El descaro del pacifismo de izquierda
La brigada pacifista de la izquierda apuesta por el desprecio prepotente e ignorante de quienes niegan el rearme como vía a un futuro mejor
El pacifismo de la izquierda está contaminado por la nostalgia. Esa añoranza o melancolía de unos tiempos en que la Revolución debía transformar el mundo y en que el experimento acabó instalando una dictadura cruel e ineficiente. La nostalgia de la izquierda conduce a la ilusión que prescinde del razonamiento y engaña al pensamiento. La ilusión pacifista de la izquierda, que se publicita como verdad, acaba persuadiendo a un número indeterminado de individuos. Un engaño que convence a todos aquellos que quieren ser convencidos. Un acto de fe.
Como si de una conexión con lo sagrado y lo trascendente se tratara, la izquierda propaga su mensaje pacifista con un tono inquisitorial y un conservadurismo reaccionario. Nunca rectifica: hay que abolir la guerra. La que les molesta.
En la escalinata del Congreso se instala la brigada pacifista de la izquierda con sus pancartas
De la prensa: “Cientos de personalidades de la cultura y el activismo rechazan el rearme en Europa: `No traerá la paz´”. Título del manifiesto leído en la escalinata del Congreso el 26 de marzo: No nos resignamos al rearme y a la guerra en Europa.
Las primeras líneas del manifiesto: “¿Hay alguien, en Europa o en cualquier otra parte del mundo, que no quiera defender a sus seres queridos de una posible amenaza? ¿Que no desee alejar la sombra terrible de la violencia de su vida y la de los suyos? ¿Que no sueñe con un futuro en el que sus hijos e hijas, los de sus amigos y vecinas puedan vivir en paz, desarrollarse como personas, tener trabajos dignos, habitar un planeta habitable, tener un techo sobre sus cabezas, disfrutar de la cultura o de las relaciones sociales enriquecedoras y constructivas y vivir vidas libres de todo tipo de violencias?”
Las últimas líneas del manifiesto: “No nos resignamos a la guerra, porque no queremos la paz de los cementerios, porque la historia nos demuestra que el único camino realista para conseguir la paz no es militar, sino político. Pónganse manos a la obra y trabajen por la paz, se lo exigimos”.
En el manifiesto, la brigada pacifista de la izquierda responde a las críticas antes de que les sean formuladas: “¿Es estúpido, simplista o naif desear esto, defender la paz y la justicia social? ¿Es quizá más inteligente, elaborado y maduro creer que los vientos de guerra, el lenguaje belicista y la apuesta por las armas traerán un futuro mejor?”
La estupidez, el simplismo y lo naif
André Glucksmann (La estupidez, 1988) afirma que el estúpido no solo es incapaz de percibir su equivocación, sino que la exhibe, se recrea en ella y sigue de forma obstinada su lógica.
La brigada pacifista de la izquierda –dejando a un lado que sus ideas coincidan casualmente con las de la izquierda política cínica e integrista que gobierna y subvenciona– defiende sus intereses. Cosa que comporta el simplismo, la torpeza y el seguidismo. Y no peca tanto de estupidez, más bien peca de descaro, desvergüenza e impudor.
En Europa –sépanlo ustedes– sí que hay quien defiende a nuestros seres queridos (también, quien se defiende a sí mismo: el individualismo racional es la mejor medicina), que desea alejar la sombra terrible de la violencia, que sueña con un futuro mejor para todos que permita una vida digna y en paz.
La brigada pacifista de la izquierda apuesta por el desprecio prepotente e ignorante de quienes niegan el rearme como vía a un futuro mejor. También, de quienes creen que la paz se consigue únicamente, gracias al arte de birlibirloque, por la vía política. Sin la disuasión armamentista militar, difícilmente llega la paz. Ahí está la MAD (Destrucción Mutua Asegurada) como prueba durante décadas.
“No nos resignamos a la guerra, porque no queremos la paz de los cementerios”, concluye la brigada pacifista de izquierda. Sigue la ignorancia. La “paz de los cementerios” es la paz –aires kantianos– producto de la obediencia y el terror que instauran las fuerzas atacantes/dominadoras al no ser ni disuadidas ni vencidas sobre el terreno. El “No al rearme” de las pancartas de la brigada pacifista de la izquierda es el primer paso a la paz del cementerio.
El problema del discurso prepotente de la izquierda -siempre dispuesta a entremeterse, subsanar, enderezar o auxiliar gratuitamente al ciudadano- es su incapacidad para ofrecer soluciones. Promete mucho, pero no da nada. Y se instala –nos instala– en la nostalgia y la ilusión. El triunfo de la demagogia y el populismo: “No a la guerra”.
Vladímir Putin, Pedro Sánchez, la izquierda, la Unión Europea y el ciudadano
En la presente coyuntura, ¿quién se beneficia del pacifismo impostado de nuestra brigada de izquierda? Efectivamente, Vladímir Putin. Y no se olviden de Pedro Sánchez y la izquierda irredenta: “nosotros mismos realicemos/el esfuerzo redentor”.
Para Vladímir Putin, la paz –además de conquistar terreno: ahí sí que se instaurará la paz del cementerio– equivale a conservar/recuperar la herencia imperial de la Rusia zarista o de la URSS comunista. Vladímir Putin rechaza cualquier política que ponga en peligro, o debilite, o desarme su Rusia autocrática. Y si hay que completar el Imperio, se completa. Para eso están los pacifistas de turno. Y los tanques, los misiles y los drones de la Rusia de Vladímir Putin.
Para Pedro Sánchez, la paz le permite recuperar algo del crédito perdido con la idea trampa del salto tecnológico, le permite presentarse sin mascarilla en la cumbre de la OTAN en La Haya del mes de junio, le permite mangonear un Presupuesto que no tiene y, en fin, le permite subsistir –si no explosiona antes políticamente hablando– durante un tiempo indeterminado en el poder.
Para la izquierda irredenta, la paz resucita el recuerdo de tiempos mejores; tiempos en que se hablaba de Karl Marx, Lenin, el materialismo histórico, la plusvalía, la lucha de clases, la revolución socialista, la dictadura del proletariado, la Pasionaria, el camarada Fidel o el Muro de Berlín. Nostalgia: “Desde mi triste soledad, veré caer/ Las hojas muertas de mi juventud”.
Hoy por hoy, la paz está en plantar cara y tener a mano un kit de supervivencia.