado y en la globalización capitalista

Donald Trump –con sus aranceles- se ha incorporado a la lista de los fundamentalistas que arremeten despiadadamente contra la globalización. Aranceles, ¿para qué? Para –dice- reducir el déficit comercial, recaudar más impuestos, reindustrializar los Estados Unidos y/o negociar lo que sea previa amenaza. Todo ello, sin olvidar la presión a la que somete a la Reserva Federal para que baje el tipo de interés.   

El camino equivocado de Donald Trump según muestra la historia de la economía: 1) se imponen aranceles elevados a las importaciones con la intención de ofrecer ventajas a las mercancías fabricadas en los Estados Unidos, 2) las mercancías locales suben de precio al reducirse la oferta, 3) la reducción del número de mercancías –la producción local no puede equipararse con la de la importación- invita de nuevo a otra subida de precios, y 4) finalmente –inflación y recisión-, el ciudadano sufre las consecuencias de los aranceles.  

(Entre paréntesis: llama la atención que la campaña impulsada por Pedro Sánchez contra los aranceles de Donald Trump –Plan de Respuesta y Relanzamiento Comercial– se fundamente en el eslogan “Compra lo tuyo, defiende lo nuestro”. Donald Trump no lo haría mejor).   

A ello, hay que añadir la amenaza/posibilidad de una guerra comercial internacional que podría debilitar el tejido industrial propio y ajeno en un marco de inseguridad jurídica de consecuencias imprevisibles.  

Entre estas consecuencias, está la debilitación o devastación de una de las indudables conquistas recientes del sistema liberal: la globalización. El primer paso ya se ha dado al congelar Donald Trump la ayuda/inversión a los países subdesarrollados.    

Publicidad

La política arancelaria de Donald Trump podría anular o cancelar lo que a continuación sigue.  

África, América Latina y el mundo árabe 

El G-8, con la colaboración del Banco Mundial y su inversión con criterios de mercado, logró que África subiera al tren de la globalización capitalista. El resultado: el crecimiento del continente africano durante las últimas décadas ha oscilado entre el 3% y el 5% anual.

Un par de datos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional: la pobreza extrema se ha reducido en países como Nigeria, Tanzania, Mozambique, Mali, Burkina Faso, Etopía, Camerún o Senegal; la escolarización ha aumentado en países como Zambia, Kenia, Mozambique, Senegal, Etiopía, Burundi, Burkina Faso o Níger.  

Donald Trump –con sus aranceles- se ha incorporado a la lista de los fundamentalistas que arremeten despiadadamente contra la globalización

A este crecimiento africano han contribuido las inversiones de China, India y Japón. Otro dato: en África operan unas mil empresas chinas que inundan algunos países del continente negro con sus mercancías de bajo coste. De 2000 a 2006, el intercambio entre África y China pasó de 7.000 millones de euros a 30.000 millones de euros. Con la inversión y el intercambio llegaron los puestos de trabajo. Al desarrollo de estos países africanos –trabajo, crecimiento, reducción de la pobreza- hay que sumar el de otros como Botswana, Lesotho o Isla Mauricio. Eso es la globalización.  

Algo parecido ocurre en América Latina –un crecimiento promedio de 2,5% para 2025: entre 2004 y 2006 rondaba el 5%-  y en el mundo árabe con un crecimiento promedio de 3,6% en 2025  

La razón de la mejora: estos países decidieron seguir los consejos de la ortodoxia de la economía de mercado que aconsejaba el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial: equilibrio fiscal, control de la inflación, liberalización del comercio y el mercado, pago de la deuda, exportación de materias primas, infraestructuras, tecnología, turismo. En definitiva, globalización.   

República Popular China y Asia 

China se abre al exterior insertándose en la economía de mercado y en la globalización capitalista. El resultado: los ricos se hacen más ricos al tiempo que los pobres devienen menos pobres. La pobreza, en China, entre 1980 y 1990, se reduce sustancialmente.

Es cierto que la diferencia entre ricos y pobres en China ha aumentado, pero lo que también ha ocurrido es que la renta de los más pobres ha aumentado considerablemente hasta el extremo de que la pobreza puede considerarse erradicada de China. Ítem más: Asia, integrándose plenamente en la ola de la globalización capitalista, ha crecido y se ha desarrollado con el consiguiente aumento –la correlación existe- de la renta nacional e individual.  

La India 

El crecimiento de la India –una tasa sostenida del 8%– se debe a la superación del socialismo de Nehru en beneficio de la globalización liberal. Contrariamente a la política impulsada por el que fuera primer jefe de gobierno de la India independiente en 1947 -barreras a la inversión extranjera, industria pesada, proteccionismo, intervencionismo estatal, autosuficiencia-, la India actual apuesta por la economía de mercado y la globalización capitalista.

¿El resultado? Internacionalización, empresas, educación, competencia profesional, tecnología punta, innovación, inversión, crecimiento, prosperidad. Y no sólo es el software, sino también la medicina, el automóvil, el sector aeroespacial o la telefonía.  

Menos pobreza y más desarrollo   

Surge la pregunta: ¿de qué manera superan la pobreza y el subdesarrollo los países pobres? La respuesta: a través del comercio internacional. Esto es, vendiendo al exterior lo que producen. El proteccionismo y las subvenciones son -con la corrupción, la sequía, la langosta, la guerra civil, la ausencia de la cultura del esfuerzo- la causa de la ruina y la pobreza de muchos países del Tercer Mundo.  

Donald Trump
Foto: Europa Press

Lo que necesita el mundo no es menos globalización capitalista, sino más globalización capitalista. Lo que el mundo necesita es la extensión y consolidación del orden liberalcapitalista. Más mercado. Más apertura comercial. Más intercambios. Menos injerencias comerciales. Menos aranceles. Menos Donald Trump. Hay que abrir las fronteras y no cerrarlas. Los países subdesarrollados deben/necesitan abrirse a la inversión extranjera. Lo mismo ocurre con los desarrollados.   

Se trata de favorecer el beneficio y la acumulación de capitales autóctonos con el objetivo de consolidar un ahorro propio que pudiera facilitar la inversión propia. Se trata de estimular la aparición de una clase empresarial autóctona –ligada o no a las multinacionales- que, al percibir la posibilidad del lucro, podría hacer viable el crecimiento y el desarrollo económicos. 

El afán de lucro nos beneficia 

¿Que la globalización capitalista –el capitalismo en sí- es interesada? Por supuesto. Y ahí reside una de sus virtudes: el afán de lucro del capitalismo -lean a Adam Smith- acaba beneficiando a los ciudadanos.   

Si ustedes leen a un clásico como Karl Polanyi, o a cualquier otro autor de la dicha teoría de la elección pública -James Buchanan o Gordon Tullock-, probablemente llegarán a un par de conclusiones. Primera: la regulación de la economía suele conducir al estancamiento económico y social, pudiendo llegar a ser tan destructiva como la abolición del mercado. Segunda: los intereses de los ciudadanos se escapan, con frecuencia, a la lógica intervencionista del Estado.  

Donald Trump, leer sin entender  

Leer a los teóricos de la elección pública, decíamos antes. Donald Trump, contrariamente a muchos políticos que, en el mejor de los casos, solo leen los informes que les facilita el gabinete de comunicación, sí lee. Pero, ¿qué?  

Entre sus lecturas –es él quien ha facilitado la lista-, se encuentra El Príncipe de Maquiavelo, El Partido. Los secretos de los líderes chinos de Richard McGregor y El arte de la guerra de Sun Tzu. El poder y la guerra. Según parece, también suele leer una antología de Albert Einstein titulada Mis ideas y opiniones. Lee, pero qué entiende.      

Deja una respuesta