De Borrell a Puigdemont: la Cataluña bicéfala en Europa

El mismo independentismo que intentó arrastrar a Cataluña fuera de España ahora lo aboca a la confrontación con Europa

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, Cataluña aspiraba ser una de las regiones-motor de Europa junto a Lombardía, Ille de France, Baviera, Flandes, etc…. En esos días, presidentes de la Comisión Europea como Jacques Delors, Romano Prodi y Durao Barroso, recibían a Jordi Pujol o Artur Mas que siempre acudían a Bruselas patrocinados por Duran i Lleida, líder de Unió Democràtica –un partido pequeño pero muy bien ubicado dentro de la antigua Internacional Demócrata Cristiana que luego mutó a Partido Popular Europeo–.

Los eurodiputados de Convergènvia i Unió (CiU) ostentaban gran influencia –a pesar de ser siempre entre dos y tres– y se dividían entre el mayoritario grupo popular y el siempre bisagra e influyente grupo liberal que había impulsado en su día una figura de la talla política y humana como Simone Veil, víctima y superviviente de los campos de exterminio nacionalsocialistas.  A día de hoy, los exconvergentes están expulsados de ese grupo y Unió no existe.

Todo esto ya pasó. Forma parte de un pasado que genera cada vez más nostalgia y a la vez terror. Nostalgia de una convivencia social que los separatistas gobernantes se empeñan en que no regrese, y terror al ver lo que se forjaba desde el poder de la Generalitat –con la tolerancia de los sucesivos gobiernos de la nación– frente a nuestras narices. 

En esa época se forjó la leyenda, falsa como tantas otras, que Cataluña era la parte más europea de España y que el resto de los españoles eran más africanos que europeos. Sin duda, esos contactos y relaciones de los dirigentes nacionalistas eran buenos: permitieron la captación de fondos, el posicionamiento de Cataluña a nivel internacional, la búsqueda de inversiones, la llegada de turismo…

En definitiva, era una especie de diplomacia regional que permitía a los líderes nacionalistas jugar a ser un pseudo estado pero reportaba beneficios en forma de progreso económico y creación de empleo. El divorcio del nacionalismo separatista con Europa ha sido rápido. Hasta llegar a cotas de rencor por parte de los independentistas –difíciles de imaginar si echamos la vista atrás–.

El cambio de estrategia ha llegado a su cima esta semana:

El lunes día 1, el Tribunal General de la UE rechazó las demandas de Puigdemont y Comín para poder acceder a su escaño de eurodiputados. El martes, Puigdemont no se atrevió a cruzar la frontera entre Francia y Alemania y dejó tirados a unos 4.000 seguidores a los que saludó desde el otro lado del río. El miércoles, Borrell fue propuesto como Míster PESC.

El jueves, la Comisión Europea rechazó la pretensión de Puigdemont, Torra y sus estructuras chiringitales de que España fuera sancionada por violar los valores de la UE. Ante esta tromba de realidad, Puigdemont reaccionó: “Aquesta Europa no ens interessa (Esta Europa no nos interesa)» afirmó el líder de la república de Waterloo.

El mismo independentismo que intentó arrastrar a Cataluña fuera de España ahora lo aboca a la confrontación con Europa. Si hasta el momento debíamos lidiar con un país como España, que asiste entre atónito y hastiado a lo que sucede en Cataluña, ahora debemos aceptar –porque Puigdemont, Torra y Comín lo dicen– que Cataluña sea identificada con el Sinn Fein norirlandés y el resto de problemas de Europa como el Brexit, los Balcanes, etcétera.

Precisamente para evitar la toxicidad de que Catalunya pase de ser región motor o región problema de Europa, es tan importante el nombramiento de Josep Borrell (PSOE) como alto representante de política exterior. La primera de las tareas de Borrell será equilibrar la balanza y evitar así males mayores para Cataluña y su economía. Esperemos ahora que el Ministro de Exteriores que nombre Sánchez no sea contraindicado con Borrell y que trabajen en equipo.      

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