Cambios en la economía española: luces y sombras
El valor añadido de los servicios no turísticos escaló un 12% en los últimos cinco años, frente al 8,3% de las ramas más estrechamente asociadas al turismo
Buena parte del debate público se ha centrado este verano en el repunte del turismo y sus consecuencias. Sin embargo, la verdadera novedad para la economía española está protagonizada por los servicios no turísticos, un sector que engloba actividades profesionales relacionadas con las transacciones de bienes, como los derechos de propiedad intelectual, telecomunicaciones, los servicios empresariales, inmobiliarios e informáticos.
En los últimos cinco años, el valor añadido de este sector escaló un 12%, frente al 8,3% de las ramas más estrechamente asociadas al turismo (comercio, transporte, hostelería y restauración). Por comparación, el valor añadido de la industria manufacturera se incrementó un escaso 2,8%.
Año tras año, las empresas españolas especializadas en estos servicios ganan cuota en los mercados internacionales. El año pasado, las exportaciones de estos servicios acapararon el 16,4% de los ingresos totales. De equivaler a un 5,1% del PIB en 2014, han pasado a suponer el 7,1% el año pasado. Por encima, incluso, de los servicios turísticos.
Entre 2019 y 2022, según datos de BBVA Research, las ventas de servicios no turísticos en el exterior son las que han mostrado un mayor aumento: en España aumentaron un 33,9%, frente a un 10% en el resto de la Unión. El incremento neto del superávit exterior de servicios de España entre 2019 y 2023 es íntegramente imputable a la ampliación del saldo positivo de los servicios no turísticos.
De hecho, España lidera las exportaciones de servicios empresariales y de informática, sobre las otras tres grandes economías de la zona euro. Italia y Alemania, por ejemplo, encadenan cuatro años de saldos negativos en estos apartados, de acuerdo con los datos de la Organización Mundial del Comercio.
La expansión de este sector trae consecuencias positivas, como una menor estacionalidad y dependencia de las exportaciones de bienes o del turismo, más sensibles a los ciclos negativos. Durante el periodo más crítico de la pandemia, mientras el sector turístico se vio gravemente afectado, los servicios no turísticos lograron mantenerse. En 2020, la exportación de servicios no turísticos disminuyó solo un 3,6 % interanual, cuando el del turismo se había desplomado un 81,4 %.
Digitalización y menores costes laborales
¿Qué razones subyacen al desarrollo de los servicios no turísticos? Por un lado, la digitalización podría haber facilitado la exportación de este tipo de servicios. Sin embargo, el impacto que prometían los fondos europeos no parece haberse logrado, a tenor de los magros resultados de ejecución. Los porcentajes de adopción de nuevas tecnologías relacionados con los programas Next Generation son inexplicablemente bajos. Y un programa que sí se ha ejecutado, como el kit digital, no parece haber redundado en un repunte de la inversión empresarial ni en un mayor crecimiento del tamaño de las pymes.
Otra hipótesis, menos alentadora pero más ajustada a la realidad, es que España tiene unos costes laborales menores que países de su entorno, lo que en estos trabajos, poco dependientes de otros costes, supone una ventaja competitiva.
Bajo crecimiento de la productividad
De momento, los servicios no turísticos adolecen del mismo problema de bajo crecimiento de la productividad que el resto de la economía. Algunas de estas ramas, como la de la información y actividades científicas y técnicas experimentan un crecimiento relativamente alto de la productividad (netamente superior a la media de Alemania, Francia e Italia) pero no otras, caso de los servicios inmobiliarios, que registran un declive de la productividad, lastrando el resultado del conjunto.
¿Qué instrumentos de política pública podrían facilitar que el tirón de este sector se tradujera en mejoras en la inversión, la eficiencia productiva y los salarios? En primer lugar, el uso de la inteligencia artificial (IA) podría aflorar mejoras de la productividad, con un impacto positivo en la competitividad del sector. En su conjunto, la productividad del sector servicios apenas ha avanzado en la última década, a diferencia de la industria manufacturera, pionera en materia de robotización y automatización.
El efecto positivo de la tecnología en términos de productividad no es automático
Pero sabemos que el efecto positivo de la tecnología en términos de productividad no es automático; depende de la adaptación de las prácticas empresariales. El desarrollo de programas de formación en la utilización de las nuevas tecnologías como la IA podría contribuir a una mejor gestión empresarial y la calidad del empleo.
Crecimiento por un mayor aumento de la población y del empleo
Otro paquete de reformas imprescindible es el relacionado con la integración europea de los mercados de servicios. Como apuntaba el informe de Enrico Letta encargado por el Consejo Europeo, si bien los productos industriales circulan libremente entre los países miembros, el mercado de servicios se enfrenta a numerosas barreras técnicas, fiscales y regulatorias, dificultando la eclosión de campeones europeos, y frenando el crecimiento de economías como la española, que poseen una ventaja comparativa en este sector.
La economía española en general, y el sector de los servicios no turísticos en particular, lleva creciendo por encima de la media de la zona del euro en los últimos cuatro años. Pero este crecimiento no se explica por una mayor dotación de capital humano, inversión en capital o nivel tecnológico, sino, previsiblemente, por el mayor aumento de la población (fundamentalmente extranjera) y del empleo. Como consecuencia, la productividad del trabajo y la renta per cápita españolas se mantienen en niveles muy bajos.
En conclusión, la expansión de los servicios no turísticos puede aportar una diversificación saludable al tejido empresarial, pero sin las reformas necesarias (mejor aprovechamiento de las nuevas tecnologías e integración del mercado europeo de servicios) no resolverá los déficits de inversión, productividad y salarios que todavía lastran la economía española.