El auge del pensamiento de suma cero
Los seres humanos somos muy igualitarios porque hemos vivido en grupos muy homogéneos durante la mayor parte del tiempo en el que se formó nuestra psicología
“Los ricos cada vez son más ricos y los pobres, cada vez más pobres”. “Se está librando una guerra entre las personas más poderosas contra las familias trabajadoras y la clase media menguante”. “Los inmigrantes nos quitan los puestos de trabajo a la población local”. “En el comercio internacional, los países del norte ganan a costa de los del sur”. Son constantes en el discurso público las apelaciones a una visión de suma cero, la creencia según la cual lo que uno obtiene es siempre a costa de otro.
Esta comprensión psicológica del mundo se adquiere cuando se percibe que los bienes disponibles son escasos y no se aprecia que éstos pueden producirse, es decir, que no hay una cantidad fija en el entorno, y que la forma más eficiente de aumentar la producción es mediante la cooperación con otros. Los seres humanos somos muy igualitarios porque hemos vivido en grupos muy homogéneos durante la mayor parte del tiempo en el que se formó nuestra psicología.
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, en las sociedades preindustriales, el crecimiento económico era anecdótico, de forma que las ganancias de un individuo o grupo solían ir de la mano de las pérdidas de otro. La tierra cultivable, el ganado, la autoridad y el estatus social eran limitados. Los bienes eran hallados, recolectados o extraídos de la naturaleza; no producidos. Sin la existencia de progreso científico y técnico ni de economías de mercado globalizadas, la forma más común de progresar era a expensas de otros.
La envidia resultaba evolutivamente adaptativa en un mundo ancestral de juegos de suma cero. Explica el antropólogo George Foster que, si alguien descubría un fertilizante particularmente bueno o una nueva técnica de cultivo, tendría incentivos para ocultarlos. Este sistema mental sigue anidando en nuestra psicología y tiende a activarse en escenarios de escasez, conflicto o crisis, contextos que evocan la representación de que el éxito de otros es la causa de nuestra miseria.
¿Cómo influye el pensamiento de suma cero a las preferencias políticas y el desarrollo institucional y económico? Un reciente estudio publicado por los economistas Sahil Chinoy, Nathan Nunn, Sandra Sequeira y Stefanie Stantcheva, de la Universidad de Harvard, aborda esta cuestión. El trabajo analiza una muestra de 24.000 personas en Estados Unidos, remontándose a sus ancestros.
Los resultados sugieren que la opinión ciudadana sobre una amplia gama de cuestiones sociales, políticas y económicas está fuertemente influida por el grado en que percibe que los beneficios de la sociedad se obtienen a expensas de los demás. Su conclusión es que los individuos con tendencia al pensamiento de suma cero suelen ser partidarios de políticas gubernamentales de redistribución y más impuestos, pero también de mayores limitaciones a la inmigración.
El crecimiento de la mentalidad de suma cero se ha registrado en las crisis de los años setenta del siglo pasado y en las dos últimas décadas. Las generaciones jóvenes tienden a concebir las interacciones económicas como un juego de suma cero en mayor medida que las generaciones adultas. Esta tendencia, está relacionada, según el estudio, con conceptos como la envidia del éxito ajeno o la desmotivación para el esfuerzo ante el convencimiento de que no aporta recompensa.
En el lado opuesto, tenemos la idea de suma positiva, reflejada en la Encuesta de Valores con la idea de que “la riqueza puede crecer para que haya suficiente para todos», que es la base de la cooperación nacional e internacional, del multilateralismo. Diversos trabajos económicos han relacionado la mentalidad de suma positiva con la innovación y el desarrollo económico.
En las últimas décadas, el estancamiento económico y el aumento de la desigualdad han activado los sistemas mentales de la escasez y la envidia
Vivir períodos de recesión en los primeros años de vida puede dirigir la atención de los individuos hacia la escasez relativa de bienes en la economía, haciendo que los individuos adopten puntos de vista de suma cero. Igualmente, las vivencias de nuestra familia afectan nuestra mentalidad significativamente. Por ejemplo, si nuestros padres o abuelos experimentaron movilidad social ascendiente, somos mucho más propensos a ver el mundo como un juego de suma-positiva.
Por otro lado, los antecedentes de inmigración en la familia también se asocian con un menor pensamiento de suma cero. Esta relación es mayor entre los propios inmigrantes, los hijos de padres inmigrantes y los nietos de abuelos inmigrantes. Curiosamente, si los abuelos del encuestado se criaron en un condado con más inmigrantes durante la Era de la Migración Masiva a EE. UU. (1860-1920), es menos probable que el encuestado piense hoy en términos de suma cero.
La mentalidad de suma cero refleja un rasgo psicológico general, diferenciado de ejes ideológicos y demográficos tradicionales. Por ejemplo, la izquierda tiende a ver las desigualdades económicas como un juego de suma cero mientras la derecha tiende a pensar que la ampliación de los derechos civiles para las minorías va en detrimento de la mayoría.
La confianza y las conductas cooperativas facilitan la innovación, el progreso y el desarrollo económico en sociedades extensas como la nuestra. Asimismo, el pensamiento de suma positiva sólo fecunda en contextos de crecimiento y bienestar social. En las últimas décadas, el estancamiento económico y el aumento de la desigualdad han activado los sistemas mentales de la escasez y la envidia. Hemos sido testigos de un repunte del pensamiento de suma cero. Queda, pues, preguntarse cómo impulsar una cultura del crecimiento que despierte nuestra psicología prosocial.