La derecha y el medio ambiente
Liberales y conservadores deberían articular un discurso sensato y propositivo respecto a la cuestión medioambiental
Durante los últimos años, la izquierda política ha abandonado banderas como la libertad, la igualdad y la seguridad, y se ha abonado a la corrección política, a los privilegios y a un moralismo ciego ante la realidad. Con ello, ha abandonado a la clase trabajadora y a los más humildes, y se ha abrazado a unas élites con más carencias emocionales que económicas.
El resultado ha sido un progresismo propagandístico que solo ha servido para blanquear la secesión de los más ricos respecto a cualquier idea de bien común. Ya lo denunció hace un lustro Christophe Guilluy con su sorprendente y polémica obra No society. El fin de la clase media occidental (editorial Taurus, 2019).
Ahora, en Los desposeídos (Katz, 2024), el geógrafo francés mantiene su tesis sobre un distanciamiento entre clases que ya no luchan, sino que se distancian más allá de lo económico. Aquí denuncia cómo este progresismo ha creado ciudades sin pueblo, facilitando la gentrificación.
Han creado una nueva burguesía cool, expulsando a los trabajadores, primero, e imponiéndole barreras “ecológicas” de entrada, después. “Predica la igualdad favoreciendo un modelo desigual” y utiliza el wokismo, para demonizar a unas clases populares que eran el sustrato cultural de nuestras sociedades. A cualquier barcelonés medianamente atento y honesto le sonará todo esto.
El ejemplo catalán
El separatismo catalán era, en No Society, uno de los ejemplos de fariseísmo, el de una élite que se viste con ropajes progres para justificar un procés insolidario. Querían dejar de contribuir al bienestar social, y usaron el victimismo nacionalista como simple una retórica justificativa.
El “ejemplo catalán ilustra la fiebre de una burguesía dispuesta a cualquier cosa para abandonar el bien común”, escribe Guilluy. Sin embargo, nuestro autor nunca ha dejado de tener un ojo puesto en nuestro país y, concretamente, en la ciudad de Barcelona. En Los desposeídos demuestra que la hipocresía también ha calado en cierta élite barcelonesa, la de Ada Colau y sus seguidores, socialistas incluidos.
Estas izquierdas han impulsado discursos irresponsables como el de la defensa del decrecimiento económico. Sus políticas nos han hurtado oportunidades como ciudad, ciertamente, pero también han provocado mayores desigualdades. Sus políticas de vivienda y su urbanismo ideológico han desahuciado a no pocos barceloneses de su propia ciudad. Los famosos “ejes verdes”, que tampoco es que sean muy verdes, han disparado el precio de los alquileres y han privilegiado arbitrariamente unas zonas de la ciudad sobre otras. Pura e injusta desigualdad.
Y, sí, tanto el nacionalismo como esa izquierda chic se han dedicado a estigmatizar y a etiquetar como antidemócratas o fascistas a cualquiera que señalara las consecuencias no deseadas de sus políticas, a cualquiera que advirtiera que el emperador andaba desnudo. Con todo, cada vez se calla menos ante la mentira. Y es que los efectos de la mala política son ya insoportables también para las clases medias. Nos hablan de la “huella de carbono”, pero dejan una terrible “huella social” a su paso. Así nacen los populismos.
Absurdos negacionismos de la nueva izquierda y la nueva derecha
Ante un ecologismo a ultranza que ha destrozado su modo de vida, los antiguos votantes de la izquierda trabajadora se dirigen hacia la derecha populista en busca de una esperanza que les devuelva a un pasado de seguridad. No obstante, esta derecha populista no ofrece soluciones, sino una respuesta demagógicamente simétrica a la ecologista.
Tanto la nueva izquierda como la nueva derecha defienden absurdos negacionismos. Si esta niega el cambio climático, las negaciones de aquella no son menos trascendentes: niega la importancia de la tecnología en la solución y toma la ideología como coartada. De este modo, se niega a reconocer el impacto negativo que sus políticas intervencionistas provocan en la mayoría de la población.
Ante tanto negacionismo, liberales y conservadores deberían articular un discurso sensato y propositivo respecto a la cuestión medioambiental. Es algo que el centro-derecha en Reino Unido y Alemania ha trabajado bien, pero en España es una preocupación incipiente en este ámbito político.
Cabría destacar, sin embargo, algunas iniciativas muy interesantes como la del think tank Oikos o el libro recientemente publicado de Nemesio Fernández-Cuesta. Si Guilluy realiza un interesante diagnóstico, desde la propia izquierda, estos últimos ofrecen soluciones y narrativa sólida para el centro-derecha.
Europa que se está quedando atrás por haber priorizado la ideología a la tecnología
Fernández-Cuesta es técnico comercial y economista del Estado, ha sido secretario de Estado de Energía y Recursos Minerales y, actualmente, preside el Grupo de Transición Energética de Alantra Partners. Sabe de lo que de lo que habla y de lo que escribe.
En No se trata de si es verde o no, sino de si elimina o reduce las emisiones (Editorial Deusto, 2024) no solo desmonta las falacias de ese ecologismo a ultranza que, como otros radicalismos progresistas, acaba provocando efectos contrarios a los prometidos, también defiende una transición energética realista, teniendo en cuenta los factores económicos, tecnológicos y geopolíticas por encima de apriorismos, prejuicios y moralinas.
Europa está a tiempo de rectificar
El libro es un golpe de realidad para una Europa que se está quedando atrás por haber priorizado la ideología a la tecnología, que ha transferido riqueza a China y, por lo tanto, poder, y que, a diferencia de la política de incentivos para reducir emisiones contaminantes aplicada en los Estados Unidos, ha preferido regular la actividad de las empresas, asfixiándolas con criterios más políticos que pragmáticos.
A americanos y europeos nos une un mismo objetivo, la reducción de las emisiones contaminantes, pero los primeros lo persiguen teniendo en cuenta los principios de la economía liberal y sin afectar al modo de vida de sus habitantes, mientras la Europa reguladora ha preferido la etiqueta verde a las soluciones eficaces.
A pesar de todo, el libro de Fernández-Cuesta es también esperanzador, porque Europa está a tiempo de rectificar. De hecho, ya ha empezado a hacerlo. Y el liberalismo y el conservadurismo tienen mucho que ver en el cambio sensato. Por esta razón, tanto este libro como los papeles de Oikos son documentos necesarios para construir una auténtica alternativa a los mantras medioambientales imperantes en España.
Así, los lectores con sensibilidad ecológica y sin apriorismos irracionales encontrarán en ellos un buen punto de partida para mejorar el debate público y, sobre todo, las políticas públicas en una cuestión vital como es el cuidado del medio ambiente.