La demolición incontrolada del Estado
No creo que Puigdemont supiera que no iba a ser detenido, la inacción de la policía y la Guardia Civil fue premeditada por el Ministerio del Interior y Moncloa a sabiendas de que los parte de los Mossos colaborarían con Puigdemont
No hay que sorprenderse por nada de lo que ha sucedido en Barcelona durante los últimos días. Es el resultado lógico de años de degradación institucional que en Cataluña empezó hace muchos años, con la manifestación presidida por José Montilla, presidente de la Generalitat, contra el Tribunal Constitucional y que en el conjunto de España arrancó tras las elecciones de 2019 y tuvo como primer paso establecer privilegios a aquellos que podían garantizar el poder a Pedro Sánchez.
Los indultos como contraprestación a la investidura de Sánchez en 2019 nos parecieron el culmen, pero solo fueron el principio. Luego la amnistía fue el pago por la nueva investidura de 2023. No eran acuerdos políticos, eran una transacción comercial, tú me das poder, yo te doy impunidad.
En la vida, cuando uno se acostumbra a que sus malas acciones no tengan consecuencias le acaba acompañando una sensación de inviolabilidad que le permite repetir una y otra vez sus actos demenciales y cada vez hacerlo de forma más abierta y descarada.
Con Sánchez la capacidad de sorpresa no tiene fin y la fechoría continuada ha acabado siendo su mejor aliado. Cuando te acostumbras es como estar anestesiado, nada nos causa ya estupefacción, llega un punto en el que todo parece normal y ni tan siquiera nos preguntamos que es lo próximo.
«Que nadie se llame a engaño, la degradación institucional no ha terminado»
No creo que Puigdemont supiera que no iba a ser detenido, la inacción de la policía y la Guardia Civil fue premeditada por el Ministerio del Interior y Moncloa a sabiendas de que los parte de los Mossos colaborarían con Puigdemont. La no detención es un acto de desprecio supremo al que ha sido efímero socio de Sánchez.
El presidente del gobierno usó hace menos de un año a Puigdemont para ser investido y luego ni le ha tratado de villano, ha hecho como que no existe y que no estaba en España. No existe mayor desprecio para aquel que, como Puigdemont, se creía llamado a cambiar la historia.
Cuando Puigdemont, o quizás su entorno, el día antes del que preveían como regreso triunfal se dieron cuenta de la situación, cambiaron el guión y se fueron por donde habían venido. A la mañana siguiente Félix Bolaños le endosó el mochuelo del fiasco de la detención a los Mossos y a continuación se puso a celebrar el nombramiento de Illa.
Que nadie se llame a engaño, la degradación institucional no ha terminado, una vez todos tenemos claro que “puede suceder cualquier cosa” ya nada puede detener a Sánchez, un Atila del estado de derecho que si un día abandona el poder, cosa que está por ver y que no será por voluntad propia, servirá para que los estudiosos del derecho constitucional constaten hasta que punto era sólido el armazón de nuestro estado y hasta qué extremo llego la demolición, no controlada, llevada a cabo por el delegado en Europa del Grupo de Puebla.