Carlos Puigdemont, el elegido     

Puigdemont “gana la batalla” del 1-O y “pierde la guerra” de la independencia

Hay algo de Jean-Jacques Rousseau en la imprescindible biografía que Iñaki Ellakuría y Pablo Planas han dedicado a la figura de Carles Puigdemont. Si en las Confesiones –una autobiografía en que el filósofo retrata su alma- el ginebrino desvela su singularidad a través del “me he mostrado tal como fui”; en la biografía titulada Puigdemont. El integrista que pudo romper España (2024), nuestros periodistas revelan la singularidad de Carles Puigdemont a través del tal como es.  

¿Quién es ese tipo de gafitas y peinado ridículo? 

Eso preguntaban los gerifaltes en los salones de poder de Barcelona –entre bromas, extrañeza y preocupación- cuando Carles Puigdemont asumió la presidencia de la Generalitat de Cataluña. Iñaki Ellakuría y Pablo Planas ponen a nuestro alcance una primera tarjeta de presentación del sujeto en cuestión: un “político nacido en Amer, con su idealismo tronado y su patria imaginaria, que rechaza todo lo que considera español, que tiene la percepción de que Cataluña vive en permanente situación de excepcionalidad bajo el yugo español”.   

Fue entonces –con la llegada de Carles Pugdemont al poder catalán- cuando la crème de la crème del empresariado catalán se dio cuenta del grave error que supuso “avalar con su silencio la deriva totalitaria de los sucesivos gobiernos de la Generalitat”. Gracias al mutismo miedoso, oportunista e  interesado de un grupúsculo de amos y patronos de segunda o tercera división regional -¡qué tiempos aquellos en que existía una burguesía catalana comme il faut!- florecerá el golpe.    

El arquetipo del nacionalista catalán    

Carles Puigdemont –añadan también la figura Jordi Pujol– es el arquetipo del nacionalista y el nacionalismo que surge de la Renaixença –para entendernos, el romanticismo alemán a la catalana- del siglo XIX. ¿Cataluña? Raíces cristianas, historia propia, lengua propia, cultura propia e identidad propia. A lo que hay que sumar otra devoción: el Barça. Carles Puigdemont encarna perfectamente el nacionalismo excluyente que distingue lo propio catalán de lo impropio español.   

Un radical y un pícaro de provincias    

Eso dicen sus colegas de trabajo –Carles Puigdemont trabajó en el diario nacionalista El Punt sin olvidar su primer empleo en Los Sitios, periódico de la FET y las JONS en donde aprendió el oficio- y sus compañeros convergentes de partido. Los autores de su biografía cierran el círculo afirmando que “combina la capacidad de supervivencia del pícaro de provincias con una determinación fanática por conseguir la independencia de Cataluña”. Una suerte de intelectual orgánico de Convergència, se ha dicho.    

Llegó el Mesías    

Con la llegada de Carles Puigdemont a la alcaldía de Girona y, sobre todo, a la Generalitat de Cataluña, Convergència asume los postulados del carlismo catalán del siglo XIX que representa el personaje: el nacionalismo lingüístico, el enaltecimiento de las tradiciones catalanas entre las cuales se encuentran el derecho civil propio, la administración propia y el foralismo, el sentimiento del autogobierno y la vocación insurreccional discontinua de los malcontents (descontentos) o matiners (tempraneros) carlistas. Una manera de ser y estar que Iñaki Ellakuría y Pablo Planas trasladan al siglo XXI: reivindicación del derecho a decidir, ruptura de la legalidad democrática y constitucional, superación de la etapa autonómica y golpe de 2017.   

Un Carles Puigdemont mesiánico que cree ser el elegido. La patria y los catalanes esperan –dice un Mesías cuyo estado de ánimo es lo más parecido a “una montaña rusa”, señalan nuestros autores- a quien llevará Cataluña a “las puertas de la república independiente”. Con el obstáculo  de un Oriol Junqueras al que aborrece. De hecho, se trata –excelente el retrato de nuestros periodistas- de un aborrecimiento mutuo que todavía subsistiría.      

El supremacismo y la ficción      

Según indican Iñaki Ellakuría y Pablo Planas, los estrategas del “proceso” –sale a relucir el supremacismo patológico del nacionalismo catalán- creen que se van a enfrentar a un Estado español “obsoleto, cateto, ineficaz, ridículo e irrelevante en Europa”. Un estado “facha”. Y “torpe, chusco, cutre, infame e infecto”. Carles Puigdemont: “tenemos que ser nosotros mismos” y “tenemos un marco mental muy españolizado y a veces eso nos lleva a ser antiespañoles”.

El expresidente de la Generalitat de Catalunya Carles Puigdemont interviene en un acto de bienvenida organizado por entidades independentistas en el paseo Lluís Companys, a 8 de agosto de 2024, en Barcelona, Catalunya (España). Dicha concentración ha sido convocada por entidades independentistas, con la asistencia de Junts, ERC, CUP, ANC, Òmnium Cultural, CDR y Associació de Municipis per la Independència (AMI). Puigdemont tiene previsto asistir a este acto de bienvenida para después participar en el pleno de investidura del líder del PSC, casi siete años después de instalarse en Bélgica por las consecuencias judiciales del 'procés', y con una orden de detención. David Zorrakino / Europa Press 08/8/2024
El expresidente de la Generalitat de Catalunya Carles Puigdemont. David Zorrakino / Europa Press

La perversión de la lógica elemental de primer grado y la obsesión antiespañola se dan la mano. Hay que puntualizar, como señalan los autores, que Carles Puidemont es sincero: “no quiere entenderse con España” y le “preocupa y le ocupa mucho más tiempo lo que puede hacer para separarse de España que lo que España pueda ofrecerle”. Certera, la conclusión.       

Carles Puigdemont no se corta –ni ante Felipe VI, ni ante Mariano Rajoy, ni ante Soraya Sáenz de Santamaría, ni ante nadie: añadan hoy a Pedro Sánchez- y acelera. Quiere llegar hasta el final y lo consigue. Como explican Iñaki Ellakuría y Pablo Planas en la parte final del libro –un sobresaliente relato histórico crítico de la implosión del “proceso” y la caída de su caudillo- Carles Puigdemont “gana la batalla” del 1-O y “pierde la guerra” de la independencia. La realidad se impone a la ficción.               

Una biografía que señala el futuro  

Una biografía –la de Carles Puigdemont- que, además de retratar al actor principal de la ensoñación independentista, describe la fantasía del nacionalismo catalán. Un personaje que se confiesa y una ciudadanía que se deja seducir.    

Una biografía en que se percibe –vuelve a escena el filósofo ginebrino- “el entusiasmo de la verdad” de unos autores que consiguen que el recuerdo sea tan intenso como la impresión original. Con una ventaja: la impresión original está condicionada por el momento. Un recuerdo del “proceso” que permite cimentar y levantar la biografía del actor principal de la implosión de la ficción independentista así como el comportamiento de unos ciudadanos que jugaron voluntariamente el papel de comparsas.  

Y algo más si tenemos en cuenta que estamos ante una biografía que tiene la virtud de no recrear únicamente lo ocurrido, sino de “avanzar” lo que puede ocurrir y ya está ocurriendo. Se recoge el pasado y se bosqueja el futuro –nuestro presente- que se está fraguando. Que se ha fraguado ya. La memoria como manifestación de lo que no se ha ido y todavía está ahí y perdurará. Una memoria que condiciona el presente y el futuro.

De nuevo Rousseau en traducción libre: mi vida es todo lo que recuerdo, lo que viene a mí porque me acompaña, porque no se fue. Gracias a la memoria, la verdad ya no reside solo en el hecho objetivo, sino en la autenticidad del que recuerda. Y cabría añadir en la reflexión y la crítica que el recuerdo suscita.  

Visto para sentencia 

En la biografía de Iñaki Ellakuría y Pablo Planas, el nacionalismo catalán y el nacionalista catalán se manifiestan/confiesan tal como son. Biografía en la cual el lector se convierte en juez. Visto para sentencia.    

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