El drama del socialismo no sólo es la ruina económica provocada por su fatal arrogancia; es, sobre todo, la catástrofe moral derivada de una ideología crecientemente reñida con la realidad. Es difícil encontrar mejor descripción de este fenómeno que la obra de Václav Havel El poder de los sin poder (Ediciones Encuentro), escrita en memoria de Jan Patocka, filósofo que murió tras ser interrogado por su implicación en el movimiento disidente Carta 77 en Checoslovaquia.
Havel, como Patocka y otros intelectuales, plantó cara a la arbitrariedad del sistema político y acabó en prisión. Pero no sólo se enfrentó a los dirigentes comunistas, sino también a una ideología poderosa y destructiva, porque ésta “da al individuo la ilusión de ser una persona con una identidad digna y moral y así le hace más fácil no serlo”. El dramaturgo desgarró el velo de la mentira. Señaló la desnudez del socialismo.
Con su ejemplo y su obra, Havel defendió la importancia de un rearme moral para superar el totalitarismo. En El poder de los sin poder, llamaba a sus conciudadanos a vivir en la verdad. A no dejarse arrastrar por las mentiras oficiales. A mantener viva una pequeña llama de dignidad. A desarmar el lenguaje de la manipulación, ya que él conocía perfectamente el enorme poder de la palabra, un poder que, con todo, aún hoy mantiene. Una palabra verdadera puede ser más poderosa que un ejército, diría Havel.
Nuestro héroe pondría sus dones lingüísticos al servicio de la libertad y la verdad. Sin embargo, la mayoría había elegido vivir en la mentira. No es que aceptasen la mentira -sabían perfectamente que sus políticos mentían-, pero aceptaban vivir con ella y, finalmente, acabaron por vivir en ella.
El poder se refería siempre a la ideología y nunca a la realidad. El discurso oficial y la experiencia vivida por los ciudadanos se distanciaban cada vez más. Así, la apatía de la sociedad fortaleció una cultura putrefacta y una grave crisis moral.
El muro de Berlín cayó y, con él, la imposición soviética en Europa central y oriental. Sin embargo, la crisis moral permanecía. En su discurso de Año Nuevo a la nación de 1990, ya como presidente de la República de Checoslovaquia, Havel denunció “que, durante décadas, nuestros hombres de Estado y líderes políticos no miraron o no quisieron mirar por la ventana de sus aviones”.
«No debemos acostumbrarnos nunca a la mentira porque también en la España del siglo XXI tenemos un presidente que no contempla la realidad de los ciudadanos ni por la ventana del Falcon»
El socialismo había creado lo que él denominó como “una atmósfera moral contaminada”, en la que “nos sentíamos enfermos moralmente porque nos acostumbramos a hablar diferente a como pensábamos. Aprendimos a no creer en nada, a ignorarnos unos a otros, a preocuparnos sólo por nosotros mismos”.
En la actual era de la posverdad, las palabras de Havel deberían resonar en las conciencias de España. Aquí, donde tantos politólogos denuncian en prime time los bulos de Donald Trump, nos ocultan que la peor versión hispánica de la demagogia, el resentimiento y la falsedad reside precisamente en el palacio de la Moncloa. La ideología del sanchismo es la idolatría del poder. Y, por ello, estos seres mediáticos son capaces de defender una cosa y su contraria con el mismo entusiasmo y en la misma semana.
No sólo es una cuestión del ya conocido como Equipo de Opinión Sincronizada, cuyos miembros poseen una única convicción, la del mantenimiento a toda costa de su sillón en la tertulia televisiva o su columna en el medio escrito. Ellos son colaboradores necesarios de esta contaminación moral, pero también lo son los ministros de aplauso fervoroso, los militantes del culto al líder, los votantes del relativismo extremo o los ciudadanos de perezosa credulidad.
Havel llamó entonces a un despertar de la conciencia cívica. Sin embargo, esa rebelión contra la mentira debería ser permanente. “La libertad y la democracia conllevan participación y, por tanto, responsabilidad por parte de todos”, proclamó. No debemos acostumbrarnos nunca a la mentira (o al “cambio de opinión” sin justificar), porque también en la España del siglo XXI tenemos un presidente que no contempla la realidad de los ciudadanos ni por la ventana del Falcon.
Si Pedro Sánchez se atreve a amenazar con gobernar “sin el concurso del legislativo”, es porque sabe que la atmósfera moral está suficientemente contaminada. Sabe que sus mentiras no tienen coste electoral. Sabe que enfrentar a los españoles le permite gobernar sin rendir cuentas. Si se ha convertido en un enemigo de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y también de la verdad y la democracia, es porque a una gran parte de la sociedad ya le está bien vivir en la mentira.