Crónica de un golpe de diseño
Cataluña, contrariamente a lo que dice y repite el independentismo, no es sujeto del derecho de autodeterminación de la ONU
Unos meses después –exactamente 6 meses- del golpe del 1-O de 2017, Daniel Gascón publicó el ensayo El golpe posmoderno. 15 lecciones para el futuro de la democracia (2018). Lo que entonces se planteaba como una hipótesis, ha resultado ser una verdad no refutada al cabo de 7 años.
Sí hubo un golpe de Estado
Efectivamente, los hechos que culminaron en el otoño de 2017, tras cinco años de “proceso” y la declaración de una República efímera, fue un “golpe posmoderno”.
Sacando a colación a Hans Kelsen, Daniel Gascón concluye que “un golpe de Estado se produce cuando un orden legal es anulado y sustituido de forma ilegítima, es decir, de una manera no prescrita por el primer orden”. Eso, exactamente eso, es lo que ocurrió el 6 y el 7 de septiembre cuando el Parlament derogó motu proprio el orden constitucional al aprobar Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República y la Ley del Referéndum de Autodeterminación.
A lo que hay que añadir la convocatoria y celebración del referéndum ilegal del 1 de octubre y la Declaración unilateral de la independencia de Cataluña del 10 de octubre.
Un golpe ciertamente curioso –señala el autor- por lo inédito: “Una rebelión contra una democracia liberal en una región en donde la renta per cápita supera los 25.000 euros”. Un golpe que enfrenta lo “liberal pluralista” versus lo “iliberal y plebiscitario”. Unos apelan a la “separación de poderes” y otros a la voluntad de “un solo pueblo”. De libro. Aires europeos de las primeras décadas del XX. Hans Kelsen versus Carl Schmitt. La paradoja: una población alabada por su sensatez y su rechazo al aventurerismo se transforma de pronto en romántica”.
El asalto posmoderno al Estado
Un golpe posmoderno –de “diseño, emocional e hiperbólico”- en la medida en que “el asalto al Estado” no fue abiertamente violento y la semilla se transmitió, en buena medida, por las redes sociales. Vale decir, otra novedad, que el independentismo convenció a una parte importante de la ciudadanía que no se trataba de un golpe, sino de un derecho: “el derecho a decidir”, en palabras del propio independentismo. Un derecho que, por cierto, no existe.
De igual manera, conviene a aclarar que Cataluña, contrariamente a lo que dice y repite el independentismo, no es sujeto del derecho de autodeterminación de la ONU. El resultado del golpe: “Una sociedad diversa quedaba reducida a una cuestión binaria: el deseo de un pueblo y los que querían coartar su libertad”.
Las consecuencias del golpe
El autor es prolijo al recapitular los efectos del golpe: la quiebra de la convivencia, las pérdidas económicas, la tensión política y social, un grave desgaste de las instituciones autonómicas –el golpe fue también contra la Generalitat de Cataluña- y estatales.
Señala Daniel Gascón –recuerden, el libro se edita en 2018– que “todavía no podemos calcular con precisión la gravedad de los hechos, ni sabemos lo fácil –o posible- que sería recomponer lo que se ha roto, apagar las pasiones que se han alzado o gestionar la frustración de muchas personas que creyeron honestamente en las bondades de una mercancía averiada, pero parece claro que el episodio ha sido muy negativo para Cataluña y para España”.
Anda cargado de razón nuestro autor al predecir las consecuencias “negativas” de esa “mercancía averiada” que fue el “proceso: fuga de inversores, de empresarios, de empresas y de capitales particulares. Se fugaron y no han vuelto. Difícilmente volverán. Vean lo que ocurrió en Canadá. No pasen por alto las encendidas pasiones y frustraciones que todavía persisten. No olviden lo que suelen decir los psicólogos: de la frustración al odio hay solo un paso.
Las ideas de la tribu, el simulacro y el supremacismo
Una de las virtudes del libro de Daniel Gascón se percibe en la habilidad y capacidad de síntesis del autor –no es una casualidad que estemos ante un filólogo por partida doble- para detectar los problemas políticos –el “proceso” como objeto de estudio-, y no tan políticos, del mundo que nos rodea.
«Concluye Daniel Gascón que el simulacro independentista catalán se disolvió al entrar en contacto con la realidad»
Ahí está el lenguaje que no quiere decir lo que dice, la ambigüedad buscada, la batalla por el relato, la traición de muchos intelectuales, el simulacro, el clamor de la calle que es más importante que las instituciones, la movilización populista, las emociones como arma, las maniobras de distracción, la activación de las ideas de la tribu y la exclusión, la importancia del origen por encima de la ciudadanía, el énfasis en una identidad que la carga el diablo, el supremacismo, el agravio histórico, el victimismo que no cesa, la distinción lingüística que acaba siendo distinción racial, el narcisismo, la vulneración de la ley o la quiebra del ordenamiento jurídico.
No hubo choque de trenes, sino un golpe contra un muro
Concluye Daniel Gascón que el simulacro independentista catalán se disolvió al entrar en contacto con la realidad. El encontronazo del “proceso” no fue, propiamente hablando, como se repetía una y otra voz, con España. O el Estado español, en la terminología independentista. No hubo choque de trenes. Lo que hubo es el choque del “proceso” contra un muro. ¿Qué muro? El de la legalidad de un Estado democrático que posee sus defensas.
Apunta Daniel Gascón que “los secesionistas no solo fueron desleales con el Estado español (del que formaban parte) sino que, en parte por ignorancia, en parte por desdén y en parte por un pasado de incomparecencia habitual, lo subestimaron”.
A lo que habría que añadir que los secesionistas crearon anticuerpos al poner el énfasis en una identidad única y excluyente –tribal- que reforzó la identidad del Otro que se siente excluido y expulsado. En la implosión del “proceso”, tampoco cabe descartar la arrogancia de unos independentistas que creyeron en su propia fantasía. Una ensoñación de triste despertar.
No llegó el puto taxi
Concluye Daniel Gascón: “El procés recuerda la anécdota que se cuenta sobre un matrimonio que discute en una ciudad española en los sesenta, una tarde lluvia. El marido, enfadado, hace la maleta y se va de casa: se va para siempre. Vuelve al cabo de media hora, empapado. «Has vuelto», dice la mujer. «No pasaba un puto taxi,» dice él.