El año perdido de Collboni
El problema es que antes de escuchar las reclamaciones de los barceloneses, Collboni obedece a Pedro Sánchez y Salvador Illa
El alcalde de Barcelona deambula, perdido, sin rumbo. Los bandazos en sus políticas transmiten una preocupante falta de principios. Su gobierno inventó un marquetiniano Pla Endreça, dada la elevada preocupación de lo barceloneses por la suciedad y la delincuencia; pero, a la hora de la verdad, el PSC fue el único grupo municipal que votó en contra del plan de choque, propuesto por el Partido Popular, para recuperar el degradado barrio de Raval.
Jaume Collboni ceptó el espectáculo de la Fórmula 1 en el centro de la ciudad, pero mantiene una absurda y colauista guerra contra el coche privado, provocando cada día del año más congestión y más contaminación en toda la ciudad. No es que esté buscando la virtud aristotélica del término medio. Simplemente no sabe qué quiere para Barcelona. No tiene proyecto, ni liderazgo.
El problema es que antes de escuchar las reclamaciones de los barceloneses, Collboni obedece a Pedro Sánchez y Salvador Illa. El primero quiere amarrar su presente en el palacio de la Moncloa, y el segundo, su futuro en el palau de la Generalitat. Sólo así se entiende que ofrecieran a Esquerra Republicana entrar en el gobierno municipal, a pesar de que, con ellos, tampoco alcanzaban una mayoría de ediles en el consistorio. Todo un disparate.
En la vida sólo podemos dar por ciertas tres cosas: la muerte, los impuestos… y la toxicidad de Esquerra. En junio de 2023, Xavier Trias perdió cualquier posibilidad de ser alcalde al pactar con los republicanos. Ahora, justo un año después, Collboni pierde toda su credibilidad al ofrecerles importantes competencias municipales como la gestión turística y la promoción económica.
El PSC no aprende. Le da todo a ERC y, a cambio, sólo recibe desprecio y humillación. Los separatistas consideran catalanes defectuosos a los votantes socialistas. No les respetan ni a ellos, ni a sus líderes. No hace tanto Illa apoyó los presupuestos autonómicos de Pere Aragonés, y éste tardó horas en mostrarle el mayor desdén y negarle cualquier apoyo futuro. Collboni les entrega las llaves de la ciudad y es la propia dirección de ERC la que llama a su militancia a boicotear el pacto. No volem votar, clamaron las huestes de Marta Rovira. Esquerra haciendo de Esquerra. División, inestabilidad y deslealtad.
Pero quien quedó retratado en este pacto interruptus fue Collboni. ¡Vaya pastel para celebrar su primer año de mandato! Tras doce meses de indecisión, acaba decidiendo lo peor, a saber, meter Barcelona en la lógica procesista, en el desgobierno y la incertidumbre. Ni 8 segundo duró el invento bipartito. ¿Y ahora qué? Claro, el portazo republicano sonó como un signo de interrogación. ¿Se quedarán los socialistas de brazos cruzados esperando la celebración del congreso de ERC aplazado sine die? Los republicanos están descabezados y vacilantes, y Junts ve en esa debilidad una oportunidad para destruirles en una repetición electoral. El cainismo separatista supera cotas bíblicas.
Tras doce meses de indecisión, acaba decidiendo lo peor, meter Barcelona en la lógica procesista, en el desgobierno y la incertidumbre
¿Y ahora qué, Collboni? ¿A esperar nuevas órdenes de Sánchez? Y, entretanto, Barcelona suspendida en el limbo. No había necesidad. Aunque aprobados por la puerta de atrás, el gobierno municipal tenía presupuestos y podía seguir gobernando con su gran minoría. Planteado un proyecto de ciudad para todos los barceloneses, no le habrían faltado apoyos externos para acabar de derogar el colauismo y poner la ciudad en marcha. Sin embargo, Collboni prefirió lo fácil: desoír la voluntad de la ciudadanía y someterse a los intereses de Sánchez. Craso error. Lo pagará él y lo pagaremos todos los barceloneses.
El año de Collboni ha sido, en definitiva, un año perdido. Una lástima. Lo mejor que podemos decir de él es que ha sido un año agridulce para Barcelona. Empezó con la dulce esperanza de superar el colauismo sin caer en las garras del separatismo. Y acaba de manera agria, con un alcalde desnortado y con la traición socialista al constitucionalismo y a los mejores valores de nuestra ciudad. Sí, Collboni ha perdido un año, pero el resto de los barceloneses hemos ganado una lección: éste no es un político de fiar. Y esto podría costarle la alcaldía en 2027.