De nuevo, Venezuela

Toda esa “izquierda”, pretendidamente radical, pierde el pompis cada vez que oye palabras como “revolución” o “socialismo”, sin molestarse en averiguar qué hay detrás de la retórica

Todo apunta a que después de las elecciones celebradas el 28 de julio la llamada República Bolivariana de Venezuela entra en unas semanas, sino meses, convulsos. Las sospechas, más o menos veladas, de fraude son más que manifiesta en diversos ámbitos, empezando por los gobiernos de Brasil, Colombia y Chile, a los que no creo que se pueda colgar la etiqueta de “lacayos del imperialismo”.

Tanto da. Maduro está rompiendo relaciones contra cualquiera que se atreva a dudar, sea venezolano o extranjero. Estamos a la espera de que las autoridades electorales venezolanas, en un gesto de deseable buena voluntad, facilitaran toda la información posible sobre los escrutinios. Si no fuera así, en un pretendido gesto de orgullo nacionalista, el olor a cuerno quemada sería abrumador.

La prueba del algodón sería la comparación entre el 60% de actas no facilitadas a la oposición con el 40% a las que sí tuvo acceso, que evidenciaban una muy clara ventaja a favor de Edmundo González. Por el momento el Centro Carter, que siempre había confiado mínimamente en el chavismo, ya ha comenzado a poner en duda los resultados.

En febrero de 2019 publiqué en el medio “Topoexpress” un artículo titulado “Venezuela como problema”, a raíz de la maniobra iniciada por Juan Guaidó proclamándose presidente. Decía, más o menos, que la maniobra, jaleada por diversos medios europeos y americanos, no conduciría a nada y, entre comillas, predecía que se haría el ridículo, como así fue.

Pero había algo sumamente interesante en la propuesta de transición que hacía Guaidó: ofrecer impunidad a la cúpula militar venezolana. Esa oferta, totalmente chapucera y antidemocrática, contrasta con la que hacía el bloque opositor en las recientes elecciones: un pacto de transición que recordaba al español del postfranquismo.

Una manifestación, en Madrid, tras los resultados electorales en Venezuela. Foto: Fernando Sánchez / Europa Press

Ahora bien, la paradoja es que posiblemente la oferta de Guaidó respondía con más realidad a la pregunta de quién era el sujeto del poder en Venezuela O sea, e las fuerzas armadas. Eso sí, la apuesta no sólo era un tanto utópica sino temeraria. Una fractura en el bloque militar podría haber conducido a un enfrentamiento bélico.

Hablaba hace cinco años de situación bonapartista de tutela sobre el poder civil. Y me reafirmo en ello. Insisto. Se veía venir que aquella maniobra fracasaría. Todo apuntaba, y apunta, a que la cúpula militar es muy sólida. Entre otras cosas porque la jerarquía profesional fue descabezada en 2002 y los actuales mandos han sido promocionados, en un sistema que huele a «chusquería», por su fidelidad política. A cambio se les ha permitido mojar todo el pan posible.

Probablemente esos mandos consideran que sus tropelías y saqueos son difícilmente perdonables y que la cesión del poder podría acabar en una exigente rendición de cuentas. Y con esto no estoy por supuesto exonerando a la trama civil, incluida la “boliburguesía”, que se ha beneficiado también ampliamente de formar parte de esa nueva oligarquía que, posiblemente por la urgencia que supone haber llegado tardíamente, manifiesta una ambición desmedida. Es el sino de los sobrevenidos.

El viejo Partido Comunista de Venezuela le ha negado siempre el carácter de “socialista” a la chapuza chavista

Mientras, cierta «izquierda» sigue “saludando” la revolución del socialismo del siglo XXI. Un inciso. El viejo PCV (Partido Comunista de Venezuela) le ha negado siempre el carácter de “socialista” a la chapuza chavista, insistiendo en que ha persistido el sistema “rentista” previo. Pero la estupidez dogmática no tiene límites y toda esa “izquierda”, pretendidamente radical, pierde el pompis cada vez que oye palabras como “revolución” o “socialismo”, sin molestarse en averiguar qué hay detrás de la retórica.

Y todavía se entiende en personajes con pedigrí, digamos, radical como doña Yolanda, de la que tampoco se puede esperar mucha capacidad de análisis. Pero ¿de qué le viene al, una vez más, patético Zapatero? Prefiero no auto responderme. No quiero crearme problemas.

Una aproximación objetiva al proceso emancipador

El adjetivo “bolivariana”, con el que calificó la constitución chavista a la república venezolana, escandalizó a más de un oponente, al considerar que suponía una apropiación partidista de un símbolo nacional o, incluso, trasnacional en América latina. Pero en realidad esa crítica no es más que una muestra del culto dogmático al llamado Libertador, que se repite, en más o menos grado, en otros países, a propósito de sus lideres independentistas propios.

Es cierto que, con esfuerzo, y más o menos fortuna, se va abriendo paso en la América hispana una aproximación objetiva al proceso emancipador y sus dirigentes. Véase, a título de ejemplo, “Malditos libertadores” de Augusto Zamora. Pero el esquematismo de una derecha (San Martín) y una izquierda (Bolívar) libertadoras sigue presente en el seno del mito de la “patria grande”.

Simón Bolívar fue el genuino representante del caudillismo latinoamericano, entre unos cuantos más, raíz del populismo chavista y de tantos otros populismos del subcontinente. No es pues extraño que a podemitas y similares les caiga la baba con el chavismo o el peronismo.

En el caso venezolano, además, el modelo económico del “socialismo del siglo XXI” no ha hecho más que repetir el imperante en nuestra América desde la independencia, impuesto por las oligarquías “libertadoras”. Es decir, una aceptación del rol secundario como productor de materias primas en el mercado global. Unas veces respondiendo a la agroexportación; otras al maná del oro negro. En cualquier caso, anclaje en el subdesarrollo.

En definitiva, el gran acierto de Chávez, quizá el único, fue la reivindicación del adjetivo “bolivariana” para la dictadura populista, de base militar, que impuso.