Bendita y breve desconexión

No son noches, las primeras y más breves del verano, para naturalezas sombrías, así que conviene reaprender a desconectar

Bendita y más merecida que nunca desconexión, la de la gran mayoría, esperemos, que se apresta a recuperarse de los sufrimientos del confinamiento. Además de breve, si algún adjetivo a penas cicatero podríamos añadir a la desconexión, de hecho es obligatorio so pena de grave irresponsabilidad, es el de prudente.

Prudente, bendita, merecidísima pero breve desconexión. Nosotros no estamos para rebrotes pero el virus sí. Como decía su buen padre a mi ser más querido cuando en su primera juventud empezaba a trasnochar, ‘si no puedes ser buena sé prudente’. Pues para eso están las fiestas y las descompresiones, para celebrarlas con más entusiasmo cuando mayores son las privaciones a las que nos hemos visto sometidos.

El mundo no se para, las noticias se aceleran, pasan cosas que nos afectan, mejor pues que la desconexión sea breve. Cuanto más breve más intensa, como los paréntesis.

Aunque las emprendamos con el mayor de los deseos y los entusiasmos, las largas vacaciones acaban por ser monótonas, incluso aburridas, a fuerza de repetir día a día los mismos rituales que al principio se nos antojaban liberadores y luego casi obligan y esclavizan tanto como el trabajo al que no pocos desean volver aunque lo oculten.

Un fin de semana, en cambio, dura un suspiro. De esto se trata, de aspirar el aire veraniego, de llenarse los pulmones del mágico resplandor del interminable anochecer, de retener el aliento y soltarlo con una explosión de júbilo. No hay más. O sí. Está la preparación, ya que ningún placer puede percibirse con todos sus jugos si el receptor, o el protagonista, no arde antes en repetidos y afinados deseos de disfrutarlo.

Hay que compadecer al lector, si alguno queda, que prefiera las tinieblas de los laberintos habitados por los monstruos ideados por el doctor Freud a fin de torturar a los simples mortales a los chispeantes sueños de Shakespeare cuya finalidad no es otra que reconciliarnos con la ganas de vivir al completo.

El futuro no es para los desinformados ni para los que renuncian a modelar el propio criterio

No son noches, las primeras y más breves del verano, para naturalezas sombrías. Así que, en la medida de lo posible, que es mucho más de la que podríamos suponer de antemano, conviene reaprender a desconectar. Como primer paso, dejar de un lado lo real, la lucha cotidiana con sus pesadumbres.

Ni que decir tiene que lo público, los feos asuntos de la política, las horribles perspectivas de la economía, tantas incertidumbres como acechan en cada recodo del futuro deben de ingresar, aunque sea a la fuerza y por unas horas sino unos pocos días, en una cueva tan segura como reversible. El futuro no es para los desinformados ni para los que renuncian a modelar el propio criterio.

Tanto ejercicio preparatorio prescrito no resulta exagerado, cargante e incluso prescindible, puede preguntarse más de uno. ¿No es mejor saltar a la piscina vestido y trocar los sinsabores por nuevos y sorprendentes gustos mediante una súbita inmersión? Pues no.

No es tan fácil pasarlo bien como muchos creen, y menos después de estos meses. Los cohetes no llueven del cielo. Van de la tierra al cielo, en contra de la gravedad de la existencia. Por eso, quien pretenda que el suyo no falle y se estrelle contra el suelo o contra el vecino, quien desee proyectar su alegría hasta lo más cerca posible de las estrellas, debe confeccionar su particular pirotecnia de puertas adentro con dedicación, imaginación y esmero.

No de otro modo puede rellenarse el cóctel, a guisa de líquido inflamable, con una selección de penas, fastidios y disgustos de los que deseemos despojarnos y proyectar cuanto más lejos mejor, y a ser posible para siempre. Selección cuidadosa, ya que no es posible desprenderse de todo lo que nos desagrada so pena de dejar de ser uno mismo.

Unas muestras, aunque sean un tanto livianas, descargan más que las aflicciones más difíciles de soportar que suelen estar más arraigadas. Con ellas, y con las nuevas, ya volveremos a enfrentarnos al día siguiente o al otro.

Conviene desenchufarse de lo cotidiano para disfrutar mejor de lo extraordinario

Y con mejor ánimo, ya que este es precisamente el sentido profundo y ancestral de la fiesta, cuanto más plenamente nos hayamos divertido. Ya sea con muchos o con menos saltos y aspavientos, que según cómo la tranquilidad de espíritu es más amiga de lo sencillo, lo íntimo y bien confeccionado que de lo multitudinario, a menudo superficial y en general efímero.

Pues aquí lo dejo, y valgan estos pocos párrafos, si se permite, como felicitación a todos los que han conseguido sobrellevar el confinamiento con presencia de ánimo y, a buen seguro, con valor suficiente para idealizar y abrazar las mejores noches del año.

Conviene desenchufarse de lo cotidiano para disfrutar mejor de lo extraordinario. Sin cortapisas pero, eso si, con prudencia. Y a esforzarse luego más que nunca con la reconexión a la dura realidad cotidiana.