Borrell, independentista
Cualquiera que sea el resultado de las elecciones, el tema de la independencia de Cataluña no se cerrará pronto ni fácilmente. Por eso debemos abandonar las actitudes beligerantes y poner algo de claridad en el análisis.
Una de las aportaciones más polémicas de la campaña electoral ha sido el libro Las cuentas y los cuentos de la independencia del ex ministro Josep Borrell Fontelles, un lejano pariente mío –ambos somos descendientes directos de Ignasi Aleu, «raier», o almadiero, de El Pont de Claverol en la primera mitad del siglo XIX–.
Borrell, en colaboración con Joan Llorach, no duda en repartir acusaciones de falsedad a diestro y siniestro, pero, a la vez, incurre en sorprendentes inconsistencias. Formula, en esencia, tres afirmaciones.
1) El déficit fiscal no alcanza los niveles que pretende la Generalitat, sino que es muy inferior; 2) la Generalitat subestima los costes de un Estado independiente; y 3) el auténtico déficit estaría solo entre un 1% y el 1,82% del PIB, lo que no justifica el trauma de la secesión. Veamos qué hay de cierto en ello.
La balanza fiscal es un concepto algo confuso y poco utilizado en la literatura económica internacional porque ofrece un margen muy amplio a la arbitrariedad en la imputación de los beneficios fiscales. El concepto más universalmente empleado es el de las relaciones financieras de una unidad territorial con otra mayor de referencia.
Por ejemplo, el Ministerio de Hacienda todos los años calcula, e incluye en los presupuestos generales del Estado, las relaciones financieras entre España y la UE, que miden, de un lado, la aportación al presupuesto de la UE y, de otro lado, los gastos que la UE realiza en España, en aplicación de las políticas comunitarias.
Pues bien, las relaciones financieras de Cataluña con el Estado han alcanzado en promedio un déficit de entre el 5% y el 8% del PIB en todos los años de las dos últimas décadas. Esto, en conjunto, asciende a una cifra gigantesca. Se trata de datos oficiales del Ministerio de Economía que nadie discute. Sostiene Borrell que ese déficit procede de gastos por servicios comunes que benefician a Catalunya (ministerios, fuerzas armadas, diplomacia…). Esto es verdad.
Pero no es toda la verdad. También la inversión pública y el gasto en servicios administrativos, sanidad y educación que realizan las AAPP en Cataluña, en términos por habitante, son inferiores a la media española todos los años. Madrid, por el contrario, lidera la lista de las CCAA –salvo País Vasco y Navarra- en gasto por habitante. Curioso, ¿no? En cambio, la aportación financiera catalana es siempre muy superior a la media.
Borrell afirma que una Cataluña independiente debería elevar el gasto para cubrir aquellos servicios comunes. También es cierto. Pero eso, justamente, supondría la generación de muchos miles de nuevos puestos de trabajo estables, lo que reduciría extraordinariamente el desempleo y aumentaría la renta per cápita y la recaudación tributaria (IRPF, por ejemplo).
Todavía hay mucho que añadir, aun aceptando las afirmaciones de Borrell y Llorach. Según ellos, el déficit sería de sólo entre un 1% y el 1,82% del PIB catalán. Algo así como entre 2.000 y 3.700 millones de euros. Pues bien, esto para el gasto del Govern (sanidad, educación o I D) supondría un enorme aumento de entre el 6,2% y el 11,4% ¡cada año!, lo que permitiría políticas muy distintas.
Para el Estado español las mismas cifras son otra cosa. La ganancia de Cataluña se quedaría en una pérdida de solo entre el 0,31% y un 0,47% del PIB. Según los razonamientos de Borrell y Llorach, eso sí que no vale la pena. La minucia de la pérdida española no merece el descrédito y el deterioro de la imagen internacional que el país sufre cada día por este asunto. ¿Quién estaba explicando cuentos?