Crónica de un estado de ánimo  

Todo parece confabularse para afirmar que vivimos un tiempo donde los acontecimientos que determinan nuestro presente son desestabilizadores

Hace una semana, el escritor e historiador Enrique Ruíz Domènec y el periodista y escritor Marius Carol conversaron en el Gran Teatro del Liceo sobre la evolución de las prácticas del mecenazgo en Cataluña, desde sus inicios hasta la Olimpiada de 1992.

En este excelente diálogo, Ruíz Domènec, autor de El Sueño de Ulises, insistió en que, para disponer de una sociedad civil activa y comprometida con su tiempo, era necesario que se creara un estado ánimo positivo que contagiara y predispusiera a la ciudad a realizar nuevos proyectos que la transformaran. Argumentó que era necesario que se produjera  una sincronía  de acontecimientos positivos para lograr aflorar un estado de ánimo positivo.

Era necesario que la economía, la cultura y las dinámicas sociales convergieran para que toda la sociedad civil viera ese momento como una oportunidad para cambiar las cosas. Las reflexiones de Ruíz Domènec y Marius Carol me hicieron plantearme la siguiente pregunta: ¿Hoy vivimos un tiempo donde se da una coincidencia de hechos positivos o, por el contrario, son en su mayor parte negativos?

Si ponemos el foco en lo que nos ofrece el desarrollo tecnológico y científico, observamos que se abre una gran oportunidad para poder afrontar crisis económicas, energéticas o pandémicas

Todo parece confabularse, desde la política, las guerras, el cambio climático, la crisis migratoria o el avance imparable de la inteligencia artificial, para afirmar que vivimos un tiempo donde los acontecimientos que determinan nuestro presente son desestabilizadores; lo suficiente como para que resulte muy improbable provocar un estado ánimo positivo que lleve a las personas a ver el futuro con optimismo.

Diferentes estados de ánimo. Foto: Freepik.
Diferentes estados de ánimo. Foto: Freepik.

Sin embargo, si ponemos el foco en lo que nos ofrece el desarrollo tecnológico y científico, observamos que se abre una gran oportunidad para poder afrontar crisis económicas, energéticas o pandémicas. Podemos constatar que nunca como ahora habíamos estado en condiciones de luchar contra enfermedades que antes nos derrotaban o utilizar el desarrollo tecnológico para hacer más eficientes y sostenibles las ciudades.

La paradoja que está prefigurando nuestro tiempo es que hemos creado las condiciones perfectas para nuestra destrucción al mismo tiempo que tenemos los medios para evitarlas o minimizar sus consecuencias. La imagen que nos ofrece nuestro presente es la de un amante que, buscando vengarse por la falta de entusiasmo hacia él, nos ha envenenado y, al mismo tiempo, nos ofrece un antídoto para contrarrestar los efectos del veneno si estamos dispuestos a amarle. Las sociedades modernas caminan, siendo conscientes de que han sido envenenadas.

Lo más sorprendente del caso es que los ciudadanos, aun sintiéndose enfermos, desorientados y apáticos por el efecto del veneno ingerido, no muestran ningún interés para ir encuentro del antídoto que les devolvería a normalidad, que les permitiría recuperar la salud. Prefieren ver cómo languidecen sus vidas, sin reaccionar. El problema ya no es el veneno que han ido ingiriendo en pequeñas dosis durante muchos años, al no actuar contra el cambio climático o al dejarse llevar a la deriva por las redes sociales, sino que el estado de ánimo de la población ha sido doblegado, reducido a una sombra.

El pesimismo es hoy un rasgo más del optimista; lo único que le diferencia del pesimista – pesimista es que el optimista aún es capaz de percatarse de que no todo está perdido. Es probable que los ciudadanos quisieran tomarse el antídoto si no fuera porque quien lo ofrece, los políticos, son los mismos que  vertieron el veneno en sus copas de vino, por el amor que les profesaban y que no veían correspondido. La única solución que hoy me atrevo a plantear es que los ciudadanos deben dejar de tomar el veneno que les ofrecen los políticos y tratar de crear por sí mismos un antídoto.