Barcelona, la capital del crimen

Los prejuicios buenistas han provocado que las diferentes izquierdas españolas se nieguen a endurecer las leyes. Y la Generalitat separatista tampoco ha querido aportar a la Justicia los instrumentos necesarios

No hay problema más acuciante para los barceloneses que la inseguridad. Así lo demuestran reiteradamente tanto los barómetros municipales como los datos de la Junta Local de Seguridad. El año pasado los delitos en la ciudad aumentaron un 8,6 %. Y ya superan los 200.000 anuales.

Barcelona lidera los rankings de criminalidad de España y es la segunda ciudad de Europa con más robos con fuerza por cada cien mil habitantes. Sólo Bruselas está peor. Barrios como el Raval están en una situación crítica y pronto podrían superar un punto de no retorno. Los delincuentes campan a sus anchas, y los vecinos y los comerciantes ya no pueden más.  

Foto: Lorena Sopêna / Europa Press

La presión migratoria crece en Cataluña y la capacidad asistencial se muestra cada vez más limitada. Ante lo que se nos viene encima, no se puede seguir mirando hacia otro lado; aunque, si quieren, miren hacia Francia y verán nuestro futuro. La dejadez de los gobiernos alimenta el efecto llamada.

Cataluña es atractiva, pero no para las empresas, la inversión y el talento, sino para las mafias y los diferentes tipos de organizaciones criminales. En los países de nuestro entorno, las penas por hurto son sensiblemente más elevadas, y la multirreincidencia o la profesionalidad en la delincuencia -como en Alemania- se castiga con contundencia. 

Impunidad

Es evidente que tenemos un problema con la última reforma del Código Penal. Los socialistas, sus perpetradores, empiezan a ser conscientes de aquel craso error. Los delincuentes entran por una puerta de los juzgados y salen por otra, alimentando el sentimiento de impunidad entre ellos y el de impotencia entre los policías.

Sin embargo, rigiendo la misma ley para toda España, cabe preguntarse por qué en Barcelona (y en toda Cataluña) la inseguridad es un problema mayor que en otras ciudades y comunidades. Los datos negativos de la ciudad condal superan con creces los de Madrid, Valencia o Sevilla. 

¿Por qué estamos tan mal? Porque el voto tiene consecuencia. Y las ideologías políticas, también. El pensamiento dominante entre los procesistas y los colauistas ha sido enormemente permisivo con el crimen y la multirreincidencia. “Ho tornarem a fer!”, clamaban algunas élites.

«Cataluña es atractiva, pero no para las empresas, la inversión y el talento, sino para las mafias y los diferentes tipos de organizaciones criminales»

En Cataluña, se ha minado la autoridad policial y judicial desde los propios gobiernos y desde sus medios de comunicación más afines. Los años perdidos en mala política no han sido culturalmente gratuitos. Han impuesto una inversión de los valores.  

Para estas ideologías, el delincuente es una víctima, la víctima es un sospechoso, y el policía, directamente, un culpable. Los valores que rigen una sociedad tienen, a su vez, un impacto en todos los niveles de nuestras vidas: y la seguridad no deja de ser uno de ellos.

Leyes «flojas»

Los prejuicios buenistas han provocado que las diferentes izquierdas españolas se nieguen a endurecer las leyes. Y la Generalitat separatista tampoco ha querido aportar a la Justicia los instrumentos necesarios para evitar el colapso de los juzgados o los agentes de los mossos d’esquadra necesarios para controlar una gran ciudad como Barcelona. 

Las organizaciones internacionales del crimen conocen nuestras leyes y nuestras debilidades. Comparan entre diferentes países y regiones, y aquí encuentran el paraíso del robo impune. Vienen a robar relojes a los turistas. Vienen a traficar con drogas. Vienen a enriquecerse ilícitamente. Y, si nadie lo remedia, vendrán a agravar la situación durante la Copa América.

O nos ponemos las pilas ya, o no habrá vuelta atrás. Barcelona necesita liderazgo para hacer frente a esta crisis de inseguridad. Un liderazgo que, lamentablemente, ahora no tiene. Si el alcalde Jaume Collboni se tomara en serio lo que está pasando en la ciudad, plantaría cara a su partido o se plantaría en el palacio de la Moncloa, para exigir la necesaria reforma del Código Penal.

Si el alcalde se tomara en serio lo que está pasando en Barcelona, hace tiempo que habría cruzado la plaza Sant Jaume para gritarle al presidente de la Generalitat: ¡basta ya! Barcelona necesita más policía en la calle, más equipada, más coordinada y con más autoridad. 

A los delincuentes no se les para con eslóganes y marketing. Se les para con la ley, la policía y los jueces. Se les pararía con un alcalde que se tomara en serio la inseguridad que sufrimos los barceloneses. Sin embargo, Collboni carece de liderazgo y proyecto.

Y este vacío no lo van a llenar un gobierno de España más preocupado por indultar a delincuentes o un gobierno de la Generalitat en funciones, en vacaciones o en disolución. Barcelona no puede seguir así o acabará siendo la capital del crimen. El gobierno municipal no puede seguir mirando hacia otro lado.