Barcelona necesita libertad

La grandeza de una ciudad está en la libertad, que nos permite movernos y relacionarnos, así como la conexión creativa de las personas más diversas

Barcelona está parada, como si se encontrara ante un semáforo eternamente en rojo. La ciudad mantiene un potencial enorme que le permitiría ponerse en marcha y llegar a donde se proponga. Pero ahí permanece, parada, sumisa al rojo, contaminando el aire con la toxicidad de ideologías fracasadas. Barcelona se paró en el cruce del separatismo y el colauismo. Y ahí seguirá, parada, sumisa al rojo, mientras el alcalde anteponga los intereses personales del inquilino de la Moncloa al interés general de los vecinos de la ciudad.

Jaume Collboni fue investido como alcalde hace más de medio año, pero sigue de brazos cruzados esperando las órdenes de un Pedro Sánchez que, a su vez, espera las órdenes de los partidos independentistas y de la extrema izquierda. Y mientras el alcalde espera, la ciudad no avanza y, lo que es peor, contempla por el retrovisor la llegada de los oscuros nubarrones del pasado. Lo peor del procés puede regresar, y lo peor de Colau puede permanecer. Si al final pacta con Esquerra, tendremos los dos colectivismos unidos.

Por un lado, el separatismo quiere hacernos pagar su propio fracaso y clama venganza contra la sociedad abierta y la economía de mercado. Expulsó a miles de familias con su discordia subvencionada, y a miles de empresas con la inseguridad jurídica. Pero no quedó satisfecho. Ahora, a través de los pactos de Junts per Catalunya y el PSOE, pretenden multar a todas aquellas empresas que, atemorizadas trasladaron sus sedes sociales a otras comunidades, mantuvieron sus centros operativos en Cataluña.

Es decir, bajo la premisa de castigar a todos aquellos que no creyeron en las bondades de la declaración unilateral de independencia, posconvergentes y socialistas quieren pegar otro tiro en el pie de la economía barcelonesa y catalana. Conseguirán que más empresas, como Danone, cierren sus plantas en Cataluña y busquen regiones con políticas más sensatas y políticos menos sectarios.

Barcelona. Foto: Freepik.
Barcelona. Foto: Freepik.

Por otra parte, el colauismo sin Ada Colau del PSC tampoco ayuda a superar la decadencia barcelonesa. El Partido Popular le ofreció a Collboni una oportunidad de oro. Le sacó de encima a Colau y, al mismo tiempo, evitó que la ciudad cayera en manos del prófugo de Waterloo. El socialista tenía las manos libres para gobernar a favor del bien común. Sin embargo, Collboni se está mostrando como un alcalde perezoso. Más allá de cuatro acciones propagandísticas, no se atreve a romper con el peor pasado y mantiene Barcelona encadenada al grillete colauista.

No podemos seguir con ocurrencias ideológicas que castigan el transporte privado mientras no mejora y encarece el transporte público. También debemos librarnos de aquellas malas ideas que pretenden fragmentar la ciudad y convertirla en mil aldeas incomunicadas. La izquierda ha invertido en eslóganes como la “ciudad de los 15 minutos” o la “ciudad feliz”, pero no ha gastado un duro en previsión y análisis del impacto de sus políticas.

La ideología progre es el combustible que quema la escalera social

El filósofo Jorge Freire resumía perfectamente ayer en el diario El Mundo (“La ciudad mustia”) los argumentos que la derecha podría usar para desarticular los mantras de la izquierda pseudo-solidaria. Deberíamos “señalar que la «ciudad de los 15 minutos» favorece la segregación y la gentrificación, en tanto que al encarecer los precios niega la mezcla; que la «ciudad de proximidad» no es sino una utopía de adinerados con que alejar a los vecinos pobres, condenándolos al gueto al proscribir el automóvil y poner en tela de juicio la movilidad”.

Mientras el separatismo echa a las empresas y, por lo tanto, a los trabajadores, los falsos progresistas expulsan a la clase media de la ciudad. Así, Barcelona se irá atrofiando, pinzada por unas supermanzanas convertidas en guetos dorados para rentistas. Adiós a la movilidad. Los “ejes verdes” serán para los millonarios, y el resto de los ciudadanos deberá buscarse la vida extramuros. Los automóviles no circularán; pero las personas, tampoco. La ideología progre es el combustible que quema la escalera social. La ciudad será así cada día más cara, pero tendrá menos oportunidades y más delitos.

Barcelona necesita una rectificación inmediata. Necesita reordenar sus prioridades, entendiendo que las ocurrencias de Colau o sucedáneos nunca serán más igualitarias que el plan Cerdá. La grandeza de una ciudad está en la libertad, en la libertad que permite movernos y relacionarnos, que permite la conexión creativa de las personas más diversas. Barcelona necesita más libertad y, por lo tanto, una administración menos burocrática, una fiscalidad más razonable, una movilidad que apueste por la tecnología y no por la ideología. Necesita mucha más libertad y, por lo tanto, más seguridad, jurídica y también física.

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