Castellanos, catalanes, andaluces y madrileños
Lorenzo Silva caracteriza una identidad castellana no displicente con ninguna otra identidad, lejos de los improperios, que no odia a ninguna lengua, sociedad o tierra
Con la Constitución en la mano, en España sólo hay una nación: España. Una Nación “indisoluble” y “patria común e indivisible de todos los españoles”.
Sin embargo, en España existen unos territorios –pongamos por caso, Cataluña, Galicia y el País Vasco– en los cuales hay unos movimientos que sostienen que estas autonomías son una nación. No admiten ser –como indica la Constitución- únicamente unas “nacionalidades y regiones” a las cuales se les “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía”.
Unos movimientos –ahí aparece el supremacismo nacionalista– que, por ser lo que son, tendrían derecho a la independencia.
¿Por qué Castilla no puede ser una nación con identidad propia?
Lorenzo Silva, en una excelente novela histórica/ensayo titulada Castellano (2021), nos sumerge en la historia de Castilla. El autor reflexiona sobre un concepto tan resbaladizo como la identidad. La nación, si quieren. A ver, ¿por qué Castilla no puede ser una nación con identidad propia? Por lo demás, el ensayo pone en entredicho/desvela algunas de las miserias del nacionalismo catalán y, por añadidura, de los nacionalismos excluyentes, valga la redundancia.
La identidad castellana
Lorenzo Silva –marcado “por el peso, a menudo molesto y en ocasiones insoportable, de la identidad… No la mía: la ajena”-, de familia paterna mediterránea y andaluza y de familia materna castellana y mesetaria, percibe –en la juventud- su identidad castellana.
No se trata sólo del “alma de la tierra”, ni del comportamiento “comedido” y “lacónico” de los castellanos, sino del “habla”, la “inaudita pureza de aquella lengua que era la mía y despertaba mi sensibilidad”, la “música” o la “historia más triste y amarga que jamás un pueblo tuviera para contar”. El autor atisba que aquella/esta “era la historia de los míos, mi propia historia”. Una “identidad inesperada”, afirma. Concluye: “Castellano nací y castellano he de morirme”.
De 1520 a 1812
Una identidad –una historia- que el autor recupera y rememora retrocediendo –aparece la novela histórica- al siglo XVI. Aquellos días –la revolución comunera- en que un monarca rechazó y aplastó a Castilla y a sus hombres y mujeres que “pagaron por ello –por ser lo que eran y querían seguir siendo: hombres libres y no vasallos- el más alto precio concebible para un ser humano”. Unos Comuneros que, póstumamente, en las Cortes de Cádiz, vieron como algunas de sus ideas se incorporaron a la primera Constitución liberal española. Ahí siguen.
Una identidad natural
A diferencia de la identidad genéticamente transmitida y exaltada –el ànima catalana y el Pàtria, Fides, Amor de la Renaixença catalana o el gen de Arzallus, por ejemplo- de los nacionalismos etnicistas y supremacistas acampados en España, la de Lorenzo Silva es una identidad castellana resultado de las circunstancias que nos depara la existencia. Esa identidad que “establece los raíles por los que cada uno transita por el mundo”. Una identidad, por así decirlo, natural. Una identidad de la cual no hay que jactarse ni avergonzarse.
A diferencia de las identidades o nacionalismos etnicistas y supremacistas que nos rodean, Lorenzo Silva no inventa una identidad o nación castellana a la carta
Una identidad no displicente
Lorenzo Silva –ahí aparece la crítica a un nacionalismo catalán que conoce por haber vivido en Cataluña- caracteriza una identidad castellana no displicente con ninguna otra identidad, lejos de los improperios, que no odia a ninguna lengua, sociedad o tierra. Una identidad que responde a la agresión con razones y que apuesta por el reconocimiento mutuo más allá de las luces y sombras de unos y otros, que forja vínculos que hagan innecesario aborrecerse o minusvalorarse también los unos a los otros.
El independentismo reactivo en Cataluña
Del libro en cuestión –como ejemplo de las identidades displicentes-, destacan también las impresiones recogidas por un Lorenzo Silva que durante unos años –a pesar de considerarse él mismo un forastero- fue bien acogido en Cataluña.
El problema: el “proceso” que “arrastró al catalanismo por la pendiente de un independentismo reactivo, pacífico en su escenografía pero cada vez más hostil en su fondo y su discurso”.
El resultado: una “incomodidad creciente” gracias a unos medios de comunicación radiofónicos que “cada vez con más frecuencia” distribuían “comentarios condescendientes, desdeñosos e incluso despectivos hacia la gente cuya sangre corría por mis venas”.
A lo que hay añadir las bromas de quienes iban a dar una conferencia en Segovia o las burlas de quienes trataban a los castellanos de poco emprendedores, a los andaluces de vagos. Obvio: Madrid o un “sumidero de perversión, latrocinio y conspiraciones anticatalanas”.
Más allá del menosprecio, el colofón: “andaluces, castellanos, madrileños y demás vivían sin dar un palo al agua a costa de la laboriosidad catalana”. ¿Castilla? Un “páramo, una tiranía, aridez moral, falta de empuje creador, altanería menesterosa y estéril”. El supremacismo catalán que no cesa.
Una identidad no excluyente
A diferencia de las identidades o nacionalismos etnicistas y supremacistas que nos rodean, Lorenzo Silva no inventa una identidad o nación castellana a la carta, seleccionando o excluyendo características reales o imaginarias susceptibles de construir y cohesionar la nación y el sentimiento nacional.
Nuestro autor recupera o reencuentra una identidad castellana –podríamos hablar incluso de una vivencia personal- no excluyente que no extranjeriza a ningún ciudadano. Una identidad que no se fundamenta en el dilema etnicista que opone lo propio a lo impropio. Una identidad que no interpela –¿qué es usted?- a nadie.
Una identidad que no se exige a nadie. Una identidad que no se propone modelar a nadie por decreto. Una identidad que no se impone. Una identidad que no burla la democracia y el Estado de derecho. Una identidad que transgrede la legalidad constitucional. Una identidad que no coquetea con el romanticismo alemán del Geist der Volkes de Herder o la frontera interior de Fichte.
Una identidad sin doctrina oficial
Una identidad castellana que no pretende construir ni reconstituir un Régimen que, ideológicamente impregnado, difunda una concepción del mundo que devenga una doctrina oficial que no se discuta por temor a las consecuencias simbólicas y prácticas que comporta la disidencia. En definitiva, la Castilla democrática frente a la Cataluña autocrática.