Cataluña enferma
El único método para sanar Cataluña no puede ser otro que el empleo de autovacunas, buscando y extrayendo en el propio organismo catalán las antitoxinas capaces de renovarlo
El título que ustedes acaban de leer corresponde a un artículo del que fuera director de La Vanguardia, Agustí Calvet, ‘Gaziel’, publicado el 26 de octubre de 1934. Exactamente 20 días después del golpe de Estado. Celebrado ya el 90 aniversario del golpe encabezado por Lluís Companys, celebrado ya el séptimo aniversario del 1-O de 2024, que empezó a tomar cuerpo los días seis y siete de septiembre de 2017, convendría releer el texto de Gaziel. Haría bien en leerlo el nacionalismo catalán y también el Gobierno presidido por Pedro Sánchez. Alguna lección aprenderían. Vayamos por partes.
La anormalidad catalana
Sostiene Gaziel que el arrebatamiento surgido en Cataluña –se refiere al golpe del 6 de octubre de 1934- forma parte de la archiconocida anormalidad de una Cataluña enferma desde hace siglos. Esa Cataluña –dice- que es el tumor de España que unas veces dormita y otras estalla. El golpe de 1934 –afirma Gaziel- es un estallido conforme con la idiosincrasia catalana. Con su historia, su tradición política, su querencia anárquica, su entraña rebelde. Una crisis más. Una de tantas.
Cataluña es como es
Dicho lo cual, continúa con la siguiente aserción: sería un gravísimo error tomarse el golpe del 6 de octubre de 1934 como algo único e inexplicable. Como sería también un gravísimo error cortar por lo sano, confiando el enfermo no a un médico, sino a un cirujano. Cataluña es como es, y si algún remedio tiene su manera de ser, no se hallará por la vía violenta, sino por medio natural. Con muchísimo tiempo e infinita paciencia.
Gaziel, pesimista, advierte e insiste en que nadie debe pensar ni en la cirugía de urgencia, ni en la ortopedia que consiste en encerrar el organismo enfermo en un aparato de articulaciones artificiales y presiones extrañas. Con esos procedimientos, únicamente se consigue la extensión del malestar.
«Cataluña es el tumor de España que unas veces dormita y otras estalla»
El único método para sanar Cataluña –si su curación es posible- no puede ser otro que el empleo de autovacunas, buscando y extrayendo en el propio organismo catalán las antitoxinas capaces de renovarlo. En otros términos, el periodista confía en las zonas sanas del organismo que –advierte- son aún la mayoría. Confía, pero menos. Gaziel no está seguro de que ese sistema sea infalible. Quizá falle también. En cualquier caso, concluye que no hay otro camino. Todos los demás sería catastrófico curanderismo.
No hay que escuchar a los charlatanes
Finalmente, ante la singularidad y la gravedad del caso catalán, opta por dejar obrar a una naturaleza que es el médico por excelencia. Pero, con reparos. Ello es así, porque –nos pone en guardia- el caso catalán atrae irresistiblemente a los galenos públicos, desde el cirujano más reputado, hasta el más turbio curandero.
Añade que cada uno de los vendedores de específicos proclamará la incomparable excelencia del suyo. Más: los fabricantes de aparatos ortopédicos ofrecerán uno más complicado y la escuela y el doctrinario asegurarán que de ellos depende la salvación del enfermo. Ante semejante oferta, Gaziel propone apartar, con suavidad, semejante charlatanería y sus artificios e intereses políticos y personales.
Un batacazo tremendo
Gaziel termina el artículo constatando que el batacazo de Cataluña –el golpe del 6 de octubre de 1934- ha sido tremendo. Cataluña yace en el suelo con varios miembros destrozados. Da lástima verla, exclama. Pero, vive. Y señala que sus entrañas continúan intactas y mañana se pondrá de pie. Ese cuerpo, ahora exánime, reinará, cantará, irá de un lado para otro.
Cuidado, pues, con lo que se hace con él, en estos momentos en qué está a merced de practicantes y clínicos. La enfermedad es un mal. Pero el mal peor lo constituyen todavía, cuando desbarran y yerran, los médicos y sus medicamentos.
El círculo vicioso
Y el caso es que el dúo golpe/batacazo tremendo reapareció en 2017. Como si de un círculo vicioso se tratará. Vuelta a empezar. ¿Qué hacer? Por ejemplo -siguiendo el análisis de Gaziel- tomar nota de la existencia de la anormalidad enfermiza catalana y sus estallidos, tener una paciencia inmensa, desconfiar de los charlatanes y los oportunistas y confiar –con cautelas, la cura no es segura- en la autovacuna de los catalanes no contaminados.
Quizá Pedro Sánchez venda específicos
Lo que no recomendaría Gaziel –eso se desprende de su discurso: tome nota el Gobierno- es confiar en aquellos catalanes dotados de una idiosincrasia que el periodista denomina “rebelde”. Tome nota también el Gobierno de otra recomendación de Gaziel: no hay que fiarse de aquellos vendedores de específicos que proclaman la incomparable excelencia de su producto. ¿Y si el Gobierno presidido por Pedro Sánchez formara parte de esos vendedores de específicos?
Sigmund Freud toma la palabra
En un artículo posterior –El alma en pena, 30 de noviembre de 1934-, Gaziel señala que el “malestar intolerable, en que se retuerce materialmente la vida de Cataluña, no es hijo de una maldad ingénita, sino de una crónica enfermedad moral”.
Concluye: “Cataluña es la primera víctima de sus profundas e interminables pesadillas. Es un pueblo freudiano, que tiene sueños terribles. Y ello es debido a un secreto, a una llaga escondida, que importa descubrir y destapar a plena luz, si se quiere ver claro en este caso de psicoanálisis político”.
Trenes cargados de psiquiatras
La primera vez que leí este artículo de Gaziel, me vino inmediatamente a la memoria la respuesta que el antropólogo Julio Caro Baroja dio a una pregunta de Ignacio Vidal Folch –en un contexto absolutamente distinto- sobre cómo pacificar el País Vasco: “Mire joven… lo único que se me ocurre es enviar allí trenes cargados de psiquiatras”. Cierto, tampoco hay que exagerar.